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Sexo tras una ruptura, ¿guardar luto o pasar página cuanto antes?

Mientras unos optan por extensas jornadas de reflexión, otros se embarcan en numerosas aventuras. Ambas son estrategias para sobrevivir al seísmo de la ruptura.

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Cordon Press

“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, esta cita que eligió Tolstoi para empezar Ana Karenina puede servirnos también, si cambiamos la palabra 'familias' por amores, para el comienzo de este artículo sobre relaciones fallidas, rupturas, desengaños o pérdidas. Cosas todas mucho más literarias e interesantes que las historias que acaban con el típico “fueron felices y comieron perdices”, porque cuando la infelicidad irrumpe no hay reglas que seguir y encarar el temporal requiere planes y propuestas cada vez más creativas.

No hace mucho que imperaba la idea de que un tsunami de estas características necesitaba, innegablemente, de un periodo de duelo, descanso y reflexión para desmenuzar los porqués y analizar minuciosamente las causas, para evitar volver a tropezar de nuevo en la misma piedra. Pero están también los partidarios de “el muerto, al hoyo, y el vivo al bollo”, que se inclinan más por la filosofía de “un clavo quita otro clavo” y que dan por descontado que, por muchas las reflexiones que hagamos, el ser humano lleva incrustado en su ADN tropezar una y mil veces, especialmente en cuestiones emocionales. De hecho, los psicólogos no son ya tan categóricos como acostumbraban y empiezan a contemplar que el sexo puede tener también su función terapéutica –si se toma en la dosis acertada y no se abusa de él– a la hora, no de olvidar un amor, pero sí de pasar esa fase de la forma más llevadera posible.

Un estudio que llevaron a cabo dos psicólogas de la universidad de Misuri, Lindsay L. Barber y M. Lynne Cooper, y que fue publicado en Archives of Sexual Behavior, ponía de manifiesto que recurrir al sexo ocasional es una de las armas más esgrimidas tras una ruptura, ya que hasta un tercio de las personas que participaron en el experimento reconocieron haber tenido aventuras sexuales para superar el fin de una relación; mientras un 25% admitía haberlo hecho, única y exclusivamente, por venganza a su ex. Este comportamiento se hacía más patente cuanto más dolorosa había sido la ruptura y mayor era el compromiso con la pareja, en un intento de aliviar los sentimientos negativos, aunque la promiscuidad desaparecía con el tiempo, a medida que uno iba admitiendo la nueva situación.

Según Silvia Pastells, psicóloga clínica, sexóloga y terapeuta de pareja del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, “una de las cosas que más nos hace sufrir es querer a una persona y que ésta nos deje. Cómo gestionar esta angustia dependerá de muchos factores: si se veía venir o no, los planes de vida y expectativas que se tenían con la pareja y el factor de la personalidad, que es lo que determina cómo la persona va a afrontar ese dolor. Hay muchas estrategias para abordar este problema. Hay personas que se encierran en casa y no quieren saber de nada ni de nadie y hay otras, más activas, que aunque estén con el alma rota prefieren optar por salir con los amigos e incluso ir de ligoteo. Y las dos tácticas son igual de legítimas, solo hay que evitar caer en conductas victimistas o perjudiciales para uno mismo o los demás”.

Excepto casos contados, la mayor parte de las rupturas son crónicas de muertes anunciadas, relaciones que se mantenían vivas con respiración asistida, en las que el sexo –el más listo de todos y el primero siempre en enterarse– hace tiempo que había pasado a ser de esas actividades que se han convertido en leyenda. Aun así es curioso cómo la capacidad del ser humano para el sufrimiento convierte una relación moribunda en un amor maduro y estable, apto para llorar por él y pasarlas canutas cuando nos abandona. ¿O será que lo que realmente lloramos es a nuestro ego, dolorido y apaleado por el despecho? “Cuando llevas muchos años con alguien y la relación funciona, te sientes seguro, consolidado, aunque esto también tiene su coste, el de la rutina y el conocimiento del otro, que pueden menoscabar la pasión”, cuenta Silvia Pastells. “Cuando alguien nos dice que nos deja, incluso cuando la relación no es del todo satisfactoria, esa persona puede volver a ser interesante para nosotros, porque el saber que vamos a perderla la sitúa, automáticamente, en un nuevo plano. La seguridad ha desaparecido y eso añade atractivo a la persona. Es por eso por lo que muchas veces las infidelidades o las crisis, si se superan, son positivas porque renuevan el interés y el enamoramiento. Añaden un ingrediente de aventura que se había perdido”.

Cuando la relación que ahora se rompe había enterrado el sexo hacía mucho tiempo y los preservativos habían caducado décadas atrás –señal de que tampoco había indicio de aventuras extraconyugales–retomar de nuevo la actividad erótica es siempre alentador. La resurrección de la carne sin tener que esperar al juicio final. El truco está en no autoengañarse pensando que un revolcón es la señal de haber encontrado al alma gemela, y no engañar al otro. “El sexo por venganza no es buena estrategia, porque está dirigido desde el rencor y la rabia y con este punto de partida pueden tomarse decisiones muy tajantes desde emociones intensas. Incluso puede haber un cierto relajo a la hora de tomar las debidas precauciones para un sexo seguro. Otra cosa es tener una relación para pasar el mal trago, sin engañar al otro ni crearle falsas expectativas. Es solo otra estrategia para superar la crisis”, cuenta Pastells.

