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«El amor en este siglo es un mensaje con doble check sin respuesta»

La ilustradora Sara Herranz reflexiona en ‘La persona incorrecta’ sobre cómo la tecnología nos ha desconectado de nosotros mismos.

Ilustración de Sara Herranz.
Ilustración de Sara Herranz.

Creemos que la tecnología nos han unido más que nunca. Ahora podemos ver en Facebook qué fue de la vida de aquellos amigos de la infancia, o podemos dejar que se nos escape un “¿qué tal estás?” de vez en cuando por Whatsapp con nuestro primer amor.

Sin embargo, tras leer la nueva novela gráfica La persona incorrecta (Lunwerg) de la ilustradora Sara Herranz, se tiene la sensación de que las redes sociales lejos de unirnos, nos han distanciado, no solo de los demás, sino incluso de nosotros mismos.

“La tecnología juega un papel fundamental en La persona Incorrecta porque está en nuestro día a día”, explica Herranz a S Moda, refiriéndose sobre todo a su generación, la que acaba de entrar en los treinta. Quizás porque la generación de los llamados millennials es la que ha crecido al mismo ritmo que las nuevas formas de comunicación, desde  “el cambio de lo analógico a lo digital,  la llegada de Internet, nuestra adolescencia en los chats de Terra, los zumbidos del messenger, los primeros teléfonos móviles y los SMS, y ya por último la llegada de las redes sociales. La tecnología es parte de nuestra vida cotidiana y  del lenguaje en el que nos comunicamos hoy”.

La melancolía de los tiempos sin selfies   

La tecnología también ha cambiado la dinámica de las relaciones, pero queda por saber si ese cambio ha sido para bien o para mal. Una cuestión sobre la que Sara Herranz aventura que “ahora hay cierta ansiedad por permanecer conectado.  Creo que antes de la aparición de Internet y de las redes sociales,  éramos mucho más ingenuos de lo que somos ahora”. Algo que en su libro se refleja en un tono especialmente melancólico, porque como revela la autora, “soy una enferma de la nostalgia”.

Aunque quizás en esta ocasión sí que tenga sentido mirar hacia atrás, a ese tiempo en el que los amaneceres se disfrutaban en compañía de otras personas, y no solo del teléfono móvil para compartir un selfie. “El hecho de que ahora necesitemos registrar todo lo que hacemos, quizás haya hecho que se pierda esa singularidad. Ya no es tanto una experiencia personal, íntima, privada, sino mucho más pública”.

Sin embargo, pese a vivir atentos más a lo público que a la esfera privada, irónicamente “vivimos en una sociedad que nos hace cada vez más individualistas”. Así, aunque el doble clic promete hacernos la vida diaria mucho más fácil y “podría parecer que tenemos más facilidades para conectar con las personas”, lo cierto es que “a la vez nos sentimos cada vez más solos”. Esta opinión queda perfectamente reflejada en el lema «el amor en este siglo es un mensaje con doble check sin respuesta» que acompaña una de las ilustraciones del libro.

De esta forma, Herranz en su libro transmite la reflexión de que “conectar con alguien es de las cosas más difíciles y con los años se va haciendo más complicado. Ese es quizás el sentimiento que perturba más a mis personajes. Como una vez sintieron que habían encontrado a esa persona correcta y que por la juventud entendieron que no sería tan complicado volver a encontrarla otra vez. Pero a veces es difícil que eso vuelva a pasar”, más aún en los tiempos de Tinder.

Disponible para todos, menos para mi

Como apunta la socióloga y sexóloga Lara Herrero, las nuevas tecnologías, o más bien el uso de las mismas “son un medio de socialización que nos coloca en un estado de disponibilidad ilimitado en un entorno mucho más amplio que la familia, la pareja o la red de amistades”. Algo que tiene sus pros y sus contras, ya que “normalmente si estamos en redes sociales, estamos para todo el mundo”. Es decir, para las personas que queremos y con las que nos apetece comunicarnos, pero también para las que no nos apetecen tanto. Eso supone que nuestra atención tenga que ser distribuida entre todos, por lo que aunque “nuestra red de contactos es mucho más amplia que antes, esto no significa que sea de calidad”.

De esta forma, una de las consecuencias, según la experta, es que se “difuminan los espacios relacionales”. Si bien tenemos acceso a más información y formación, cosa que es positiva, parece que el precio a pagar, es que “se pierde privacidad e intimidad”. Tan sencillo como que nuestras fotos de Instagram revelan dónde estamos en cada momento, o como que un instante íntimo, bien a solas, o con compañía, se convierte en un evento público en cuanto lo compartimos en redes. Todo ello afecta a las calidad de las relaciones, “por ejemplo, un encuentro sexual puede verse interrumpido por el uso del móvil”. Y es que como reflexiona Herrero, las redes a veces nos impiden disfrutar de las experiencias como lo hacíamos antes.

Algo que choca radicalmente con la época del auge del mindfulness y de la concentración en el momento.  Desde el punto de vista del psicólogo Manuel Antolín, precisamente el auge por la gestión de nuestras emociones, proviene de esta nueva forma de vivir centrados en la multitarea, por lo que “el dominio de la atención en la tarea —o persona— con la que estamos en ese momento se convierte en una habilidad esencial”.  Sin embargo, aunque precisamente “el  mindfulness es una práctica que nos ayuda a estar más presentes en el momento actual, sin juzgar, y disfrutando de aquello que hacemos”, surge la ironía de que aparecen “aplicaciones en el móvil para practicar mindfulness”.

Ilustración de Sara Herranz.
Ilustración de Sara Herranz.

Una vida real difuminada

El cambio en las relaciones, obviamente, también influye en la relación de pareja. Como escribe Sara Herranz en una de las ilustraciones de su libro, “en este siglo el amor es un mensaje con doble check que no tiene respuesta”. Lara Herrrero reflexiona que “ahora podemos conocer a una persona sin haber estado físicamente con ella. Y es aquí donde cambia el modo en que nos relacionamos. Podemos borrar de nuestra vida a alguien a golpe de clic, evitando el diálogo, los vínculos afectivos, las negociaciones o responsabilidades propias de cualquier relación”. Esto hace que no solo cambie la forma de relacionarnos con las personas que realmente conocemos, sino que creamos relaciones que en ocasiones “no son más que un espejismo, un anhelo individualista que pide a gritos formar parte de una red”.

Y es que el problema no es tanto la herramienta en sí, como la superficialidad que a veces implica su uso, por lo que Manuel Antolín apunta que “lo recomendable es ser real, no aparentar una vida perfecta, también hablar de tus defectos o malos momentos. Eso hace que tu historia sea más creíble y honesta”.

Aunque a veces, evadirse en las redes sociales para huir del momento real, no es deliberado, y es que el móvil o la tablet no son solo una pantalla digital, a veces también son una forma de poner una pantalla que nos esconda del mundo, puesto que como apunta el psicólogo Manuel Antolín, “podemos pasar mucho tiempo en redes sociales para no afrontar los problemas que tenemos delante”.

Y quizás es que el problema no esté en las tecnologías, sino en nosotros mismos. Así, a modo de reflexión final la autora Sara Herranz agrega que aunque La persona incorrecta habla de muchos temas, como el amor, la pérdida o la madurez, igualmente “me parecía interesante hacer una crítica sobre la vida moderna en la que nos encontramos inmersos y en la que apenas tenemos tiempo para reflexionar. Vivimos tan rodeados de ruido que es muy fácil despistarnos”.

Y es que a veces, incluso en la relación más importante de todas, la que se tiene con uno mismo, “nos olvidamos de profundizar”.

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