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Abre en España una escuela para «enamorarse de la persona adecuada»

La Escuela Neurocientífica del Amor llega en marzo para aplicar test sinápticos y mapas del amor con el afán de encontrar a tu media naranja.

escuela neurocientífica del amor
Cordon Press

La ciencia siempre ha soñado con entender el amor, reducirlo a conexiones neuronales, estructuras cerebrales, impulsos nerviosos o variabilidad en el nivel de determinados neurotransmisores, pero hasta el momento los científicos están tan cerca de conocer la naturaleza y el mecanismo del amor como los poetas.

La antropóloga y bióloga estadounidense, Helen Fisher, es una de las personas que más ha estudiado la biología del amor y la atracción. Toda una autoridad en la materia, tanto que en 2005 fue contratada por el portal de citas match.com para que ayudase a construir chemistry.com, un sitio web que usó sus investigaciones y experiencia para crear sistemas de emparejamiento basados en la predominancia de determinadas hormonas en los individuos. Fisher era también asidua de las charlas TED, entre 2006 y 2008, en las que contaba sus investigaciones y descubrimientos, y autora del superventas Por qué amamos: Naturaleza y química del amor romántico (Punto de lectura).

La teoría principal de Fisher es que la humanidad ha desarrollado tres sistemas cerebrales para el apareamiento y la reproducción: el impulso sexual o libido; la atracción sexual selectiva (o lo que es lo mismo, el amor romántico) y el apego, ese sentimiento de unión que se genera tras la convivencia. Es decir, nuestro instinto –el deseo– nos hace buscar pareja y ser un poco exigentes, para así mejorar la especie. Una vez que la encontramos, la naturaleza crea un cierto vínculo entre los cónyuges, muy necesario para la estabilidad y la crianza de los hijos. Claro que no todo es tan sencillo y este proceso no siempre es lineal y consecutivo. Muchos se enamoran primero y luego tienen relaciones, pero en otros casos es al revés, el sexo les lleva al romance. Y no faltan los que comienzan con un sentimiento de apego que se transforma en amor y luego en impulso sexual.

Fisher y sus colegas estudiaban a hombres y mujeres y a 49 de ellos los pasaron por un escáner cerebral para visualizar las conexiones y variaciones del cerebro. 17 estaban locamente afectados de enamoramiento, 15 acababan de romper y los 17 restantes afirmaban seguir enamorados después de 21 años de relación. Una de las conclusiones de su estudio es que el amor es un impulso más fuerte que el sexo. Según esta antropóloga, “si le pides a alguien que se vaya contigo a la cama y te rechaza, no entras en una depresión, ni te suicidas, ni matas a nadie; pero la gente sufre terriblemente, y puede hacer estas cosas, tras la ruptura de una relación romántica”.

En su intento por buscar un sistema u orientación para acercarse a la pareja perfecta, Fisher estableció cuatro tipos de personalidades, cada una de las cuales se asocia a una determinada sustancia química del organismo: dopamina, testosterona, estrógeno y serotonina. El predominio de una sustancia u otra determina una forma de ser y, según este parámetro y la combinación de las 4 tipologías –nadie es cien por cien puro–, pueden establecerse 12 perfiles que interactúan mejor o peor entre ellos.

Una escuela para ‘enamorarse’ de la persona adecuada

Los descubrimientos de Fisher son uno de los pilares de la Escuela Neurocientífica del Amor, que en marzo desembarca en España y que cuenta con tres centros, en Madrid, Barcelona y Valencia. Los integrantes de este equipo son, como dice su web, “un grupo de profesionales expertos en Coaching en Sinapsis Interpersonal, certificados bajo el exclusivo Teachers Trainning Course (TTC) (…) Nuestros coachs no solo destacan por su capacidad pedagógica sino también por su gran cualidad humana. Queremos que este conocimiento esté presente cada vez que alguien necesite un consejo, pida ayuda o requiera una solución positiva a una problemática sináptica interpersonal”.

Según Miquel Iglesias, director de la escuela en España, “la neurociencia pueda dar algunas respuestas a la pregunta de por qué nos enamoramos de ciertas personas y no de otras. A través de resonancias magnéticas y estudios de personas en tres estados distintos de su fase amorosa se puede saber que áreas se activan en el cerebro”. La escuela se basa en muchos de los descubrimientos de Fisher, que Iglesias explica más a fondo, como el de las 4 personalidades básicas. “Éstas dependen de los diferentes niveles de dopamina, testosterona, estrógenos y serotonina que tenga el sujeto y se determinan ya en el útero, antes de nacer”. Le pregunto a este coach qué ocurre con los factores no biológicos: educación, cultura, experiencias, entorno o aprendizaje. “Tienen una influencia, pero mucho menor de lo que se cree, puede que llegue al 30% a la hora de formar la personalidad”.

