_
_
_
_
_

«Es asombroso el miedo a la soledad»: ¿hasta dónde somos capaces de llegar para no perder el amor del otro?

Esto es lo que se pregunta la escritora y terapeuta Adriana Royo en su nuevo libro, Ética del despiadado, dedicado a todos aquellos que no hacen lo que realmente quieren por miedo al rechazo.

Adriana Royo, autora de 'Etica del despiadado'.
Adriana Royo, autora de 'Etica del despiadado'.Cortesía de Ediciones B

Qué perdidos seguimos estando en el asunto del amor. Queremos mucho, pero queremos mal. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Porque si miramos un poquito hacia nosotros mismos, no tardaremos en identificarnos con algunos patrones que hacen que una relación se vuelva un tanto insana, tóxica. Da igual la edad, las experiencias amorosas que hayamos tenido o lo maduros que seamos; a la hora de amar lo hacemos como niños de parvulario. Podemos llegar a ser egoístas, posesivos, manipuladores y un poco cabezotas. Porque somos capaces de hacer cualquier cosa para no ser abandonados. Tragamos, callamos y nos convertimos en otra persona. Y es que solo hay un sentimiento más grande y poderoso que el amor (pero no mejor, eso nunca): y ese es el miedo. Miedo al rechazo, miedo a que nos dejen, miedo a no ser suficiente. Porque además de no saber amar al prójimo, tampoco llevamos muy bien lo de amarnos a nosotros mismos.

Eso es de lo que nos quiere hablar la escritora y terapeuta Adriana Royo en su nuevo libro, Ética del despiadado (Ediciones B), donde trata los patrones de codependencia que generamos en nuestras relaciones para preservar nuestra zona de confort. Además de explicar temas tan complejos de una forma amena, Royo trata de enseñarnos a ser mejores personas tanto con nosotros mismos como con los demás. Hablamos con ella sobre relaciones abusivas, el autosabotaje y ese eterno miedo a quedarnos solos.

Dice que Ética del despiadado está dedicado a todos los que dejan de ser ellos mismos con tal de no ser rechazados. ¿A qué tenemos miedo?

Tememos expresar ciertos aspectos de nosotros mismos por miedo a que nos juzguen y, con ello, que nos rechacen. Tememos la soledad, la separación, el cambio. Tememos sentirnos insuficientes y somos capaces de encorsetarnos hasta límites insospechados con tal de que nos acepten. Es lógico que una parte de nosotros se tenga que adecuar, ya que vivimos en sociedad y se necesita un tipo de límites morales para que cohabitemos; el tema es dónde está el límite de cada uno. Hasta qué punto uno debe contenerse y someterse con tal de no ser juzgado.

En muchas ocasiones veo a mi alrededor, e incluso en mí misma, patrones muy codependientes en las parejas, y me resulta asombroso que hoy en día todavía tengamos tanto miedo a quedarnos solos. ¿Sigue estando vigente el cliché de “la solterona” o es que simplemente ponemos el peso de nuestra felicidad sobre la espalda de nuestra pareja?

Son muchas capas: sociales, culturales, económicas, hormonales, psicológicas y emocionales. Realmente es asombroso el miedo a la soledad, lo curioso es que estamos más solos que nunca, sin tiempo para nosotros mismos, atrapados en una rueda de trabajo y consumo, aislados, sin conocer a nuestros vecinos o sin preguntarnos mucho cómo estamos verdaderamente. Consumimos personas y vendemos desesperadamente falso optimismo y superficialidad. Vivimos apiñados en ciudades y nos desconectamos los unos de los otros, incluso de nosotros mismos. La ansiedad y la depresión son básicas para sobrevivir hoy en día en las ciudades. Lo curioso es que en este individualismo estamos muy solos, pero llenamos esa soledad con cosas que pretenden saciar ese vacío. Todos deseamos conectar con otro, sentir esa complicidad, que te vean y te reconozcan y te amen. En esa búsqueda incansable a la que nos apegamos, tememos soltar, por eso nos aferramos y aceptamos relaciones perjudiciales. Construimos relaciones abusivas cuando estamos al lado de otro pretendiendo que nos salve de nosotros mismos.

En ocasiones sucede lo contrario, que nos responsabilizamos de la felicidad del otro. ¿Cómo podemos deshacernos de esa culpa?

Aquí hay doble filo. Por un lado, si nos responsabilizamos del bienestar del otro nos convertimos en una mamá y un papá con miedo a que los abandonen, por lo que crear deuda hará que el otro no se vaya de mi lado. Por otro, conseguimos no responsabilizarnos de la nuestra y, por lo tanto, no fracasar.

¿Cómo diferenciar el amor de la dependencia emocional?

