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Un plan local para los que odian las actividades turísticas

¿Por qué hacer cola para ver el Empire State si puedes hacer un tour de comida callejera en Queens? Gidsy ofrece alternativas ‘micro’ a los que detestan las vacaciones masivas. Ashton Kutcher ya es inversor

banksy cover

De la misma manera que al éxito de una película sobre vampiros le suelen seguir otros 200 filmes sobre seres sobrenaturales o que si un formato televisivo funciona, los clones no tardan en aparecer, los husmeadores de internet buscan réplicas de éxitos recientes. Es innegable que uno de los triunfos más llamativos de los últimos años es el de la web Airbnb, que permite a cualquiera alquilar por noche una habitación de su propia vivienda, una casa o apartamento. La startup de San Francisco ha ampliado las posibilidades de alojamiento (cualquiera se puede convertir en hostelero) y ha cambiado la manera en la que muchos planean sus vacaciones, contactando con otro individuo en la ciudad de destino y prescindiendo por completo de intermediarios (más allá de la propia Airbnb, que se lleva un porcentaje de cada reserva). 

¿Y qué hace el viajero Airbnb una vez llega a su ciudad de destino? Él, que presumiblemente cuenta con suficientes recursos, que seguramente aborrece los buses turísticos y está ávido de las recomendaciones locales que pueda ofrecerle su huesped. Pues lo que hace es entrar en Gidsy.com y contrata una cena en una casa particular, un tour con un grafitero que le guiará por el arte callejero local o explorará su interés más concreto, ya sea el futbolín (en Berlín hay quien ofrece un tour por los mejores bares con foosball) o el yoga kundalini. Esa fue al menos la premisa de la que partieron Edial y Floris Dekker, los dos hermanos holandeses con sede en Berlín que fundaron la web. Los Dekker explican que, al llegar a la ciudad alemana, buscaban a alguien que les guiara en la cultura micológica local, que les indicara qué bosques cercanos a la ciudad eran buenos para encontrar setas y cuáles eran comestibles. Entraron en foros de aficionados pero les costaba encontrar a alguien que hablara inglés y quisiera hacerles de guía. Así se les ocurrió que debía haber más gente como ellos, con ganas de hacer cosas en una ciudad que no es la suya. 

Ahora tienen como socio a inversor a Ashton Kutcher, a quien le gusta cultivar un perfil de astuto inversor en startups y hasta ahora parece no equivocarse demasiado: apostó por Foursquare, Skype y la misma Airbnb antes de que triunfasen. La web cuenta ahora con más de 1.000 actividades listadas en decenas de ciudades, algunas tan peculiares como la que ofrece Patrick R. en Berlín, que se ofrece a ser un «doctor de citas». Por 58 dólares la hora comparte sus técnicas de aproximación en bares y garantiza conseguir «al menos un número de teléfono además del mío».

La mayoría, sin embargo, son propuestas más estandarizadas, como talleres de fotografía en Londres, una jornada de surf cerca de Lisboa y todo tipo de tutoriales de cocina: desde aprender a hacer challah, el típico pan judío en Nueva York a conquistar el arte del goulash en Budapest. Annabelle H., una australiana que vive en Madrid, se ofrece para revelar los «secretos del shopping» de la capital, con minitours especiales por el Rastro los domingos. En Barcelona se pueden hacer varios paseos guiados en bici, rutas de tapas, un tour por bares de ambiente lésbico, talleres de comida mexicana y hasta una clase que promete «enseñar a pintar como Picasso». Javier S. ofrece «cenas underground» para grupos de hasta nueve personas, una actividad de «tres horas para cenar, hablar y conocer la cultura local». 

Desde luego no es el Empire State: circuito por los ‘food trucks’ del barrio de Queens, en Nueva York.

Aunque siempre ha habido turistas que deseaban, ante todo, «no hacer el turista», iniciativas como la de Digsy o las de otras webs similares (Vayable, Canary.hop, y SideTour) sí muestran una tendencia hacia el turismo micro, hiperespecializado. Y, quizá más importante, reflejan otro tic contemporáneo: la monetización de lo cotidiano. Hace unos años, cualquiera con una habilidad concreta (saber hornear challah o, como en el caso del amigo Patrick, conseguir más números de teléfono que nadie) seguramente no hubiera pensado que podía hacer dinero con eso. Igual que a alguien con una habitación-estudio en su casa y un futón de Ikea no se le ocurría automáticamente alquilarla y cobrar 70 euros la noche. Pero en 2012, quien tiene algo, lo que sea, tiene un potencial tesoro a la venta. 

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