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Qué hacer (y sobre todo que no hacer) cuando vas a un sex shop por primera vez

Manual de etiqueta para frecuentar las tiendas eróticas sin parecer una monja de clausura, un adolescente histérico incapaz de controlar la risa nerviosa, o alguien desesperado con síndrome de abstinencia.

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Corbis

Aunque para algunos este tipo de establecimientos empiezan a tener la familiaridad de la farmacia, la carnicería o la tienda de chuches; para otros, los sex shops todavía imponen, provocan la risa floja, se confunden, a veces, con confesionarios o lugares para ligar con el/la dependiente, o con cualquiera que los frecuente, al que se le diagnostica, automáticamente, aquejada de furor uterino o de sobredosis de testosterona. A lo largo de mi vida, llena de trabajillos que compaginaba con otras actividades ya no para llegar a fin de mes, sino a la mitad, he sido dependienta en este sector y conocido todo tipo de especímenes.

Las boutiques eróticas ya nada tienen que ver con aquellos lugares lúgubres, supermercados del sexo, llenos de productos y consoladores hiperrealistas en color carne, empeñados en reproducir la anatomía hasta el más mínimo detalle. Cuchitriles, casi siempre regentados por un dueño-dependiente con muy malas pulgas, que contestaba con monosílabos a las preguntas de sus potenciales clientes. Claro que también es posible que la avalancha de estilosos centros que comercializan el éxtasis nos produzca una cierta nostalgia por aquellos de antaño, más ásperos pero más literarios. La última vez que visité Londres comprobé, para mi desgracia, que las sex shops del Soho, casi todas de la vieja escuela, están en peligro de extinción. El dueño gruñón de una de ellas me explicó, a regañadientes, que los caseros no quieren alquilar a ese tipo de negocios. Intentan regenerar el barrio aunque, en el fondo, lo que buscan es subir los alquileres.

1. El personal de la tienda no es el contestador de una línea erótica

Probablemente, los sex shops, las tiendas gourmets y algunas de tecnología u ordenadores, sean de los pocos establecimientos de venta al público que todavía conservan personal cualificado y conocedor de la mercancía que venden. Hay, por lo tanto, que aprovechar la experiencia y conocimiento de estas gentes y dejarse aconsejar en la difícil tarea de dar con el mecanismo electrónico más compatible con nuestras preferencias y demandas. Según Claudia Marcos, dueña de la tienda erótica La Maleta Roja, en Palma de Mallorca, “el 80% de los clientes que buscan un juguete erótico no tienen muy claro lo que quieren y desconocen bastante las novedades en este campo, por lo que el asesoramiento es esencial. Especialmente cuando se trata de su primer juguete, porque, además de sus gustos sexuales, hay ciertos aspectos a tener en cuenta, como el funcionamiento o, algo que yo siempre aconsejo, que se sea recargable y no de pilas”. Pero si la mayoría de las mujeres no están al tanto de la tecnología más novedosa en este sector –vibradores de clítoris con 30 marchas que se activan con la voz o la música–, gran parte del género masculino vive al margen de las innovaciones en materia de juguetería erótica para ellos, por lo que lo mejor es dejarse asesorar. Como Marcos apunta, “aquí hay objetos increíbles, como las vaginas realistas, hechas a partir de moldes de las de actrices porno, y que por fuera parecen una linterna, o masturbadores con forma de botes de cerveza y con sensación vagina, ano o boca-garganta”.

Créanme, no existe nada que pueda asombrar al personal de una sex shop y no hay pregunta lo suficientemente tonta que no haya sido superada con creces. La aptitud a adoptar entonces, es la de solicitar toda la información necesaria y contestar también a las preguntas que el dependiente/a formule, de forma sincera. No estamos optando al título de Miss Orgasmos 2016, sino tratando de comprar un juguete que nos los proporcione. Los términos ‘sexo oral’, ‘sexo anal’ o ‘penetración’ son preferibles y más elegantes que sus equivalentes más populares, y no hay que olvidar que el empleado/a de una tienda erótica no es nuestro psicoanalista ni, mucho menos, Jesucristo, con lo que no puede obrar milagros.

2. Hay que leer la letra pequeña y tener en cuenta los ingredientes y materiales

Si miramos cuidadosamente los ingredientes de los productos alimenticios, deberíamos hacer lo mismo con los materiales de los que están hechos la juguetería erótica, ya que en ambos casos estamos tratando con cosas que vamos a meternos en el cuerpo.

