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Salir del armario. ¿Quién lo tiene más difícil?

En el universo no hetero también hay machismo, discriminación y grupos más desfavorecidos. Algunos lo tienen peor que otros a la hora de hacer pública su orientación sexual.

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Tal vez llegue un día en el que las variadas opciones sexuales estarán perfectamente contempladas y admitidas en sociedad. Es probable que el banquero que te venda la hipoteca o cualquier producto financiero altamente inflamable sea, por ejemplo, un transexual y no se moleste en disimularlo con su vestimenta. En Facebook la gente escribirá en su perfil su orientación sexual junto al apartado de estudios, ciudad de residencia, profesión o películas preferidas. Los cuentos clásicos se reescribirán y en ellos la Bella Durmiente se despertará gracias al beso de una princesa, Pinocho será gay y los Tres Cerditos bisexuales y cuando estés de noche en una discoteca con tu pareja no podrás saber a ciencia cierta si el chico que tanto mira para vosotros quiere hacérselo contigo, con tu novio o con los dos a la vez. Apasionante ¿verdad? Algo así como el bar que sale en La Guerra de las Galaxias (1977). Todos somos raros y eso es, precisamente, lo normal. 

Algunos valientes o kamikazes luchan desde hace tiempo para que esto sea real. Recuerdo a un conductor de autobús en Londres, no se que orientación sexual tendría pero llevaba una peluca rubia platino con cardado tipo años 60, uniforme con falda, medias de red y zapatos de medio tacón. Todo un héroe por atreverse con ese estilismo. Lo bueno era ver las caras que ponían los sorprendidos usuarios del transporte público, muchos de los cuales hacían burlas y, desde atrás, le lanzaban insultos. Pero él era todo un gentleman, educado y servicial, experto en mantener la sangre fría. Había también otro personaje singular en un hotel barato de Bangkok, un katoey o lady boy que hacía de recepcionista con un inglés impecable y que enarbolaba la bandera de su elección sexual –la transexualidad– a base de maquillaje y paciencia ante las risitas de los turistas.

Una gran parte de la sociedad parece ya dispuesta a admitir que hay personas a las que les gustan los de su mismo sexo, pero si la cosa se complica, la aceptación resulta ya más complicada. Los asexuales son el último colectivo en llegar para rizar el rizo. Difícil hacer entender a alguien que uno no está interesado en el sexo sin que le respondan, como poco: “lo que tú eres, es tonto”. Los transexuales siguen siendo los más desconocidos dentro del mundo no hetero y su lucha está enzarzada todavía en temas de peso, como el hecho de que la Organización Mundial de la Salud aún considera la transexualidad como una enfermedad mental. La homosexualidad fue clasificada como trastorno hasta 1990.

En cuanto a dificultad de aceptación y de visibilidad, los bisexuales lo tiene también complicado por el simple hecho de que están entre dos mundos o en tierra de nadie. Gloria E. Gil, investigadora y profesora de Ciencias Psicosociales de la Universidad de la Laguna, en Tenerife, explicaba en su tesis doctoral Los procesos holísticos de resiliencia en el desarrollo de identidades autorreferenciadas en lesbianas, gays y bisexuales cómo este colectivo está sujeto a creencias negativas muy arraigadas, que curiosamente están presentes tanto en heterosexuales como en homosexuales. “Estos prejuicios suelen tener su base en la confrontación con modelos que explican la realidad en base a opuestos. Así las cosas serían buenas o malas, blancas o negras, permitidas o prohibidas, sin que puedan existir matices ni puntos intermedios. La bisexualidad subvierte este orden ya que no se sitúa en ninguno de los extremos reconocidos del binomio homosexualidad-heterosexualidad, provocando un rechazo”, dice Gloria en su trabajo. Gil, que entrevistó a numerosos sujetos, comprobó que los bisexuales deciden muchas veces ocultar su orientación posicionándose teóricamente en alguno de los extremos para evitar el rechazo de homos y heteros.

El pasado 26 de abril fue el día de la visibilidad lésbica, un buen momento para preguntarnos por qué los gays salen antes del armario -según la tesis de Gloria, todas las personas que reconocieron su homosexualidad después de los 30 años, eran mujeres- y cuentan con más referentes, personajes públicos, que reconocen sin miedo su condición sexual. Por no hablar del tópico todavía vigente resumido en la siguiente ecuación: gay= alegre, divertido, nivel económico alto; lesbiana= cabreada, coñazo, clase media baja. ¿Una vez más, las mujeres hemos hecho mal nuestros deberes?

Según Virginia Vallejo, responsable del servicio de asesoramiento de la asociación LGTB (Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales) Ben Amics, de Mallorca, opina que “a lo largo de la historia los hombres han ocupado siempre los espacios públicos. Solo a partir del siglo XX nos hemos hecho más visibles debido el movimiento feminista. Pero además, las lesbianas han antepuesto a su lucha la de los derechos de la mujer, sin olvidar el hecho de que dos chicas que vivan juntas era, y es, socialmente aceptado y no levanta muchas sospechas”.

Salir del armario en el ámbito laboral es lo más complicado para las chicas y esto hace que entre los personajes públicos, que generalmente consiguen la fama por lo que hacen, no abunden las lesbianas. Beatriz Gimeno, escritora, feminista, homosexual y ex presidenta de la FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales), sostiene que el machismo está también presente en el mundo homo, “los gays tienen más poder real pero eso procede de su condición de hombres. Son vistos además con simpatía y, generalmente, tienen a las mujeres como aliadas. En casi todas las oficinas hay ya chicos homosexuales que son aceptados y se bromea con ellos de su orientación sexual –en el buen sentido–, pero parece que pronunciar la palabra lesbiana acarreara ciertas consecuencias, todo adquiere tintes más dramáticos”.

La única vía para acabar con ese sentimiento trágico es la de la visibilidad. Uno no sale del armario una vez, lo hace a diario siempre que alguien le pregunta: ¿Tienes novio/a?, cuando va al médico o al ginecólogo o si llega a una fiesta y debe presentar a su pareja. Como reconoce Pablo, veterinario, homosexual y activista por los derechos LGTB, que vive en Madrid, “la vida es una sucesión de armarios secretos, pero hay que salir de ellos. A mi lo que más me costó fue contárselo a mi familia, necesitaron un tiempo para digerirlo, pero creo que entender eso les ha hecho mejores personas”.

Algunos necesitarían un curso acelerado, como aquel taxista que el día del Orgullo Gay, con motivo del atasco general en el centro de la capital me comentó: “yo entiendo a los homosexuales y los respeto como a cualquier persona, ahora me pregunto: ¿Por qué celebran a bombo y platillo que están tarados?”.

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