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En defensa del sexo vainilla

La modalidad sexual más ortodoxa e indolora reivindica su atractivo y rechaza ser tachada de moña, sosa o poco excitante.

sexo vainilla
Cordon Press

Este término que designa un sexo convencional fue ideado por los practicantes de BDSM, haciendo referencia al hecho de lo aburrido y poco creativo que resultaba ir a una heladería, con infinidad de sabores, y limitarse a pedir uno de vainilla. Sin ir más lejos, el otro día hice este experimento. Elegí una buena marca y pedí la variedad de Madagascar. Me trajeron dos bolas en una copa de cristal, adornadas con una ramita de menta. Estéticamente, lo más inmediato es echar de menos algo de color: el verde pistacho, el rosa de la fresa, que ahora triunfa en decoración, o el precioso morado del helado de arándanos, con connotaciones políticas para la presente época preelectoral. Todos tentadores, aunque decidirse por uno para pintar el dormitorio resultaría una tarea difícil. Probablemente, la mayoría se decantaría por un color crema. Neutro pero luminoso, relajante y con un toque de sensualidad del que carece el blanco. En cuanto al gusto, la vainilla no podría publicitarse como “una explosión de sabor en tu boca”, pero sí como algo sutil, suave, refinado, que solo los paladares sensibles –todavía no cauterizados por el glutamato monosódico- pueden apreciar.

Por seguir hablando de helados, existe también un cierto reto en optar por lo más simple en un mundo excesivamente complicado, con infinitas probabilidades. Es toda una filosofía, una meditación, una declaración de principios en un gesto insignificante. De hecho, últimamente he visto que algunas heladerías artesanales, las que realmente elaboran su propio género, tienen los sabores del día –solo tres o cuatro-. Algo que los que conocemos La Habana hemos podido comprobar en la legendaria Coppelia, cuyo menú de alguna jornada, fresa y chocolate, hasta dio título a una película.

Pasando ya al sexo, y para empezar este tema, tal vez lo más urgente sería redefinir qué es, a día de hoy, lo convencional; cuando en las farmacias se venden sets de 50 Sombras de Grey y cualquiera tiene un par de esposas en la mesa de noche y varios modelos de vibradores. Excepto la estética y la indumentaria pija, que no ha cambiado un ápice en 30 años y que parece al margen de la dinámica y la evolución; lo que se entiende por ortodoxo, sexualmente hablando, ha variado mucho en los últimos tiempos. Sin contar con el hecho patente de que se puede ser vainilla con un látigo en la mano, 15 metros de cuerda y una máscara de luchador mexicano y una gata salvaje con velas en la habitación, luz tenue y a Barry White como banda sonora. Yo diría que la cosa depende más de la actitud que de los accesorios o las técnicas que se utilicen.

En un artículo de la revista Gawker, el sexo vainilla se define como “el que usa la postura del misionero, a oscuras, entre una pareja heterosexual blanca, con muy pocos preliminares, rápido –aunque a veces no tanto– y con no más de un orgasmo”. Visto así no suena muy excitante, aunque el hecho de que incluya el clímax, a pesar de que solo una sola vez, ya lo haría excepcional para muchos/as.

Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “el sexo convencional de ahora no tiene nada que ver con el de hace 20 años. A veces se identifica el término vainilla con las prácticas sexuales de nuestros padres. Independientemente de los hechos de que no todos los miembros de la generación anterior eran unos mojigatos, en cuestión de sexo no hay nada nuevo bajo el sol y no somos nosotros los que lo hemos acabado de inventar; lo que entendemos los sexólogos por sexo ortodoxo incluiría el sexo oral y eliminaría el anal y las prácticas BDSM”.

