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Guía de lectura feminista para el otoño

De Gloria Steinem a Roxane Gay, la rentrée editorial confirma que existe un boom del libro concienciado.

libros feministas
Philippe Halsman/Magnum Photos, (BWP /Cordon Press)

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los textos feministas se publicaban solo en editoriales especializadas y muy centradas en lo académico como Horas y Horas, que hacen una labor clave pero no lo tenían, ni lo tienen, fácil para llegar a los expositores lucidos en las librerías ni a la cobertura en artículos como éste. Pero este otoño, los catálogos de todo tipo de sellos, de independientes a multinacionales, están impregnados de teoría y, sobre todo, de experiencia feminista. ¿Se trata de una toma de conciencia colectiva o es que ha llegado la comodificación del feminismo al sector editorial? Dice Andi Zeisler en su reciente We were feminists once que a estas alturas “no puedes sacudir un tampón sin dar con algo o alguien que presume de feminista, en lugares en los que definitivamente no te lo esperarías: pintauñas, ropa interior, bebidas energéticas, aspiradoras”. No parece muy justo de decir eso, por ejemplo, sobre un libro de Gloria Steinem, una histórica del movimiento que en 1963 ya estaba haciendo periodismo gonzo, trabajando como conejita de Playboy, para poder contarlo en clave antipatriarcal. Pero no deja de ser curioso que su editora española, Ana S. Pareja, diera con el título que ahora publica Alpha Decay precisamente en la lista de lecturas que publicó la actriz Emma Watson. “En esa lista había libros de otras autoras que me interesaban, pero aunque había oído hablar de Steinem nunca había leído ninguno de sus libros. Pedí el libro a los agentes, lo leí y quedé completamente subyugada”, dice.

Daniel Moreno, editor de Capitán Swing, publica este otoño a dos voces muy respetadas y mediáticas, Rebecca Solnit y Roxane Gay, pero no se atreve a hablar de boom editorial. “Ojalá. Por desgracia, la prensa cultural más masculinizante todavía se hace poco eco de estos libros, pero por suerte hay una gran red paralela que enseguida mueve estos títulos por el boca/red”. ¿Y venden? “Depende del título, pero por lo general funcionan bien porque hay un público fiel, atento, preocupado y crítico”. Quizá el éxito de ventas de libros como Cómo ser mujer, de Caitlin Moran (Anagrama) ha puesto a los sellos a buscar a su feminista irreverente. Según Pareja, “es indiscutible que el feminismo como idea, como concepto, está de moda. Mientras no se simplifique y frivolice con un asunto tan serio, creo que es positivo que se publiquen más libros sobre el tema, que s se promueva el trabajo de más mujeres feministas”. Sea lo que sea, hay mucho que leer:

Mi vida en la carretera, Gloria Steinem (Alpha Decay).

La abuela del feminismo mediático vivió una infancia nómada, con un padre vendedor ambulante que montaba a la familia en su coche cada otoño en tiempos de la Gran Depresión. Y aquello le convirtió para siempre en lo que se dice un culo de mal asiento. A los 20 pasó dos años viajando por la India y después esa manía suya de no estarse quieta (y el perfil público que sostiene desde hace casi seis décadas) la ha puesto siempre en lugares interesantes: escuchó a Martin Luther King en la marcha de Washington, estuvo en en la Casa Blanca el día que Kennedy salió para Dallas, acompañó a Geraldine Ferraro cuando ésta fue la primera candidata a vicepresidenta y justo se encontraba en Florida cuando se planteó el empate entre Bush y Gore. Todos los libros de memorias necesitan algo de polémica y tensión y éste también las tiene, a pesar de ser un texto tan constructivo. Steinem dedica algunas páginas a sus piques con Betty Friedan, la autora de La mística femenina, y para denunciar la condescendencia de la intelligentsia de los 60 y 70, encarnada en autores como Gay Talese y Saul Bellow. El libro está dedicado al doctor que le procuró un aborto cuando tenía 22 años y que le hizo prometer que haría lo que quisiera con su vida. Lo cumplió.

