_
_
_
_
_

«Es un dolor que se enquista»: congelar amigos o cómo poner distancia con alguien para recalibrar la relación

Las relaciones de amistad no son estáticas. En ocasiones, si sentimos que algo va mal, es buena idea tomar distancia y para reflexionar sobre cómo continuar (si lo hacemos).

(Ilustración de Getty)
(Ilustración de Getty)

Cuando Manuela empezó a ir a la universidad, notó que poco a poco la relación con la que había sido su mejor amiga en el instituto, que había empezado una carrera distinta, ya no le resultaba tan placentera. “Yo veía que ella tenía unas exigencias hacia mí que yo no podía cumplir. Si ella quería hacer algo y yo prefería no ir, por ejemplo, le sentaba muy mal”, explica. Poco a poco, se fue distanciando. “No es que tomes una decisión consciente de que vas a dejar a esa persona en la nevera, pero de alguna manera decides que ya no sacas el mismo placer. Notas que el tiempo que pasas con esa persona ya no es positivo. Entonces te alejas”, cuenta.

Tener amigos es bueno para la salud (y no tenerlos es malo), pero las amistades que pasan por una época en la que generan malestar no son inocuas. Las interacciones sociales negativas, que muchas veces se dan con gente cercana, están relacionadas con un aumento de la actividad proinflamatoria, con el riesgo de hipertensión, y tienen efectos negativos en nuestra autoestima. Ese alejamiento es también, en cierto modo, una forma de protegerse.

Aun así, la historia de Manuela, que ahora tiene 39 años y prefiere no compartir su nombre real, y su amiga tiene un final feliz. Como estaban en la misma pandilla y frecuentaban los mismos sitios, nunca llegaron a perder el contacto del todo. Y, finalmente, la relación se descongeló. “Pasan los años, maduras, te haces mayor, todo eso ya deja de tener tanta importancia, y valoras otras cosas. Valoras lo que la otra persona te puede ofrecer y no le pides más de lo que te puede dar, y ahí es cuando todo empieza a ir bien”, cuenta la entrevistada. La amistad ha vuelto.

Los vaivenes amistosos no son nada extraño, especialmente en épocas en las que hay muchos cambios en la vida. Los distanciamientos son algo que ocurre muchas veces de forma natural y sin que haya un malestar detrás de ellos, pero en otras ocasiones sí los causa algo inherente a la propia relación. De forma consciente o inconsciente, una parte decide poner a la otra en la nevera o en el congelador. Dar un paso atrás, recalibrar esa amistad, ver si se puede salvar (porque se quiere salvar) y cómo hacerlo.

“Es buena idea distanciarse si vemos que hay algo que no nos hace sentir bien”, explica Mireia Cabero, profesora colaboradora de los estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y directora de Cultura Emocional Pública. “Cuando percibo cierto malestar cada vez que estoy con esa persona o la pienso, ese malestar es indicador de que hay algo que no funciona bien entre nosotras”, asegura.

Tras esa retirada, la experta indica que son necesarios tres pasos. Primero, analizar y aceptar lo que nos pasa. Después, poder comprenderlo. “¿Qué dice de mí que me sienta así?, ¿qué dice de lo que necesito?, ¿qué dice de lo que me genera esa persona?”. Por último, una llamada a la acción, decidir cómo se va a gestionar la situación, qué tiene que pasar para que nos podamos volver a acercar a esa persona cuya amistad queremos mantener.

Porque esa es una característica de estas amistades congeladas: en principio, no se busca cortar por lo sano con ese amigo. “Seguramente tenga que ver con el coste-beneficio de la relación. Cuando nos aporta más cosas positivas que negativas, aunque se esté pasando un momento duro o difícil, vale la pena simplemente tomar distancia un tiempo”, explica Nathalie Lizeretti, psicoterapeuta y coordinadora del Grupo de Trabajo de Inteligencia emocional del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña (COPC). Eso sí, tomar distancia y no trabajar en qué pasa no sirve para nada, aclara.

Habrá también ocasiones en las que la amistad no sobreviva a ese enfriamiento. “Es posible volver, pero requiere que nos hagamos cuatro preguntas de oro”, indica Pablo Fernández Berrocal, catedrático de Psicología y director de Laboratorio de Emociones y del Máster de Inteligencia Emocional de la Universidad de Málaga (UMA). “‘¿Puedo confiar en mi amigo/a o me genera desconfianza?, ¿es una amistad sincera o es una relación interesada e instrumental?, ¿es leal, me puedo fiar de esa persona? Y, finalmente, ¿es una relación recíproca, o unidireccional o asimétrica?’. Si la respuesta a varias de las preguntas anteriores es negativa, no merece la pena mantener esta relación. Hay muchos peces en el río de la amistad y es muy importante saber elegir a los auténticos amigos”, señala.