Sara, 48 años, Madrid, es una firme defensora de, según sus palabras, “el sexo de James Bond. Pero el del personaje auténtico, el de las novelas de Ian Fleming. El agente 007 era un mujeriego y follador, pero era vainilla, elegante, un caballero que desayunaba, al día siguiente, con su ligue. Recuerdo la última vez que le sugerí a alguien que se quedara a desayunar. Salió corriendo como si compartir un café y unas tostadas se considerara ya vida doméstica”. Sara no es ninguna monja. Ha tenido varias relaciones, amantes y lo ha probado casi todo. A día de hoy, sin embargo, su postura favorita sigue siendo la del misionero. “Donde esté una posición frente a frente, de full contact, en la que te puedas mirar y besar, sobre todo si hay amor de por medio, las demás sobran. Yo también me he colgado de una lámpara, he hecho todo tipo de piruetas y no he disfrutado más. Lo que ocurre es que muchas veces esas performances se practican como sustituto del amor o de la pasión. Yo, en ese caso, soy más partidaria de cambiar el muñeco y volver a sentir todo eso de nuevo”.

¿Buscamos prácticas menos convencionales para amplificar las sensaciones?

¿Responde esta necesidad de probarlo todo, en materia de sexo, a una verdadera vocación aventurera o más bien a una insatisfacción que nos lleva de técnica en técnica, buscando la que pueda restablecer de nuevo la conexión entre los circuitos erógeno-sensitivos?, ¿es este rastreo fruto de la lujuria, el deseo o más bien de la frustración e insatisfacción? Una táctica muy común cuando no sentimos algo es amplificarlo, como haríamos con el volumen de la radio, cuando está muy bajo y lo subimos. Sin embargo, según Francisca Molero, la dinámica que utilizan los sexólogos es justamente la contraria. Ir hacia lo pequeño, reducir los decibelios para acabar con el ruido y poder escuchar los sonidos más insignificantes. “En pacientes con poca sensibilidad, utilizamos la técnica de la sensorialización desfocalizándola del sexo y tratando de despertar primero los sentidos. Le proponemos a la persona que se centre y empiece a poner la atención plena en pequeñas cosas, rituales cotidianos como comer, darse un baño, echarse crema en el cuerpo. Para luego ir avanzando más hacia el terreno sexual”.

Es muy probable que tras esta etapa erótica de fast and furious, empecemos muy pronto a vivir otra que opte por el vintage y la vuelta a las prácticas más románticas. Si antes la mayoría de los artículos y reportajes de sexo intentaban añadir algo de picante a la vida erótica, ahora algunos vuelven a los platos sencillos, de fácil elaboración, con productos de temporada e ideología km 0. En Vanilla Sex and Chocolate Sex, su autor exponía su rotundo punto de vista, “Si tú dices que yo soy aburrido, yo digo lo contrario. Yo creo que tengo una mente expansiva y suficientemente creativa para disfrutar de las sensaciones y del sexo sin necesidad de accesorios, cuando otros necesitan un montón de esfuerzo por sentir lo que yo siento. Simplemente, porque yo no necesite salir del sexo convencional y tú precises de arneses o tengas una diferente mentalidad no te hace más complicado o interesante que yo. Solo te hace diferente”.

En Alternet, incluso se hace un cierto alegato de sexo-social cuando se expone: “comprar un látigo de cuero no te da un título de azotadora y, seamos honestos, si realmente uno estuviera interesado en ello, seguramente empezaría por el ‘háztelo tú mismo’ y hubiera cogido un cepillo del pelo. Conseguir que la gente se sienta avergonzada por su sexo vainilla es una maquinación capitalista. Como cualquier experto en marketing sabe, en el momento en que alguien empieza a estar satisfecho es cuando las ventas se paran”. Mientras para Limara Salt, que publica en The Defrief una defensa a la postura el misionero y a todo el fondo de armario de la sexualidad, lo nuevo no siempre es sinónimo de tentador. “A parte de “por ahí no es”, “no siento nada” y “en mis últimas pruebas de enfermedades venéreas di negativo”, lo más terrorífico que alguien puede decirte en la cama es “¿por qué no probamos algo nuevo?”, dice Salt.

Ahora que las amas de casas llevan tatuajes, que los rotos de los pantalones son uniformes, intencionados e incrementan el precio de la prenda y que las funcionarias van a cursos de bondage; tal vez haya que reivindicar el sexo vainilla. Love me tender, sin demasiados preámbulos, sin una duración ilimitada y sin utensilios ni atrezos. Todos deberíamos tener la capacidad de echar un polvo en un ascensor, en poco tiempo, sin lubricantes, anillos vibradores, sin necesidad de ver antes un vídeo porno y a pecho descubierto.

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