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‘La madre de las almendras’: así funciona la obsesión por la cultura de la dieta que induce a la gordofobia

Una obsesión con la nutrición sana puede llevar a contagiar una relación tóxica con la comida. Aun así, la nueva manera de demonizar a las madres tiene un punto de estereotipo sexista.

Yolanda Hadid con su Gigi Hadid en un evento de Victoria's Secret.
Yolanda Hadid con su Gigi Hadid en un evento de Victoria's Secret.Getty (Getty Images for Victoria's Secr)

El clip, extraído de un capítulo de 2014 de Real Housewives of Beverly Hills, se ha reproducido millones de veces. En él, una adolescente Gigi Hadid le dice a su madre Yolanda, una de las estrellas de ese docureality de ricas y famosas:

-“Mamá, me siento muy débil. Solo he comido como media almendra”

A lo que Yolanda, medio adormecida por la anestesia –salía de retirarse los implantes de mama–, le responde:

-“Coge dos almendras y mastícalas muy bien”.

En octubre, debido a uno de esos misterios del algoritmo, el minifragmento de vídeo emergió de los almacenes de la docurrealidad y se viralizó, esta vez porque varias creadoras de contenido en Tik Tok lo utilizaron para montar vídeos en los que alertaban sobre el peligro de un tipo de ortorexia transmitida. Sirvió para acuñar un nuevo término que desde entonces ha ganado circulación, la “almond mom”, o la “madre de las almendras”, que vendría a ser la progenitora que induce a la gordofobia a sus hijos a través de comentarios sobre sus cuerpos y su alimentación. Una pediatra tik toker llamada Dr. Karla, que postea como @imecommunity fue una de las que contribuyó a popularizar la expresión en un vídeo en el que decía: “Me alegro de que estemos haciendo rendir cuentas a las madres de las almendras. Es una tendencia preocupante y muy dañina. Está enraizada en la cultura de la dieta y conlleva gordofobia, sesgo internalizado y proyección y lo que se está buscando es el privilegio de la delgadez y no la salud”.

A partir de ahí, hubo varias usuarias de la red, adolescentes en su mayoría que denunciaron haberse criado con “madres de las almendras” que les afeaban si trataban de ingerir demasiados hidratos o les felicitaban siempre que perdían peso. El asunto ha terminado en trinchera generacional, con muchas mujeres criadas en los ochenta, en el pico de la cultura de la dieta, admitiendo que les cuesta no hacer comentarios sobre su propio cuerpo delante de sus hijos o gestionar su propia relación un tanto patológica con la comida, y las más jóvenes afeando esa tendencia.

Virginia Sole-Smith es autora del libro Fat Talk. Parenting in the age of diet culture (Conversación sobre el peso: la crianza en la era de la cultura de la dieta) y además coordina la newsletter y el podcast Burnt Toast, en el que analiza las cuestiones tóxicas en torno a la alimentación. Ella sabe perfectamente qué es una madre de las almendras, en parte porque ha dedicado años a entrevistarlas, pero lamenta que todo termine en la génesis de un nuevo arquetipo maligno exclusivamente femenino. “Creo que una etiqueta como esta puede ayudar a identificar un fenómeno con un término que todos entendemos, pero es un término problemático. Me irrita muchísimo que no estemos hablando de los padres de las almendras porque desde luego que existen. Tenemos muchos datos que demuestran que los padres influyen a sus hijos en cuestiones relacionadas con la comida y la imagen corporal, sobre todo los padres delgados, con buena posición social, enfocados en el fitness tienden a tener un sesgo gordófobo y a perpetuar ideas muy dañinas sobre la comida, el ejercicio y la talla. Es cierto que las mujeres están socialmente condicionadas para asumir la responsabilidad de alimentar a sus familias y se nos juzga de manera más dura por cómo comen nuestros hijos, por nuestros cuerpos y por los suyos”, matiza.

Sole-Smith opina que tiene sentido que hablemos de la manera en que las mujeres transmiten la cultura de la dieta a sus hijos, siempre que no se deje a los hombres fuera de esta conversación. “Reducir esto a un tipo de madre también minimiza el impacto porque la cultura devalúa la crianza. Si pensamos en esto solo como algo que hacen unas cuantas madres locas de Beverly Hills, quizá no estamos atendiendo a estructuras y sistemas más amplios que transmiten la gordofobia. Las madres de las almendras también son víctimas de esos sistemas”.

La autora data en los años noventa el nacimiento de lo que ahora se entiende como cultura de la dieta, cuando se desató especialmente en Estados Unidos una “guerra contra la obesidad”. “De esta manera, no nos vendían solo la pérdida de peso y los ideales de belleza de las celebridades, esa idea también estaba reforzada como la única manera de alcanzar la salud y la felicidad por las instituciones de salud pública. Estar delgado ya no tenía que ver con la vanidad, sino con la moralidad y la responsabilidad social”. Para escribir su libro, entrevistó a decenas de padres y madres de niños pequeños ahora que se criaron con todo eso a su alrededor y que incluso sufrieron burlas y comentarios por no ajustarse al ideal de delgadez. “Sabemos gracias a muchos estudios que los comentarios que dañan más a los niños en términos de aumentar las posibilidades de que padezcan trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son los que se hacen sobre sus cuerpos, pero las madres que critican sus propios cuerpos delante de sus hijos tampoco les hacen un favor. La manera en la que hablamos sobre esto es un modelo que marca cómo nuestros hijos piensan y hablan de sus cuerpos”, dice.

Una de las conclusiones de su trabajo es que este fenómeno, aunque transversal, tiende a darse mucho en familias de clase media y media alta en las que es habitual y casi un símbolo de estatus hablar de que los niños no comen hidratos entre horas o que lo más cerca que han estado de un dulce son las cinco pasas de la merienda. “Los padres usan este tipo de reglas porque tienen miedo de las consecuencias de criar a un niño gordo” más allá de la salud.

En lugar de marcar reglas, recomienda “dejar que los niños encuentren felicidad sin ambages en la comida, que escuchen a sus cuerpos sobre hambre y saciedad, hablar mucho menos sobre qué y cuánto comen los niños y enfocarse en disfrutar de la comida, haciendo que las comidas sean un lugar seguro y placentero, que haya comida suficiente y los niños se levanten felices y satisfechos de la mesa”.

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