Lo mejor es siempre hablarlo

Hace unos años, en el Twitter británico se hizo viral un tuit en el que se compartía un mensaje que decía “¿Tienes la capacidad emocional/mental para que me descargue contigo unos minutos sobre algo médico/relacionado con el peso?”.

La autora del tuit compartía ese mensaje, que le había enviado una muy buena amiga, como ejemplo de algo muy positivo. Aunque tenían el tipo de relación en el que claro que no hay que pedir permiso para algo así, hacerlo tenía en cuenta que no siempre estamos en el estado emocional adecuado para atender correctamente a nuestras personas más cercanas. El tuit fue ridiculizado: ¿a qué clase de amigos hay que pedirles permiso para contarles nuestros dramas?

Sin embargo, si esa persona no está en ese momento óptimo, a lo mejor contesta mal o no escucha bien o escucha pero pensando en que en realidad son sus problemas los que deben ser escuchados. Si la situación se repite, quizá una de las dos personas acabe iniciando ese distanciamiento. Una decisión que suele ser unilateral y una consecuencia de no hablar las cosas.

“En las amistades sucede lo que hemos construido conjuntamente”, explica Mireia Cabero, de la UOC. “Si hemos tenido la habilidad de poder construir una relación donde la comunicación sea abierta, donde podemos explicar cómo nos sentimos, hay un espacio más abierto para explicarnos. ‘Mira, me he dado cuenta de que últimamente, cuando te explico lo que me sucede, me ayudaría más si en lugar de darme consejos, me escucharas y me ayudaras a pensar a mí’, por ejemplo. Debería no pasar nada más que esto, pero para poder tener una conversación así de abierta es imprescindible haber creado el contexto previamente: de confianza, humildad…”, señala.

Cuando se dan estas condiciones, los distanciamientos por malestar se pueden evitar, pero también comprender y aceptar. Así, la experta indica que, cuando se está en el otro lado, es decir, cuando se nota que un amigo se está alejando, también es buena idea hablar con la persona. “Es mejor preguntar si todo va bien. Y aceptarlo, porque las personas no deben sentirse juzgadas, sino aceptadas en su distanciamiento.  No hace falta preguntar si el problema es conmigo específicamente, es más un qué tal estás, un puedo hacer algo por ti. Si la otra persona dice que lleva un tiempo en el que le apetece más estar lejos, se acepta y no pasa nada”, explica.

En este caso, también es recomendable (e inevitable) mirarse a uno mismo y, como explica Pablo Fernández Berrocal, de la UMA, hacerse de nuevo esas mismas preguntas, pero sobre nuestro grado de implicación emocional en esa relación: “¿Puede mi amigo confiar en mí?, ¿es mi amistad sincera o interesada?…».

Estar en ese otro lado suele ser doloroso. Manuela también lo vivió con otra amiga muy cercana, que de pronto notó que se alejaba. “Empiezas a notar que cada vez habla menos contigo, que se empieza a reservar más cosas, y que está distante. Emocionalmente es difícil asumir que una persona te está haciendo el vacío, sobre todo porque normalmente cuando pasan estas cosas no es una situación que afrontes directamente, no se lo dices a la otra persona. Simplemente ves que está ocurriendo y te lo vas tragando. Y eso es un dolor que se te enquista porque no lo hablas con nadie”, recuerda.

Sin embargo, ella sí lo quiso hablar pasado un tiempo. “Me armé de valor, harta de comerme el tarro, y le pregunté si había dicho o hecho algo. Me dijo que me lo había inventado, que no había pasado nada”, cuenta. La amistad cercana, como era de esperar, no volvió. “Ahora hablamos de vez en cuando. Qué tal y eso. ‘Tenemos que quedar’; nunca lo hacemos. Pero yo estoy mejor porque sé que no estaba en mi mano si ella no era honesta para decirme con confianza qué pasaba”, reflexiona.

Muchas de las amistades congeladas no llegarán nunca al deshielo, pero otras, como muestra el caso de Manuela con su amiga del instituto (el congelamiento no es raro, de hecho, en amistades que vienen de la infancia o adolescencia), sí lo harán. Pasados los años y en distintas etapas vitales, “es como una relación nueva con una persona vieja”, indica Nathalie Lizeretti, del COPC. O quizás hayáis cambiado ambos tanto que sea como una relación nueva entre dos personas nuevas que resulta que compartieron un trocito de sus historias hace unos años.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_