Los hombres me explican cosas. Rebecca Solnit (Capitán Swing)

Un día, la escritora Rebecca Solnit y su amiga estaban en una fiesta algo incómoda en una cabaña pija de Aspen, Colorado. El anfitrión le preguntó a que se dedicaba, como quien se muestra educado con un niño de siete años, y ella farfulló algo sobre su libro más reciente, en torno al pionero de la fotografía Eadweard Muybridge. “Ah, muy bien, ¿había oído hablar Solnit sobre el otro libro, mucho más importante que se acababa de publicar sobre Muybridge?”. Tan seguro lo dijo, que ella pensó que realmente se le había escapado ese otro libro en el mercado. Hasta cuatro veces tuvo que decir su amiga “es su libro” para que el anfitrión lo escuchase, pero ni eso le frenó para seguir hablando sobre el tema, dando lecciones. Así nació un concepto, el mansplaining que hoy ha entrado en el léxico moderno (para desesperación de libertarias retrógradas): la costumbre de ciertos hombres a creerse más capacitados para explicar algo de manera condescendiente y paternalista, debido a una mezcla de ignorancia y exceso de arrogancia. Antes de que alguien diga “privilegio blanco” o alguna de las otras palabras de moda en internet, éste no es un problema sólo de autoras publicadas que van a fiestas en Aspen. Como dice Solnit, la credibilidad es un arma básica de supervivencia, necesaria, por ejemplo, cuando una mujer denuncia una agresión sexual. En su colección de ensayos, habla de esto, de Virgina Woolf, de la importancia de caminar, del discurso del odio en las redes sociales y de otros temas de los que el señor de la fiesta seguramente sabe más.

Mala feminista, Roxane Gay (Capitán Swing).

En noviembre se publica en España este texto que, como el de Solnit, también ha dado lugar a un neologismo: mala feminista es alguien que, como Gay, lee revistas de moda y ve realities de busca de pareja a la vez que denuncia, por ejemplo, el bajo porcentaje de autoras reseñadas en las publicaciones literarias. Durante años, Gay no se sintió cercana al feminismo porque lo consideraba un asunto de mujeres blancas y heterosexuales. En su libro de ensayos habla de esta interseccionalidad necesaria, de la política de su sobrepeso (tiene un libro pendiente sobre el tema, varias veces anunciado), del abuso sexual que sufrió de niña y, ehem, de Las gemelas de Sweet Valley (es fan). En Twitter, Gay se ha convertido en una voz clave a la que ese acude en busca de cordura e ingenio pero cuando se le dan mucho más de 140 caracteres, se disfruta más.

Madres arrepentidas, Orna Donath. (Reservoir Books). Este no es libro sobre feminismo como los anteriores pero sí es un libro feminista, a decir de la propia autora, una socióloga israelí que ha causado un airado debate en su país y en Alemania al romper el último tabú: la idea de que una mujer pueda arrepentirse de haber tenido hijos. Quien espere un panfleto incendiario en la línea facilona de algunos discursos interneteros (ese titular hashtag por el que ha optado la edición española no ayuda) se encontrará en realidad con algo mucho mejor, un texto académico y muy mesurado, porque lo que hizo Donath es formular preguntas difíciles a decenas de mujeres que confiesan ese arrepentimiento. Todas ellas, además, viven en Israel, un país donde el natalismo es una cuestión de estado y que tiene la media de nacimientos más alta de los países desarrollados, de más de tres hijos por mujer. Por muy distante que uno se encuentre de sus sensaciones, es imposible no empatizar con algunos de sus testimonios y entender hasta qué punto algunas mujeres tienen hijos por inercia, en busca de la paz social.

Mamá, quiero ser feminista. Carmen G. De la Cueva (Lumen) También en noviembre llegará a las librerías este álbum ilustrado de la periodista española que comanda la comunidad La Tribu de Frida. Estará bien leer una memoria de toma de conciencia feminista que no empieza en Omaha, Nebraska (lugar de origen de Roxane Gay) sino en un pueblo andaluz. La autora da las gracias a Pipi Calzaslargas, a Virginia Woolf, a Chantal Maillard, a Anne Sexton, a Virginie Despentes, a Lisístrata, a Antígona y todas las féminas que la han llevado hasta aquí, con ayuda de los dibujos de Mar Hernández, Malota.

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