_
_
_
_
_

¿Ha sobrevivido tu pareja a las vacaciones? Enhorabuena

Generalmente, las parejas sanas salen más reforzadas de unas vacaciones; mientras que para las que tienen problemas, un período de descanso y de convivencia continuada puede ser una bomba de relojería.

pareja verano
Everett Collection

Siempre he considerado las vacaciones como un paréntesis de la existencia, ya que durante los días de descanso no somos realmente nosotros. Vivimos en otro sitio, comemos cosas diferentes, nos relacionamos con otras personas, se nos redime temporalmente de la maldición bíblica de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” y hay muchos que hasta visten de forma diferente, más arriesgada, animados por el favorecedor bronceado y el hecho de que uno está a cientos de kilómetros de amigos, vecinos y conocidos. Las vacaciones son un periodo de excepción, el patio de recreo del abrumador día a día. Pero, ¿somos realmente nosotros cuando volvemos a la rutina, cuando nos levantamos para ir al trabajo, cuando enlazamos trayectos en el metro rodeados de extraños? Es probable que tampoco, con lo que nuestra verdadera existencia podría reducirse a los viernes por la tarde –siempre que éstos sean libres– y los domingos, con una diversión endeudada por la perspectiva de que mañana volveremos al tajo.

Septiembre es el mes para hablar de la depresión post vacacional. Uno no quiere despertar y prefiere permanecer en ese sueño de desayunos tardíos, comidas mirando al mar, tardes infinitas y noches sin despertador; y nuestro ánimo patalea y llora como un niño enfadado cuando tiene que reincorporarse a la rutina. La hora de la verdad en las relaciones de pareja, sin embargo, empieza un poco antes; justo cuando llega el periodo del año más deseado: las vacaciones de verano, largamente planeadas y soñadas. La mayoría ha ahorrado para permitírselas, algunos han hecho la operación biquini o bañador y todos han depositado sus esperanzas de felicidad en los ansiados días libres.

Pero, a veces, el paraíso puede convertirse en un infierno, como le ocurrió a Verónica –39 años, Madrid–en un, largamente deseado, viaje a la Riviera Maya con su pareja. “No me di cuenta de lo mal que estaba la relación hasta que conviví 24 horas seguidas con mi, entonces, novio”, apunta esta madrileña. “Llevábamos viviendo juntos cinco años y, evidentemente, la época de enamoramiento ya había quedado atrás pero, aunque las relaciones sexuales se habían espaciado, yo pensaba que eso era lo normal y que no había nada por lo que preocuparse. Una vez en nuestro destino los problemas empezaron a aflorar. Discutíamos por todo, cualquier mínimo contratiempo producía una reacción exagerada en mi pareja y yo no entendía nada. Simplemente me preguntaba de dónde venía todo ese odio acumulado. A los enfados le seguían periodos de incomunicación en los que estábamos enfrascados en nuestros IPhones. La visión de otras parejas disfrutando, riéndose o besándose hacía todo mucho más doloroso y patético. Pensaba en lo que había ahorrado para pagarme ese viaje y solo quería que llegara nuestro día de partida. Volver a casa y pedirle que se mudara a otro sitio, ya que el apartamento en el que vivíamos era mío”. Verónica rompió cuatro meses después de volver de sus tristes vacaciones. “Lo que más me molestó es que nunca supo explicarme el por qué de su conducta. Su enfado, su rencor. Nunca antes se había comportado así. Me di cuenta que no podía seguir viviendo con alguien que acababa de echar por tierra el, para mi, momento más deseado del año y no se molestaba en dar siquiera una explicación”.

La operación biquini de las vacaciones en pareja

En un mundo competitivo y estresante, los periodos de descanso ya no se utilizan para recuperar fuerzas sino para ver 10 países en 15 días o hacer las fotos más impactantes para subir a Instagram o Facebook –afortunadamente, las redes sociales nos han librado de las sesiones de visionado de diapositivas en casa de los amigos viajeros–. La presión de la felicidad forzosa, que puede ser mucho más dañina y nociva que la de nuestra pseudo vida habitual. “Generalmente, las parejas sanas salen más reforzadas de unas vacaciones; mientras que para las que tienen problemas, un periodo de descanso y de convivencia continuada puede ser una bomba de relojería”, afirma Iván Rotella, sexólogo, terapeuta de pareja; director de Astursex, un centro de atención sexológica en Avilés, y miembro de La Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS).

