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Política social, por Javier Calvo

Cuando las redes sociales favorecen un «activismo holgazán»

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Cordon Press

Cuento una experiencia que intuyo que no es solamente mía. Hace unos cinco años, y sobre todo a raíz de la depresión económica y el Movimiento 15-M, una parte de mi entorno social se «politizó» de forma bastante repentina. El fenómeno se volvió especialmente exagerado en las redes sociales.

Hoy en día, para mucha gente, entrar en Facebook o en Twitter implica sumergirse en un foro reivindicativo multitudinario, donde la gente comenta sin cesar artículos de las ediciones digitales de la prensa, noticias de los ubicuos casos de corrupción de los políticos y empresarios, convoca actos políticos o simplemente se desahoga contra quienes considera responsables de la debacle de nuestro país.

En mi caso (y soy alguien que nunca ha tenido demasiada implicación en la vida política), mi entorno social digital se ha llenado de activismo regeneracionista, de radicalismo en un sentido decimonónico. La paradoja es que Facebook me muestra un entorno social y la calle otro. Las redes sociales bullen de agitación política. En el mundo «real» nada cambia.

Podría buscar diversas explicaciones para esto. A fin de cuentas, trabajo en el mundo de la cultura y vivo en el centro de una gran ciudad. Me relaciono principalmente con gente de mi generación. Es posible que esto cree a mi alrededor una burbuja ideológica. La burbuja debe de existir, en cualquier caso, porque más allá de la infancia prácticamente no he conocido a nadie en mi vida que se defina como conservador o de derechas. Las urnas, sin embargo, demuestran que al menos la mitad de la población comulga con la ideología conservadora.

La realidad, aparentemente, es que las redes sociales crean burbujas ideológicas. Dos investigaciones de los últimos meses ratifican esta idea. Según un estudio del Pew Research Center, la gente de derechas tiende abrumadoramente a tener amigos en las redes sociales que comparten sus ideas políticas y a formar parte de grupos de ideas afines, mientras que la gente de izquierdas tiene, además, una tendencia mayor a borrar o bloquear amistades por divergencias políticas.

Otro estudio de la revista Science confirma que la gente construye cámaras de eco digitales de sus propia opiniones, y que el usuario medio de las redes solamente tiene un 23% de amistades con ideas políticas distintas. Los expertos en el tema, además, han descubierto que Facebook y Twitter amplifican lo que en politología se llama la «espiral de silencio»: los usuarios tienen miedo a publicar opiniones políticas cuando piensan que pueden leerlas otros usuarios con ideas distintas.

El resultado de todo esto se parece inquietantemente a la maravillosa novela La ciudad y la ciudad, de China Miéville, donde dos ciudades coexisten en el mismo espacio físico pero sin comunicarse para nada, desarrollando ingeniosos métodos para no verse entre ellas.

A raíz del optimismo digital resultado de la primavera árabe, surgieron muchas voces escépticas respecto al poder movilizador de las redes sociales. Año tras año, las encuestas del CIS muestran que no más de un 25% de usuarios usa Internet con alguna finalidad política, ni que sea para informarse esporádicamente. Los usuarios de la Red, además, no exceden el 51% de la población, y son un sector completamente escorado hacia la población con estudios.

Las redes sociales, según estos escépticos, favorecen un «activismo holgazán» o «epidérmico», que produce mucho ruido pero apenas se traduce en las urnas o en la calle. Son medios efectivos cuando no se requiere apenas compromiso de los usuarios. Parece que nuevamente Internet se «independiza» de la realidad.

*Javier Calvo es escritor. Su última obra es ‘El jardín colgante’ (Seix Barral).

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