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Las instituciones se ponen las pilas para enseñar consentimiento sexual

Muchos gobiernos, universidades e instituciones piensan que no solo los jóvenes necesitan aclarar este concepto, sino también los adultos, para evitar agresiones y malentendidos. Parece que para muchos el NO no está tan claro como parece.

consentimiento sexual
Isabel Sánchez

Saber cuando alguien está dispuesto a practicar el sexo de forma voluntaria, está en modo erótico y disfruta con la situación es algo que entra dentro del sentido común, la percepción más básica de la realidad y hasta de la intuición, esa forma de conocimiento que los humanos han tenido desde su nacimiento como especie pero que, últimamente, parecen estar perdiendo.

Tal vez algunos estén necesitados de tácticas para el acercamiento, de estrategias para ligar o abordar al sexo contrario con más ingenio y éxito; pero se daba por hecho que todo el mundo sabía cuando alguien quería o no pasar a mayores. Y, si aún así, se producía el malentendido, siempre quedaba el recurso de echar mano del idioma, incluso en su forma más entendible y cruda, para clarificar la situación.

Las numerosas iniciativas de los últimos tiempos, destinadas a explicar lo que se entiende por consentimiento sexual, hacen pensar que este concepto no está tan claro como parece. El pasado año, la Thames Valley Police, encargada de patrullar los condados ingleses de Berkshire, Buckinghamshire y Oxfordshire, lanzó una campaña llamada Consent is everything, que iba acompañada de un ingenioso vídeo que relacionaba este, al parecer, difuso término con el deporte nacional inglés: tomar el té. Mediante dibujos animados se explicaban conceptos de Perogrullo como que, a veces, alguien puede decir que quiere una taza de té y cuando ya se la has preparado y se la llevas, cambiar de opinión y no tomarla. “¡No hay que forzarle a que la beba!”, subraya el vídeo. Cosas demasiado obvias pero que trasladadas al terreno sexual parecen, para algunos, más confusas. Si en medios de comunicación como Diari de Tarragona hace unos días se publicó esta vergonzosa columna titulada Sí es sí, o no que no pasará en la vida real.

Algunas universidades como la de Oxford y muchas de California, incluyen talleres de consentimiento sexual obligatorios para los alumnos; mientras Project Consent, una ONG norteamericana destinada a la educación, sensibilización y el diálogo positivo en materia de violaciones, lanzó este año una campaña titulada Consent is simple. If It’s not yes, it’s no (El consentimiento es simple. Si no es sí, es que es no). En sus vídeos, unos penes, vaginas, culos, pechos y manos toconas animados muestran los malentendidos más comunes en esta materia.

Las leyes del consentimiento se hacen todavía más confusas cuando nos movemos en culturas nuevas o desconocidas. El gobierno alemán creó, a principios de año, una web que “ofrece información y consejos sobre sexo y sexualidad para inmigrantes que llevan poco tiempo viviendo en el país”. Zanzu: My body in words and images, nombre de la página, habla de salud sexual, relaciones, planificación familiar, legalidad, protección y respeto a los límites o violencia doméstica, y está traducida a 12 lenguas diferentes, incluido el español. Las opiniones respecto a Zanzu se dividen entre los que aplauden esta iniciativa y los que ven tintes racistas en este proyecto, como si los inmigrantes fueran más propensos a las agresiones sexuales que los locales. Pero lo cierto es que países nórdicos como Finlandia o Noruega ofrecen desde hace tiempo cursos de consentimiento sexual a los extranjeros o refugiados, con el fin de que éstos comprendan mejor las costumbres y límites en una sociedad donde la mujer tiene más libertades. Según Ana Yáñez, psicóloga, sexóloga, directora del Instituto Clínico Extremeño de Sexología de Mérida y con amplia experiencia como educadora sexual, “se trata de una educación en valores que sirve para adaptarse a la cultura en la que se va a vivir y, sin llegar al extremo de hablar de las agresiones sexuales, puede ser muy útil para entender mejor determinadas situaciones y evitar malentendidos. Es algo que ocurre ya con los sudamericanos. En sus países, por ejemplo, que una mujer se niegue a bailar cuando alguien se lo pide es visto como una falta de educación, un desprecio. Aquí, sin embargo, no tiene esa connotación, y es bueno que los ciudadanos de esos países lo sepan”.

En opinión de Yáñez, ”las agresiones sexuales son la punta del iceberg de una serie de comportamientos sutiles, malentendidos y conceptos difusos, que las sociedades patriarcales no solo admiten, sino que fomentan y mantienen. “La mujer cuando dice que no, en el fondo está diciendo que si”, “el que sigue la consigue”, “cuando alguien se viste así es que va pidiendo guerra”. Éstos y otros dichos populares, chistes machistas o bromas de mal gusto; unidos a la idea de que la mujer es la que tiene que protegerse y evitar incitar a estos actos -derivados de las sentencias de muchos jueces en casos de violación, que culpaban parcialmente a las víctimas-, crean un clima propicio para que las agresiones sexuales se produzcan y se justifiquen”.

