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Escuelas de intuición: estos profesionales te enseñan a sacarle provecho a tus corazonadas

Cada vez se valora más esa vocecita interior, esa corazonada o esa sabiduría interna que empresarios y grandes directivos aplican también en el mundo de los negocios.

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Getty Images (Getty Images)

La intuición fue una herramienta muy poderosa en los inicios de la especie humana, cuando el hombre de neanderthal no tenía todavía demasiados prejuicios, lugares comunes, teorías elaboradas o distracciones aparte de experimental la realidad por si mismo. Pero a través de los siglos, la intuición se fue relegando a un conocimiento menor, muy ligado a lo femenino y a los sentimientos; mientras la razón y la lógica vivían su reinado absolutista.

Pero esta clásica separación entre pensamiento racional e intuición es errónea, ya que ambos procesos corren paralelos. En su libro Intuition: Its Powers and ­Perils (La intuición: sus fuerzas y peligros), David G. Myers habla del “procesamiento dual” de los acontecimientos. Este es consciente e inconsciente a la vez, lo cual nos permite saber mucho más de lo que creemos que sabemos. Como apunta este autor, “somos capaces de diagnosticar problemas y tomar decisiones, igual que un mecánico de automóviles o un médico después de escuchar o dar un vistazo. Un profesional del ajedrez, por ejemplo, tras una rápida mirada al tablero, puede, de manera intuitiva, saber cuál es el movimiento correcto basándose en miles de opciones almacenadas en su memoria”.

“Nuestra mente consciente acumula información al igual que nuestra mente inconsciente. Es más, está última guarda muchos más datos que la anterior, los procesa y saca sus propias conclusiones. El momento eureka, cuando de repente nos damos cuenta de algo o lo relacionamos con otra cosa aparentemente lejana, no es fruto de la casualidad o de la iluminación sino del trabajo de ese área del cerebro que llamamos intuición”, señala Isabel García Méndez, periodista económica y autora del libro Piensa, intuye y acertarás (Gestión, 2000). Desde hace años, García imparte cursos de intuición enfocada al mundo empresarial en  la escuela de negocios La Salle.

La aceleración de los acontecimientos sociales, políticos y económicos de los últimos tiempos y del mundo en general, donde casi nadie puede ya predecir lo que va a ocurrir en los próximos años (recuerden la ceguera de los reputados analistas económicos con la pasada crisis), puede que sea una de las muchas razones por las que la intuición vuelve a estar de moda y se revaloriza, no solo para aplicarla en nuestras relaciones personales o vida cotidiana, sino también en el mundo de los negocios y del dinero.

“Los grandes directivos y emprendedores recurren mucho a la intuición para tomar sus grandes decisiones y estrategias. Las empresas más creativas y exitosas son las que funcionan con un cierto grado de incertidumbre, las que se arriesgan, las que emplean la táctica de ‘prueba-error’, una manera ágil e intuitiva de trabajar, contraria al inmovilismo de las compañías más arcaicas”, señala Isabel García, “aunque claro, para hacer estoy se necesita un cierto grado de libertad y de autonomía. Muchos cargos medios que han venido a nuestros cursos de intuición se quejan de que tienen poco margen de maniobra para aplicar nuestras enseñanzas, ya que los directivos son los que tienen siempre la última palabra”.

No deberíamos confundir la intuición con el instinto, ni ceñirla a terrenos esotéricos, porque estas asociaciones son las que la han relegado a una segunda y tercera división. Según Marisol Delgado, psicóloga y especialista en psicoterapia por la European Federation of Psychologists Associations (EFPA), con consulta en Avilés, “la intuición está científicamente demostrada, y se sabe que el cerebro llega a conclusiones o toma decisiones sin que nos demos cuenta, en base a toda la información que almacena de experiencias previas. Si, por ejemplo, Rafa Nadal está jugando un torneo y se aparta para que la pelota no le dé en la cara, eso es instinto; pero si debido a su experiencia, entrenamiento y movimiento del brazo de su adversario, se coloca a un lado de la pista porque puede predecir por donde va a venir la pelota, eso es intuición”.

Lo que muchos llaman “pensamiento lateral”, no es sino la capacidad de resolver problemas sin que intervenga el pensamiento racional. Así, la intuición es muchas veces esa secretaria eficiente que se adelanta a las demandas de sus jefes y que busca salidas a los conflictos sin que se lo pidan. Como señala el periodista y psicólogo Erik Pigani, “encontrar de repente la solución a un problema que arrastramos durante meses es algo habitual. Durante este tiempo, nuestro cerebro ha estado seleccionando informaciones y, sin nuestro conocimiento, ha llegado a una conclusión, y por tanto puede responder a la pregunta”.

Enemigos de este conocimiento inconsciente

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 “La intuición perdió su poder cuando en la humanidad empezaron las verdades absolutas, la religión, las ideologías políticas y el maniqueísmo. El miedo es también una herramienta de control de la sociedad y sobre el que piensa diferente, el distinto, el que sigue su individualidad siempre pende la espada de Damocles de la soledad y la exclusión”, señala Encarna de las Heras, actriz, profesora de teatro, cuentacuentos y docente de Eivida, Escuela de Intuición y vida en Ibiza.

