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Por qué hay hombres que no quieren sexo (y no dan explicaciones a sus parejas)

Los varones son menos dados a admitir sus problemas o debilidades, a dialogar sobre ellos. Pero este mutismo puede poner en peligro cualquier relación.

“La andopenia es el descenso lento pero continuado de la secreción de testosterona, que se da en los hombres a partir de los 45 años”.
“La andopenia es el descenso lento pero continuado de la secreción de testosterona, que se da en los hombres a partir de los 45 años”.cordon press

¿Quién no ha vivido esta situación en carne propia o ha conocido un caso similar? Sin ir más lejos, yo misma tuve una pareja que, de repente, se dio de baja en el mundo erótico sin decir ni mu y, según he confrontado con otros casos similares, el procedimiento es casi siempre el mismo. Tras un tiempo de cortesía, una empieza a preguntar los porqués sin obtener respuesta alguna; o con contestaciones tontas, que no son sino argumentos falsos. Aquí hay una diferencia importante entre ellos y ellas: las féminas nos autoinculpamos (tengo dolor de cabeza, estoy cansada, estoy triste); ellos nos echan la culpa a nosotras: es que ya no te pones esto o lo otro, es que quiero que me hagas lo que me hacías antes, es que me gustaría hacer un trío…

En opinión de Raúl González Castellanos, sexólogo, psicopedagogo y codirector de Ars Amandi, centro de terapias sexológicas y psicológicas, en Madrid, “los hombres tendemos más a ocultar los problemas y sentimientos que las mujeres, porque llevamos una larga tradición educativa en la que teníamos que ser fuertes, en la que mostrar nuestras flaquezas o afectos era sinónimo de debilidad. Así que, cuando en una relación empieza a haber problemas, es fácil que surja una situación en la que él se niega a hablar o busca excusas; mientras la pareja no sabe muy bien qué pensar, qué está sucediendo”.

Que el hombre no tenga ya ganas puede deberse a otros muchos factores. La falta de deseo sexual, problema que antes afectaba mayormente a las mujeres, busca también la coparentalidad. “El estrés hace ya tiempo que ha empezado a pasar factura a los hombres en la cama”, comenta González, “pero, además, existe lo que se llama el ‘mito de la mujer impotenciadora’, una persona deseante, que demanda relaciones sin esperar a que el hombre tome la iniciativa. Esto que, antiguamente, podía ser la fantasía sexual de cualquier español se ha convertido para muchos en una pesadilla. En un barómetro de la capacidad erótica y sexual del macho alfa, que debe satisfacer en todo momento a su pareja, lo que no siempre es fácil. Ni siquiera cuando se es joven y se está en posesión de unas buenas facultades físicas. Si, además, la persona es alguien dado a darle a la cabeza, muy mental (cualidad que compagina poco con el buen desempeño sexual), bastará con que un día no haya podido cumplir (porque simplemente estaba cansado, o distraído, o preocupado por algo), para que entre en un círculo vicioso de miedo al fracaso-gatillazo”.

La paternidad es otra etapa que estresa igualmente al hombre, no solo a la madre. En la que es fácil que “se entre en un periodo de bajo deseo sexual, la responsabilidad de un nuevo miembro en la familia, la carga laboral, ayudar en casa y el periodo de abstinencia que la mujer debe pasar después del parto, no ayudan mucho”, señala este sexólogo.

La difícil etapa de la andropenia (menopausia masculina)

Al igual que el declive llega para las mujeres, lo hace también para los hombres. “La andopenia (y no andropausia) es el descenso lento pero continuado de la secreción de testosterona, que se da en los hombres a partir de los 45 años”, comenta González, “lo que pasa es que aquí tenemos el mito de Papuchi, que tuvo a Ruth, su hija póstuma, con 91 años. Este descenso de los niveles de testosterona conlleva una reducción de la agresividad, del deseo sexual y de la masa muscular, entre otras cosas. Y, como ocurre con la menopausia, existe también una terapia hormonal sustitutoria para tratar a hombres afectados por la andropenia”.

Pilar, 51 años, Madrid, lleva tres años en una ‘no relación’ con su pareja, un hombre de 53, con el que no practica ya el sexo. “Él dice que sea yo la que tome la iniciativa, que está cansado de ser siempre él, el que empiece”. Ella le ha propuesto visitar a un terapeuta de pareja (él solo, para que hable con total libertad), su marido se ha negado, aduciendo que no tiene ningún problema. Pero lo que peor lleva ella es que alguna vez lo ha pillado masturbándose (“nada malo, ¡¡pero si no tiene ganas!!”), y que el historial de su ordenador está lleno de páginas pornográficas. “¿Cómo competir con las carnes turgentes y operadas de las diosas del porno?”, se pregunta ella.

Sin embargo, lo que su pareja busca no son esos cuerpos perfectos e irreales, sino una eyaculación fácil. “Otro de los muchos síntomas de la andropenia es que las erecciones ya no son tan rígidas como antes”, cuenta González. “y, aunque la penetración no requiere de una potente erección y puede hacerse con un mínimo de firmeza, el hombre siente que la cosa ya no funciona como antes, que el coito es más difícil o, incluso, inviable en determinadas posturas. Ante estas dificultades, muchos optan por la masturbación, una satisfacción fácil, rápida y sin testigos que cuestionen su virilidad. El problema es entonces para la pareja, que no comprende como si tiene ganas para estas cuestiones y no para otras. En estos casos, la mayoría de los hombres tardan en acudir a un profesional y algunos hasta recurren a pastillas o fórmulas milagro que se venden en Internet y que son de dudosa procedencia. Sin embargo, se ha descubierto que uno de los principales factores a la hora de predecir un riesgo coronario o vascular es la pérdida de erección a edades tempranas (de 35 a 40 años), siempre que no haya otros motivos como estrés, determinada medicación o enfermedades; por lo que es importante tener en cuenta este factor y consultarlo”.

Tener una enfermedad de trasmisión sexual leve es también otro de los motivos por lo que los hombres pueden guardar silencio. “La mayoría espera a que esta se cure para evitar contagiar a la pareja y, al mismo tiempo, confesar su infidelidad”, sentencia González, quien recomienda el diálogo para evitar las consecuencias de un mutismo que acabe en reproches y que rompa finalmente la relación: “Un diálogo desde el respeto y el cariño; no desde el rencor, la frustración o la rabia que, desgraciadamente, es lo más común”.

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