Que nos dejen es siempre una tragedia para nuestra autoestima, incluso en los casos en los que el sujeto está embarcado en otra relación y el abandono, por parte de su pareja, supone una entrega en bandeja de plata de la libertad tan ansiada, sin tener que interpretar el papel de malo/a. Incluso en este golpe de suerte, nuestra delicada autoestima no puede por menos que preguntarse si realmente no está perdiendo facultades. Es en estos casos, en los de personas con exagerada tendencia a la autocrítica, en los que el sexo puede ser, en ocasiones, contraproducente, ya que si sale mal la noche o no se ha disfrutado todo lo que se esperaba –lo cuál no es difícil, ya que la cabeza está en otro sitio–, la anécdota puede utilizarse como un nuevo látigo para flagelarse –no soy bueno/a en la cama, ya no soy lo que era, jamás encontraré a alguien que me aguante–.

Según Silvia Pastells, hay dos cosas que habría que evitar en una ruptura amorosa: tratar de volver, cuando la otra parte ha tomado ya la decisión y analizar demasiado las causas de la catástrofe. “La tendencia a revisar y examinar detalladamente la relación y los posibles motivos de su fracaso es una fase más del duelo, porque surge de la ansiedad. Lo que ocurre es que, en individuos con personalidades más analíticas y obsesivas, se hace más patente. Pero embarcarse en buscar culpables no hace el sufrimiento más llevadero. La aceptación es indispensable para poder pasar página. Entender que no podemos controlarlo todo y que hay cosas que están fuera de nuestro alcance. Llegar a comprender y aceptar esto no debería ser sinónimo de fracaso, sino de todo lo contrario. Hemos conseguido algo y eso es fruto de un buen trabajo. El tiempo hace siempre el resto y es el que nos ayuda a superar una relación, aunque en este mundo tan vertiginoso hayamos perdido la paciencia y el hábito de esperar”, asegura.

La vuelta a la soledad es otro de los grandes retos que hay que afrontar tras este tipo de cataclismos, por eso conservar las amistades en todo momento, incluso en pareja, y dedicarles tiempo es el mejor plan de pensiones para encarar el fin de una relación en un estilo diferente al de Robinson Crusoe. También es recomendable apuntarse a todo tipo de actividades para volver a hacer amigos. Pero la soledad supone un buen aprendizaje. Si algo he entendido en la vida, es que primero debemos saber hacer las cosas con nosotros mismos para luego disfrutarlas con los demás. Masturbarse y conocer bien el propio mapa del placer para luego compartirlo, o sentirse a gusto consigo mismo para luego estarlo con los demás. Afortunadamente, los estereotipos del bachelor, bon vivant –que disfrutaba plenamente de cada segundo de su soledad– y la divorciada histérica, a la que la falta de pareja le afectaba al cerebro, están cambiando y cada vez hay más mujeres que saborean la falta de compañía, viajan solas e incluso salen de noche sin más compañía que la de su barra de labios. Aunque Silvia Pastells puntualiza que “es importante percibir que, aunque se esté sola o se hagan cosas en soledad, existe un cierto apoyo social, amigos, familiares, personas con las que se puede contar. Porque también es cierto que con la crisis hay muchas personas que siguen con sus parejas simplemente porque no tienen autonomía económica y no pueden permitirse mantenerse a sí mismas”.

Otro error típico de los corazones rotos es la idea de tener expectativas muy elevadas a la hora de buscar una nueva pareja. Exigencias que, en muchos casos, se endurecen tras un fracaso sentimental para evitar las imperfecciones de la anterior pareja, entonando el “a mí no me van a coger en otra igual”. Subir tanto el listón, a medida que nos hacemos mayores y acumulamos fracasos sentimentales, es una táctica diametralmente opuesta a la de nuestra naturaleza, que hace que con los años todo baje. “Una relación de pareja implica riesgo”, señala Silvia Pastells, “por lo que muchas personas, tras rupturas previas y para evitar el dolor, deciden no implicarse de nuevo o exigir demasiado y buscar al hombre o a la mujer perfectos. Si estás bien solo vale, pero si lo que te gusta es vivir en pareja tienes que arriesgar y ser flexible con tus expectativas. Pasa en el ámbito de las relaciones y en todo en la vida. Cuando abandonamos la rigidez empezamos a ver otras alternativas o vías que antes ni siquiera considerábamos y que puede que nos sorprendan gratamente”. Ya saben, mientras llega el príncipe azul siempre se puede cultivar la amistad del mayordomo o el mozo de cuadras que, a juzgar por las películas porno inglesas de los 70, poseía un montón de 'buenas cualidades'.

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