Educación en valores frente a la complacencia social

Victoria Noguerol es psicóloga clínica y directora del Centro Noguerol, en Madrid, especializado en el tratamiento de víctimas y agresores en todo tipo de maltrato. Según esta psicóloga, “no existe un perfil único del maltratador sexual, pero se suelen compartir algunos rasgos como baja resistencia a la frustración, escaso control de los impulsos, conducta adictiva y poca habilidad para la empatía, para ponerse en la piel del otro”. ¿Hay detrás de algunos casos de maltrato sexual una cierta incapacidad para entender los códigos del consentimiento sexual?, “Ciertamente en las violaciones no, aunque los agresores traten de justificarse de la mejor manera posible”, afirma Noguerol, “pero sin llegar a esos extremos, el maltratador cuenta con una cierta complacencia social, que acentúan ciertos estereotipos aún vigentes como que a las mujeres les gustan los chicos malos, o la permanencia de los roles masculinos y femeninos –él es el que debe acercarse e insistir hasta conseguir conquistarla–. El grupo puede ser también un factor que anime a determinadas conductas, especialmente si uno es joven o vulnerable, cuando la influencia de los amigos es muy grande. Si a esto le sumamos el consumo de drogas o alcohol, tenemos ya un retrato robot de muchas de las conductas que hemos visto, por ejemplo, en los pasados Sanfernimes”. Precisamente el Ayuntamiento de Pamplona puso en marcha en las últimas fiestas un programa de prevención de agresiones sexistas en el que insistían, entre otras cosas, que cuando «no significa no».

Según Noguerol, del total de maltratadores sexuales, el 86% son hombres y el 14% mujeres –ellas lo hacen con alguien sobre el que tengan una posición de poder–. “El hecho de que cada vez haya más casos de este tipo de agresiones no quiere decir, necesariamente, que hayan aumentado”, subraya esta profesional, “sino que se denuncian más. La gente está más concienciada e incluso se entiende que, si no hay consentimiento, estos abusos pueden darse también dentro de la pareja. Algo que hasta hace poco era impensable”.

La solución para prevenir estos comportamientos pasa, según Ana Yáñez, por “una educación en valores que defina muy bien dónde están los límites. En nuestros cursos y charlas en los colegios y centros educativos, ponemos ejemplos concretos e invitamos a los chicos y chicas a que debatan sobre ello, hagan una tormenta de ideas. No hay que dar por supuesto actitudes, ni pensar que porque una mujer se levante la camiseta y enseñe sus pechos los demás tienen el derecho de tocárselos. La educación es la única vía para ir cambiando códigos, el problema es que una cosa es lo que aprenden en clase y otra la realidad de la calle. Muchos viven con familias que perpetúan determinadas creencias sobre las mujeres, los roles masculinos y femeninos o el comportamiento sexual”.

Las redes sociales no han hecho sino multiplicar las situaciones ambiguas o con varias lecturas, en materia de consentimiento sexual. Al no tener a la persona delante se pierde la información que proporciona el lenguaje no verbal, añadido al hecho de que mucha gente experimenta una cierta desinhibición temporal en la intimidad de su casa y frente a la pantalla, que no concuerda con su actitud habitual. Según Yáñez, “deberían darse clases de cómo usar las redes sociales, así como se enseña a manejar ordenadores. Pueden ser herramientas muy valiosas que ayudan a la gente a vencer la timidez inicial, pero pueden tener también graves consecuencias y pasar factura”.

Además de para prevenir abusos, la educación en el consentimiento, puede evitar interpretaciones erróneas, desilusiones o falsas expectativas. “Si una chica nos sonríe o si es amable, no significa que esté abierta a una relación más intima”, explica Yáñez, “ y tampoco se trata de convertirnos en máquinas, suprimir el cortejo o estar preguntando todo el tiempo a alguien si le gusta algo o no”.

La revista The Debrief, trataba el tema en un artículo en el que aconsejaba inspirarse en las relaciones BDSM, en las que sus integrantes están acostumbrados a negociar y respetar los límites, para entender mejor el concepto de consentimiento. En el reportaje, Mistress Isobel, con base en Toronto, apuntaba que “la gente tiene una imaginación increíble, pero no es muy buena a la hora de leer la mente de los demás. Por lo tanto, aunque creas que tu compañero está de acuerdo en hacer algo, no está de más comprobarlo”. “El sexo vainilla”, comentaba otra ama; esta vez Megara Furie, de Glaswgow, “es el considerado como normal por los medios y la sociedad, lo que hace que la gente crea que sabe en todo momento lo que quiere su partenaire porque es lo usual; sin embargo esto no debería ser as, para evitar agresiones y malentendidos.ciones piensan que sesmbargo esto no debere sabe en todo momento lo que quiere su pareja”.

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