Lurdes Orellana, de Desmontando a la Pili, “una tienda de productos eróticos y terapéuticos destinada a desmontar la sexualidad genital, y hacerla más global. No solo en la relación de pareja sino con uno mismo”, según sus palabras, aconseja que “hay que optar siempre por juguetes elaborados con silicona médica”. Los accesorios eróticos no son precisamente baratos, pero ahorrar en este caso puede ser sinónimo de picores, alergias o infecciones. Ya que algunos materiales pueden ser porosos y atrapar gérmenes que no se van con el simple lavado. Orellana es partidaria de evitar “aquellos que en su composición lleven sustancias tóxicas como ftalatos, parabenos o glicerina que no sea natural. En cuanto a la cosmética erótica –aceites, geles, lubricantes-, mejor no comprar los que lleven derivados del petróleo y si tienen aceites, ver que sean esenciales. Yes, es una buena marca”.

Generalmente, todas las buenas tiendas eróticas cuentan con muestras de juguetes para que el cliente pueda ponerlos en marcha, ver su funcionamiento, comprobar el tamaño y sentir la vibración. Se dice que ésta última hay que testarla en la punta de la nariz, ya que las terminaciones nerviosas de esta zona guardan una cierta similitud con las del clítoris, aparentemente.

El escaparate de un sex shop en los 60.
El escaparate de un sex shop en los 60.Getty

3. No estamos ni en ‘El Club de la Comedia’ ni en una muestra de arte abstracto

La dimensión atávica del sexo, hace que muchas personas se sientan algo incómodas en una sex shop, pierdan la naturalidad y deriven hacia conductas un tanto lamentables. Mientras algunos optan por la risa para ocultar su nerviosismo, otros se van al polo opuesto y manifiestan una seriedad propia de un velatorio o de estar ante asuntos de extrema gravedad y delicadeza.

Existe, además, el agravante de que estas tiendas son establecimientos en los que la capacidad de asombro no ha sido aún anulada, gracias a un sinfín de productos que algunas mentes privilegiadas idean para satisfacer a todos los gustos. Bigotes postizos para practicar cunnilingus o felaciones, pequeños smokings para vestir al pene, zapatos con forma de pezuña para las ponny girls –esas chicas que se excitan haciendo de caballos– o bragas y ropa interior de lana gruesa para los woolies, que adoran el contacto de su piel con este tejido. Muchos de estos objetos pueden resultar graciosos y el humor siempre es bienvenido, lo mismo que la capacidad de asombro, aunque no está de más evitar hacer ciertas cosas: preguntas sin respuesta– como ¿Dios mío, quién puede meterse estoooooo en el cuerpo?–, comentarios que puedan ofender a otros clientes o a personas con sexualidades menos ortodoxas –¡alaaaaa, hay que ser muy guarra/o para comprarse esto!–, determinadas escenificaciones –ponerse un arnés con pene y simular sexo anal con la compañera/o y, por supuesto, enviarle un selfie a tu madre junto a un pene hiperrealista XXL–, no es una idea desternillante, sino una aberración.

4. Dónde ir si tus gustos son algo particulares

Todavía, la gran mayoría de las tiendas eróticas están destinadas a un público heterosexual, por lo que las personas con otras orientaciones sexuales o fetiches más extravagantes, no siempre encuentran lo que buscan y deben recurrir a la compra online o a alguna de las pocas tiendas que, en nuestro país, cuentan con un surtido más variado. Kitsch, en Barcelona, es una de ellas, a parte de ser la primera sex shop de la historia de España, que abrió sus puertas en 1978. “Por supuesto que tuvimos nuestros problemas legales”, cuenta Adeline Aranega, encargada de esta juguetería para adultos, “pero ganamos un contencioso en el año 82 y abrimos el camino para este tipo de negocio. Por aquel entonces había que ser muy light y nos limitábamos a vender preservativos, lencería y revistas picantes, que era lo que más se demandaba”.

Kitsch, se especializa en BDSM, látex y artículos para homosexuales de ambos sexos. Como apunta Adeline, “aquí viene gente de muchas partes porque tenemos cosas que no se encuentran en la mayoría de las tiendas y porque, además, ofrecemos mucha variedad de un mismo producto. Por ejemplo, tenemos muchos tipos de arneses o juguetes duales, que importamos de Alemania o EEUU, para lesbianas y dildos o plugs para gays, desde 1 cm a 12 de diámetro”.

En los 38 años al frente de Kitsch, Aranega, española criada en Francia, ha visto de todo. “Dominatrices que vienen con sus sumisos a comprar y que no ocultan sus respectivos papeles y rolles, mujeres que tras ver 50 Sombras de Grey adquieren artículos de bondage y exclaman: «Si mi marido no espabila, me busco otro», un casado que me preguntó dónde tenía el clítoris su mujer y una madre que llamaba para comprobar si la muñeca hinchable de su hijo, de 50 años, ya había sido reparada y si podía venir a recogerla”.

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