El día que combatí la celulitis con dióxido de carbono

Jane Fonda, icono total e ídolo transgeneracional
Jane Fonda, icono total e ídolo transgeneracional

Reconozcámoslo, Jane Fonda es una jefa suprema. Lleva décadas siéndolo. Jane Fonda es Barbarella; es la coach de aeróbic más enrollada del mundo (con permiso de Millán Salcedo); es Bree Daniels en Klute; es la activista que se movilizó por los derechos civiles y la que protestó contra la guerra de Vietnam. Jane Fonda es Leona Lansing y es la mujer que dijo aquello de que «el feminismo no significa que estés en contra de los hombres o que seas una mujer enfadada quema sujetadores. De hecho, no creo que nadie los quemó en su día». Jane Fonda tiene 77 años. Yo de mayor quiero ser como Jane Fonda (me faltan 34 años para ver si consigo mi objetivo, deseadme suerte) y yo de mayor quiero estar TAN buena como Jane Fonda. Quiero ser alguien que siga teniendo fuerzas para luchar por la igualdad, que dé lecciones de humanidad y, para qué os voy a mentir, me gustaría seguir haciéndolo con unas piernas bastantes parecidas a las suyas. Quiero poder pisar una alfombra roja ASÍ de estupenda y cortar el hipo. Todas, en el fondo, queremos molar tanto como Jane Fonda. Sinceramente, ¿quién no querría ser Jane Fonda?
Leona

Llega mayo y me acuerdo de mis piernas y mi celulitis. Arg. Toca quitarse las benditas medias opacas. Arg. Es el momento de repetirme mantras feministas, de recordar a Caitlin Moran y a todas esas superheroínas que iluminan nuestro camino riéndose de sus cuerpos. NO ME AFECTA, pienso. Amy Schumer lo sabe. Sarah Silverman lo sabe. ES NORMAL, pienso. Mi cuerpo evoluciona y qué pasa si tengo celulitis. Soy mujer y las mujeres tenemos celulitis igual que los hombres se quedan calvos. Es lo que hay. Pienso que es algo normal, que el 85% de las féminas que pisamos este planeta la tenemos y que la obsesión por infantilizar el cuerpo femenino es totalmente cultural. Que las piernas tersas de una quinceañera no duran para siempre. Que la celulitis, si me lo plantease, podría ser mi amiga. Total, lleva unos cuántos años saludándome insistentemente cada vez que llega el verano para recordarme que tenemos una relación de los más íntima. Pero para qué voy a mentir. Odio a mi celulitis. Lo siento en el alma, no podemos ser amigas. Lo intento, pero celulitis, entiéndeme, no te quiero sacar a cenar y mucho menos llevarte a la playa. Tú y yo no vamos a jugar a las palas en la arena. Tengo que romper con mi celulitis. Y una amiga llega al rescate para tratar de conseguirlo.

Tras haber probado unas cuantas cremas anticelulíticas a lo largo de mi existencia y abandonarlas por pura vagancia y olvido, una amiga de confianza menciona una palabra que nunca había escuchado: Carboxiterapia. «La solución a tus males», me dice. Tras el ¿ein? de rigor investigo un poco más. La carboxiterapia es una técnica para combatir la flacidez, la celulitis y para mejorar el aspecto de cicatrices. La carboxiterapia, amigas, consiste «en la aplicación del gas de dióxido de carbono por vía subcutánea mediante pequeñas infiltraciones en los tejidos afectados». ¿CÓMO QUE SUBCUTÁNEA? ¿AGUJAAAS? Sí, aguja, en singular. Una minúscula aguja será la encargada de romper mi amistad con la piel de naranja. Odio las agujas. Me sacan sangre y miro hacia otro lado. En Trainspotting lo pasé fatal. Igual esto de la carboxiterapia no es para mí. Paso de agujas. Mi amiga me calma y me dice que no pasa nada, que todo irá bien. «Súperalo, es más pequeña que una para la insulina». Me recomienda consultar con el Instituto Médico Láser de Madrid, donde ella se hizo el tratamiento y acabó tan feliz como para poder abrazarme, animarme y desearme suerte. Estoy lista para mi sesión de Cellu-shape.

Leona

Sigo sus consejos y pido hora. Me recibe una doctora que me pregunta por mi dieta (pues «medio bien», aunque para nada soy como estas jóvenes lozanas) y si hago ejercicio («procuro no hacer el rídiculo en las clases de spinning»). La doctora calma mis temores informándome de que la carboxiterapia es una técnica que nació hace mucho tiempo (en la década de los 50), cuando un grupo de médicos especialistas en cardiología de la estación de aguas termales de Royat (Francia) observaron que los pacientes con problemas de circulación sanguínea mejoraban en la calidad cutánea cuando se trataba con CO2 a nivel subcutáneo. Por eso facilitará mi ansiada ruptura con la celulitis. La doctora me cuenta que la carboxiterapia funciona porque uno de los factores fisiopatológicos de la celulitis es el compromiso vascular y los problemas de circulación en la zona. La inyección de CO2 producirá «una vasodilatación automática de la vascularización», lo que en cristiano vendría a ser que aumentará la cantidad y velocidad de flujo sanguíneo. El gas carbónico estará unas 24 horas en mi cuerpo y desparecerá por la respiración como el CO2. No podré tomar el sol en las próximas 48 horas. No hay efectos secundarios.

La cosa dura poco (unos 30 minutos) y la charla es lo de más amena. Eso sí, aviso para navegantes: la carboxiterapia NO es indolora. Según tus niveles personales en el umbral del dolor (no es jerga de BDSM, es así), padecerás más o menos. Durante la sesión, la doctora realiza varias inyecciones por mi pierna y vientre. La sensación de gas inyectado puede llegar a ser molesta, pero dura pocos segundos. Como un escozor en la zona de aplicación, pero por lo visto es indicativo de que la vasodilatación se está produciendo (es lo que tienen las rupturas que siempre son molestas y poco fáciles). La angustia que arrastraba antes de la sesión desaparece al averiguar que al finalizar un tratamiento de unas 10 sesiones de 30 minutos puede que hasta llegue a disminuir una talla. No sé si me he sugestionado tanto que realmente noto una mejoría (leve) tras una sesión en mi piel y tiene bastante mejor aspecto. La celulitis sigue ahí, pero en el fondo sé que nos estamos separando. Adiós celulitis, hola (proyecto de) piernas de Jane Fonda.