Si haces del otro casi tu centro del universo. Es importante tener aspectos de tu vida que te llenen, que sean tuyos, y no apoyar tu estabilidad y confianza interna en el otro. Es obvio que somos seres sociales y necesitamos la aceptación y el reconocimiento del otro, pero no debes hacer o decir cosas que te sientan mal por miedo a que el otro te deje o se enfade.

¿Cómo saber si se es el dominante o el sumiso de una pareja? ¿Qué patrones o comportamientos siguen?

En algunos casos, los roles están claros. Uno ejerce el rol de poder y control y el otro de adaptación y complacencia. En otros casos, los roles son intercambiables y en ocasiones uno ejerce el control, quizá de forma más explícita, con más enfados, quejas abiertas y juicios. Por qué has hecho esto así, por qué eres asá, esto lo haces mal. Y el otro, de forma más subrepticia, más pasivo agresiva, con chantajes, comentarios, miradas, manipulaciones más sibilinas. Uno cree que la culpa siempre es del otro, tiende a enfadarse más y aunque esconde insuficiencia, se cree muy seguro de sí mismo; el otro tiende a sentirse culpable, insuficiente, que siempre es el problema y que es responsable de todo, pero en ambas se ejerce un rol de poder.

¿Todo esto tiene algo que ver con que nos sintamos atraídos por los personajes oscuros y los antihéroes?

Muchas veces nos vemos atraídos por personas que expresan aspectos que nosotros negamos de nosotros mismos. Nos gustan las series o películas sobre psicópatas y acabas simpatizando para que no los pillen, aunque sean asesinos o presidentes corruptos sin ningún tipo de código ético. Los antihéroes poseen defectos, por lo que no tienen que ser siempre rígidamente perfectos, ahí descansamos de nuestro control interno por no mostrar mucho nuestros aspectos más sombríos, perversos o depravados, que los tenemos. El ser humano tiene muchas capas y solo aceptamos y expresamos las correctas, cuando por dentro nos están pasando muchas cosas que a veces rozan la ilegalidad. Parece que nos cuesta permitimos ser humanos, es decir, aceptar al humano con sus virtudes y sus bajas pasiones.

Esto del miedo al rechazo va mucho más allá del entorno amoroso, me parece un tema que viene muy al caso en el entorno de las redes sociales.

En las redes sociales proyectamos un nivel de odio bárbaro, ese mismo que no sacamos con nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos o compañeros del trabajo y las redes son perfectas para descargarse y nunca afrontar esa parte de nosotros mismos que no vemos; preferimos señalar al otro con tal de no responsabilizarnos de partes que nos desagradan. Hay mucha ceguera, poca reflexión, autocrítica y poco diálogo en las redes. Hay verdaderos vertederos de desprecio, y eso solo significa que estamos irascibles, intolerantes y lo exteriorizamos como niños sin ningún tipo de responsabilidad.

Habla mucho del concepto de empatía. ¿Cuándo debemos dejar de ponernos en la piel del otro y cuidar de nosotros mismos?

La empatía sin límites es autodestructiva. Aunque a esto lo llamo simbiosis. La empatía es la capacidad de ponerte en los zapatos del otro. En la simbiosis me adueño de lo que siente el otro, lo siento yo, me cuesta separarlo de mí, siento el dolor del otro, lo antepongo al mío y me olvido de lo que siento yo. Ahí la empatía se pasa de rosca. Me sentiré culpable si no atiendo a un amigo que está mal aunque yo esté peor.

En este libro reivindica el poder del enfado como herramienta liberadora. ¿Tenemos que enfadarnos más (y mejor)?

No es tanto un tema de cantidad sino del desde dónde. Reivindico el poder de expresar la rabia en formas fértiles de crecimiento, tanto para uno como para el otro. Si algo nos tensa por dentro, nos duele o nos asusta, expresarlo de forma honesta, sin maniobras o estrategias. La rabia de la que hablo sale en forma de autoridad, pero no desde el abuso, la opresión y el miedo, sino desde una confianza interna que hace que me cuide a mí mismo, que permite que el otro me conozca. Esto no me sienta bien, y protejo mi dignidad desde el auto respeto. ¿Qué es el amor si no dignidad a uno mismo?

Después de todas estas reflexiones, ¿el amor perfecto es una quimera?

Creo que la misma quimera es creer que existe un amor perfecto. ¿Qué es la perfección?, ¿la perfección de mi ideal?, ¿de mi fantasía? ¿Es querer que el otro que se adapte a mi idea del amor? ¿Es interpretar una película hollywoodiense de amor? ¿Es estar seguro al lado de alguien protegido de los cambios bruscos e inevitables de la vida? Además, el amor tiene muchas fases, y dentro de ella también está la del duelo. Habría que preguntar qué idea del amor tenemos y averiguar si creemos que hemos fracasado con nuestras parejas porque no han llegado a esa idea. Quizá el problema está en que hablamos mucho de amor, le ponemos muchas palabras, pero amar es una práctica.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_