“Las vacaciones ponen a prueba la relación y destapan todos los problemas que no se han detectado a lo largo del año”, continúa este experto. “La clave para llegar bien a este periodo de descanso es haber tenido mini vacaciones a lo largo del año. Es decir, periodos en los que la pareja haya podido estar sola y relajada; que pueden ser tardes o noches sueltas, fines de semana o puentes. Si se ha perdido la costumbre de estar en compañía de alguien y se han espaciado las relaciones sexuales hasta hacerlas casi desaparecer; no se puede pretender que, de la noche a la mañana, todo vuelva a ser como al principio. Esta frustración es la que provoca la mayoría de los enfados, los ataques de ira y la incomprensión por parte de quien los recibe. Cualquier inconveniente: la pérdida de un tren, la mala calidad de la comida del hotel o encontrarnos con un museo cerrado puede desatar una pelea. Los familiares pueden actuar como elementos moderadores o, al contrario, contribuir a la mala imagen del otro; ya que se tiende a pensar que la mujer acabará, irremediablemente, pareciéndose a la suegra y refunfuñando a cada momento. Regla aplicable a los dos sexos”.

Analizar la situación con los pies en la tierra

Claro que interpretar las malas o buenas experiencias de las vacaciones como el marcador inequívoco de lo que ocurre en nuestras vidas no es del todo exacto, y no solo en pareja. Tengo amigos que tras un mes en el pueblo de sus padres, deciden dejarlo todo para convertirse en neo rurales para, dos años más tarde, volver al asfalto ávidos de ruido, contaminación, comida basura y todo tipo de eventos culturales, gastronómicos o artísticos. Conozco también a alguien que lo dejó todo para ir a Ecuador, tras unas vacaciones en ese país con euros. Vivir con la moneda local, sin embargo, cambió totalmente su concepción de las cosas y ahora intenta combinar estancias laborales en España con periodos de descanso en su casa, en el país sudamericano.

“Las vacaciones son un momento muy propicio para reflexionar sobre nuestra vida, nuestros anhelos, los sueños que queríamos conseguir y lo que hemos logrado”, apunta José Antonio López Rodríguez, psiquiatra y vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada, “pero hay que distinguir siempre entre realidad y fantasía. La primera parte de unas buenas vacaciones es siempre el descanso, conceder el tiempo necesario al organismo para este se recupere y se relaje. Con la mente tranquila, es un buen momento para hacer balance de nuestra vida. ¿Llevamos una existencia insatisfactoria?, entonces deberíamos cambiarla, pero siempre siendo realistas y no planteándonos modelos de vida idílicos, pero inviables”, recomienda López Rodríguez.

Iván Rotella plantea el mismo sistema para el diálogo entre dos. “Hay que dejar espacios en las vacaciones para que la pareja esté sola; al margen de familiares, hijos o amigos. Los días de descanso son perfectos para charlar sobre la relación, aunque siempre en positivo. Los reproches son crítica vacía que no aporta nada. La pareja sube y baja en la montaña rusa de la vida y hay que sentarse, ponerse el cinturón de seguridad y prepararse para los vaivenes. Las vacaciones son también un buen momento para hacer las cosas que solíamos hacer antes y que echamos de menos, como encuentros eróticos al aire libre o hacer gala de un espíritu más aventurero. Otra posibilidad para las parejas que comparten trabajo o lo hacen desde casa, es tomarse unos días para irse de viaje con amigos, hermanos o compañeros de universidad. Esta idea oxigena la relación y contribuyen a que echemos de menos al otro”.

Para aquellos que hayan vuelto de viaje desenterrando el hacha de guerra, Rotella aconseja un periodo de calma y reflexión antes de lanzarse a firmar los papeles del divorcio o correr en busca del terapeuta de pareja más cercano. “Yo diría que traten de solucionarlo primero ellos mismos. Que analicen los problemas que han surgido sin echarle la culpa a nadie. A veces las vacaciones no salen bien. Hay contratiempos que pueden empeorar nuestras expectativas. Por eso no podemos depositar todas nuestras ansias de diversión en el mes de agosto. Deberíamos empezar a vivir todo el año”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_