A través de diversos cursos y talleres Eivida trata de dar herramientas para recuperar esa facultad innata que la sociedad ha ido acallando en los últimos tiempos, en aras del pensamiento racional. “El papel de la intuición es el conocimiento interior, pero hay cosas que bloquean esa comunicación con nosotros mismos”, comenta Encarna. “A veces nos llamamos pero no estamos en casa, porque la mente está ocupada en otros asuntos (el trabajo, las vacaciones en Benidorm). Ocurre también que tenemos una tendencia a sentirnos atrapados en discursos ajenos o en creencias de otros. Nosotros tratamos de limpiar todo eso para que el canal quede despejado y se restablezca la comunicación interior, y esto tiene mucho que ver con sentirse simple, vivo, tranquilo, sereno. Es lo que vemos en individuos de sociedades más primitivas, que reaccionan al dolor o a la muerte o a los problemas de manera más natural, aunque igualmente se sientan tristes”.

En sus cursos de intuición dirigidos al ámbito laboral, Isabel García ha elaborado un método que llama HAD y que se divide en tres partes: higiene, ampliación y desconexión. “Por higiene entiendo que hay que eliminar los frenos o limites mentales para que la intuición pueda trabajar libremente. Estos son: los prejuicios (al emitir un juicio antes de tiempo, se paraliza la entrada de información), los estereotipos, los sesgos mentales o condicionamientos que influyen a la hora de tomar decisiones y la hiperturbulencia mental. Dentro de este último apartado estaría la euforia (que inhibe las señales de alarma), el miedo y el estrés que, generalmente, nos paralizan”.

Una vez hecha la labor de limpieza el siguiente paso será ampliar la información inconsciente y para ello García cree que son imprescindibles “una actitud positiva, ya que cuando estamos en modo negativo el cerebro se bloquea. Hay también que estimular los sentidos, y esto se consigue con ejercicios sencillos. Por ejemplo, mirar un cuadro y tratar de percibir hasta los detalles más pequeños. La ambicerebralidad (trabajar con los dos hemisferios cerebrales) es otra de las tareas de los talleres. Hay un ejercicio muy bueno para esto y que es muy simple. Se trata de leer en voz alta”.

Ante esto, una pregunta que nos asalta, ¿debemos fiarnos siempre de nuestra intuición, seguir fielmente a nuestras corazonadas? Isabel García habla de ‘intuiciones pervertidas’ y son todas aquellas que no han pasado por el análisis racional, para ver si son factibles o no. “Sería el caso de un médico que tiene un gran ojo clínico y puede adivinar lo que le ocurre a un paciente con solo verlo, pero debe comprobar que su diagnóstico es cierto para no cometer errores graves”.

Algo que casi todos los meditadores y yoguis saben es que para acceder al inconsciente hay que hacer callar a la mente consciente (‘el mono loco’ que llamaban los budistas), y para ello están las técnicas de meditación, relajación o contemplación. “Sin llegar a tanto, hay cosas sencillas que podemos hacer y que, de hecho, hacemos. Por ejemplo cuando decimos lo voy a consultar con la almohada. Aparcamos el problema, lo dejamos reposar y nos desentendemos de él por unas horas para que la solución aparezca por si sola”, señala García.

Aliados de la intuición

“En esta sociedad en la que lo inmediato es urgente, no toleramos la incertidumbre y solo buscamos certezas, confiar en la intuición es confiar en nosotros mismos y eso es algo que no estamos acostumbrados a hacer, pero deberíamos aprender un poco de los niños. Ellos tienen menos almacenaje de información inconsciente pero, a cambio, tienen menos ruido mental, menos prejuicios y se escuchan más a si mismos”, señala Marisol Delgado. “Si tuviera que apuntar algunos ejercicios para desarrollar o conectar con nuestra intuición yo aconsejaría: repasar, de vez en cuando, lo que nos importa en la vida, nuestros valores; atender las señales de nuestro cuerpo, meditar o estar solo con uno mismo un rato cada día y vivir, tener experiencias lo más variadas posible”, propone esta psicóloga.

Para Encarna de las Heras, “el humor, el mantener un contacto directo con el propio cuerpo (sentirlo, tener placer con él y estar lo más posible en él) y no juzgar tanto lo que nos pasa, sino mantenernos más como espectadores, son actitudes que favorecen el contacto con ese conocimiento interior, que va a revertir en todas las áreas de nuestra vida y que nos hará huir de las situaciones que no nos hacen felices (trabajos inadecuados o relaciones tóxicas)”.

“Cuando se trabaja con la intuición se aprovecha mejor el potencial del cerebro, se resuelven mejor los problemas, se es más creativo y se toman mejores decisiones y se incrementa la productividad un 7%. A nivel de relaciones con los demás también hay grandes beneficios, ya que se fomenta la empatía, se es más espontáneo y se evitan, de manera inconsciente, las malas compañías”, asegura Isabel García.

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