Según la neurociencia, lo que nos hace elegir a una persona u otra son los factores biológicos. Mediante el test sináptico –que determina el nivel de esas 4 sustancias– uno descubre en qué perfil de los 12 que determinó Fisher encaja. Así, una vez que nos conocemos a nosotros mismos podremos saber con qué personalidades encajamos mejor o peor. “El amor es una función biológica que nos programa para tener descendencia y perpetuar la especie”, afirma Iglesias. “Hay entorno a un 25% de personas que no encajan fácilmente con ningún perfil, que no buscan ni quieren relaciones románticas; pero si consideramos el resto, la mayoría prefiere vivir en pareja (75%); mientras que para un 25% es una de sus tareas más importantes y no concibe la vida sin nadie al lado”.

La dopamina, según el director de esta escuela, “proporciona altos niveles de energía. Los individuos en los que predomina esta sustancia son impulsivos, arriesgados, aventureros, creativos y gustan de estar con personas similares. Generalmente, no desarrollan un gran apego y es común que sean divorciados y tengan hijos de diferentes relaciones. Es el grupo que más entiende y acepta el poliamor. La testosterona hace seres pragmáticos, racionales, ordenados, decisivos. A menudo son líderes que se centran en su pareja a fondo, pero se olvidan de ella en cuanto la relación se acaba. Por el contrario, los que tienen altos índices de estrógenos son personas empáticas, a las que les gusta cuidar a los demás. Tienen mucha imaginación y la facultad de unir ideas, en principio, contrapuestas. El amor y el mundo de los sentimientos lo es todo para ellos, que buscan encontrar a su alma gemela. Generalmente, son personas con nóminas bajas, poco centradas en el dinero o en la ambición. La serotonina hace individuos conservadores, amantes de la rutina y las tradiciones, que aman a personas tranquilas y que pertenezcan a su misma comunidad”.

El enamoramiento es una fase caótica y sobreexcitada en la que el individuo no se reconoce a sí mismo. Según Iglesias, “este proceso dura solo entre 3 y 6 meses y es una etapa en la que casi todo el mundo intenta actuar, impresionar al otro, cumplir sus deseos, seducirlo. Generalmente, casi nadie se comporta de forma natural, tal y como es. El problema es que, pasado este periodo es cuando la gente empieza a descubrir la verdadera personalidad de su pareja y cuando surgen los conflictos. Si uno es del tipo serotonina y convive con la dopamina la cosa no va a ir bien”.

Pero además, los 12 perfiles de Fisher no solo deben encajar unos con otros; hay también otra variable que es la que impone la sociedad y los tiempos que corren. En los años 50 y 60, la típica pareja era la formada por un hombre ‘testosterona’ y una mujer ‘estrógeno’. Él, práctico y centrado en los negocios; ella, romántica y enfocada en cuidar de la familia. “Hoy en día”, comenta Iglesias, “el marketing nos domina, la vida nos exige elevados niveles de energía. Hay que ser cool, moderno, atrevido. El prototipo del hombre y la mujer de hoy son personas con altos niveles de dopamina, dispuestos siempre a vivir nuevas experiencias”.

Otra de las asignaturas que se dan en los cursillos de la Escuela Neurocientífica del Amor –los de fin de semana cuestan 150 euros– es lo que se denomina el mapa del amor. Un concepto que desarrolló John Money, psicólogo y sexólogo neozelandés, para definir un mosaico –en gran parte inconsciente– de las características físicas, emocionales y espirituales de nuestra posible pareja ideal. El mapa se va formando desde el nacimiento, niñez y adolescencia; y en su desarrollo intervienen nuestros padres –primer modelo de pareja–, el entorno, la educación, las primeras experiencias amatorias y sexuales, desengaños amorosos, etc. Se cree que un adulto tiene ya formado su mapa del amor y las vivencias, a partir de esa edad, no harán sino reforzarlo. “El problema”, apunta Iglesias, “es que muchas personas tienen un mapa muy rígido, a menudo con demandas muy poco realistas, que no hacen sino impedir que se encuentre pareja. Lo que requiere un trabajo de revisión del mismo”.

Afortunada o desafortunadamente, el amor no es tan previsible

Pero no todos están de acuerdo con los pilares de esta escuela. Pablo Irimia, neurólogo y vocal de la Sociedad Española de Neurología, apunta que “aunque es verdad que el enamoramiento activa ciertas áreas del cerebro, todavía no se sabe la forma en cómo lo hace y sus repercusiones. Pero además, limitar el amor a una mera función fisiológica es una visión muy reduccionista. Hay otros factores que intervienen. Los condicionantes externos –vivencias, entorno, experiencias– son también importantes. Se ha descubierto que éstos pueden llegar a modificar estructuras cerebrales”.

Marina Díaz-Marsá, psiquiatra, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid y vicesecretaria de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, sostiene que “en la formación de la personalidad intervienen tanto valores biológicos, genéticos y epigenéticos (externos o ambientales). Muchas veces, éstos últimos son los causantes de que la genética se exprese o no. Por otro lado, reducir el ser humano a unas funciones biológicas es negar la psiquiatría, ya que mediante psicoterapia y tratamientos farmacológicos se pueden modificar funcionamientos cerebrales, incluso la estructura del cerebro”.

Albert Einsten nunca conoció a su hija Lieserl, quien fue concebida con Mileva Maric, una de las compañeras de estudio del científico y fuera del matrimonio. Pero le escribió una carta en la que habla de la materia que nos ocupa. En ella, Albert dice, “hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el amor. (…) Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo”.

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