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El París sin tópicos de Julie de Libran

La directora creativa de Sonia Rykiel comparte con la fundadora de la marca, recientemente fallecida, la idea de que la elegancia jamás es aburrida. Algo que se hace evidente en su casa, en el barrio de Saint Germain.

Sonia Rykiel falleció a finales de agosto a los 86 años, pero dejó su empresa, su criatura, en buenas manos. La hija y la nieta, Nathalie y Lolita Rykiel, se asegurarán de que el nombre siga siendo sinónimo de una moda «libre e insolente, para mujeres emancipadas», como dijo Le Monde en el obituario de la matriarca. Y la encargada de traducir ese espíritu en prendas enormemente apetecibles será Julie de Libran, directora creativa de Sonia Rykiel desde 2014. Curtida en Prada y en Louis Vuitton, donde ejerció de mano derecha de Marc Jacobs, De Libran aporta el encaje perfecto en Sonia Rykiel, una casa que está ligada a sus primeros recuerdos.

Sus padres, él viticultor y empresario y ella interiorista, se llevaron la familia a California en 1980. Aterrizaron en Los Ángeles justo a tiempo para vivir la década de la licra y el poliéster, pero cargados con todos sus atributos de la burguesía culta de la orilla izquierda del Sena. «Parecíamos extraterrestres. Mi madre vestía de Yves Saint Laurent Rive Gauche, Hermès, Kenzo y, por supuesto, de Sonia Rykiel. Recuerdo sus jerséis de moaré y el olor de su perfume, impregnado en ese tipo de lana. Todo muy femenino y poderoso». De Libran tenía ocho años. La familia vivía cerca de la playa. Todo el mundo llevaba «camisetas, shorts y pequeñas falditas vaqueras», y para ella la ropa de Rykiel que lucía su madre representaba la Francia que habían dejado atrás. «Tuvimos un choque cultural, pero fue una infancia fantástica. He aprendido mucho de California y de su cultura del casual».

Quizá porque creció idealizando un París lejano, pero expuesta a un sistema estético mucho menos rígido, De Libran está especialmente dotada para entender una marca que siempre ha tenido entre sus señas de identidad el humor y la irreverencia y que ha hecho de las camisetas de rayas, los jerséis de punto con inscripciones y los grandes abrigos peludos de colores sus iconos más reconocibles.

Para su primer desfile, la creadora quiso invitar a «la familia y los vecinos» de Saint Germain des Prés, el barrio en el que está la tienda insignia de la marca. Les sirvió champán y escribió una nota de agradecimiento a cada asistente. «Fue un evento familiar. Somos afortunados de tener una tienda que es una institución en la zona», dice. El espíritu que se respira en sus locales (recientemente se han redecorado, siguiendo el modelo del original, los de Londres, Nueva York y Tokio) es el mismo que muchas marcas con menos historia quieren replicar cuando redecoran sus tiendas y las llenan de butacas envejecidas y libros de arquitectura y fotografía, sin llegar a lograr lo más difícil: que alguien se relaje en esas butacas, abra esos libros y, ya puestos, los lea. «Hemos creado hasta una pequeña biblioteca. A menudo, los clientes y estudiantes de la zona se llevan a casa los volúmenes», presume.

De Libran, con jersey y sandalias de Sonia Rykiel y vaqueros japoneses vintage, posa en su sofá de terciopelo azul, junto a la lámpara de Willy Rizzo.
De Libran, con jersey y sandalias de Sonia Rykiel y vaqueros japoneses vintage, posa en su sofá de terciopelo azul, junto a la lámpara de Willy Rizzo.James Alexander

Coleccionista de objetos únicos

La misma familiaridad se respira en su propia casa, un amplísimo quinto piso, situado también en Saint-Germain-des-Prés, que De Libran comparte con su marido y su hijo de 10 años, Balthazar. «Era de mi pareja, y cuando llegué tenía solo un mes para vaciarlo y trasladarme, en plena temporada de desfiles. La primera sorpresa fue arrancar la moqueta y encontrarnos con los suelos originales de madera. Lo pinté todo de blanco y empecé a traer mis cosas». Como la cómoda que tiene en la entrada, una de sus piezas preferidas, copia de la diseñadora Charlotte Perriand, la colaboradora de Le Corbusier. «Es muy práctica, la amo y además creo que la conseguí a muy buen precio en el mercadillo de Porte de Clignancourt», dice con orgullo.

Suele comprar en mercados de pulgas, pero también en anticuarios y allí donde encuentra algo que le llame la atención, ya sea una lámpara de finales de los 60 de acero inoxidable de Willy Rizzo, un banco pintado con grafiti o un curioso shofar, un instrumento arcaico en forma de cuerno que se utiliza en las sinagogas. «Me gusta mezclar distintos periodos históricos. Colecciono arte, amo el estilo de los 50 y las antigüedades», dice. Tiene ojo para comprar obras de jóvenes artistas cuando despuntan. Lo hizo con su amiga, la fotógrafa e ilustradora Maggie Cardelús. «Conservo una de sus primeras piezas, de cuando la conocí a finales de los 90. Es una fotografía intervenida de su abuela española». Ambas han colaborado recientemente en la creación de Les Visages, el estampado estrella de la colección o-i 2016/2017 que incorpora retratos de las tres mujeres Rykiel y de las propias Cardelús y De Libran. En ella aparece en trajes setenteros de corte midi, en blusas y cazadoras de piel. «Es un proyecto muy especial para mí, representa y me trae a la memoria todas las conversaciones fantásticas que tuve con Sonia, pero también las que he tenido con Nathalie y con Lolita».

El estampado está llamado a ser uno de los iconos de la nueva etapa de la firma, al igual que el bolso Les Copains, que De Libran extrajo de los archivos de la casa y ahora renueva cada temporada como bolso de mano o cruzado. «Es muy divertido y dulce. Cada noche puedes llevar uno distinto. Te cabe un pintalabios, tu móvil y tu tarjeta de crédito pero lo puedes meter dentro de un bolso más grande. Están teniendo mucho éxito, lo que me hace feliz. Hace poco se lo regalé a mi abuela, que tiene 93 años».

Seguro que su abuela recuerda la locura que generó el primer poor boy sweater que diseñó Rykiel en 1962. Estaba embarazada y no tenía intención de ponerse los vestidos saco reservados para las mujeres encinta. Usó los proveedores de su marido para crear unos minipulls ajustados que conectaron con lo que las mujeres (algunas) necesitaban. Françoise Hardy lo lució en la portada de Elle. Audrey Hepburn pasaba por París y se llevó cinco. Brigitte Bardot no tardó en adoptarlo para definir su naciente estilo de sex kitten, elástico, juvenil y peligroso.

Brigitte también aparece, enmarcada como si fuera de la familia, en casa de De Libran. «Esas fotos me las regaló hace muchos años un amigo italiano. Para nosotros, Bardot representaba la belleza francesa, el icono total». Y más si es con un minipull de rayas.

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