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¿Están las mujeres dispuestas a pagar por sexo?

La idea de pagar por sexo empieza a dejar de estar vinculada a una derrota personal, a no ser lo suficientemente atractiva o al cruel paso de los años.

Richard Gere

Como no hay estadísticas fiables al respecto decido hacer un sondeo entre amigas y conocidas para comprobar si la posibilidad de pagar entra dentro de sus parámetros y descubro que ya nadie se asombra ante la idea, instalada en la mayoría de las cabezas femeninas (otra cosa es que se lleve a cabo). Hay una diferencia considerable entre las más jóvenes (hasta los 35 años) que todavía ve muy lejana la posibilidad de tener que desembolsar dinero cuando su principal problema los sábados por la noche es desembarazarse de los pelmazos que quieren acompañarlas a casa y salen con gays porque es la única manera de tener un amigo hombre que las escuche y comprenda en posición vertical.

Entre las mayores de 40 hay diversidad de opiniones. Elisa, de 55 años contesta a mi pregunta con un no rotundo, aduciendo que en ese caso faltaría el componente romántico y que si se trata de sexo puro y duro prefiere apañársela sola. Miriam, 51 años, barajaría la opción en un periodo de vacas flacas “no tengo consideraciones morales sino más bien higiénicas”, dice “trataría de tener referencias del sujeto y lo principal sería que el sexo fuera seguro”. Una amiga de Miriam utilizó estos servicios en una época en que su matrimonio hacía aguas y el sexo era ya un recuerdo en tonos sepia y acabó estrechando lazos de amistad con su proveedor.

El mayor inconveniente para Maite, 40 y tantos, es, ¿como no?, la introducción. Ve muy frío llamar a un escort, fijar el tiempo y el precio y quedar a una hora determinada. “No me importaría que surgiese en una fiesta o de forma espontánea, pero no me ponen nada los trámites y la burocracia previa”.

El caso más curioso es el de María, 47 años, de vez en cuando ayuda económicamente a su exnovio con el que ya no vive pero aún mantiene contacto. Él se dedica a escribir guiones, aunque todavía no ha conseguido vender ninguno, una actividad que considera incompatible con cualquier otra que le reporte algún ingreso. María no es partidaria de pagar por sexo y cuando le recuerdo, en un atrevimiento que pone en peligro nuestra amistad, que paga a su ex sin ni siquiera tener sexo con él, ella contesta que lo hace por amor. Descubro que para algunas personas el amor puede estar ligado al vil metal, pero no el sexo, al que sin duda deben considerar mucho más importante, puro e incorruptible. Interesante teoría a seguir.

La idea de pagar por sexo empieza a dejar de estar vinculada a una derrota personal, a no ser lo suficientemente atractiva o al cruel paso de los años. “Entre mis clientas”, cuenta Alex, gigoló profesional desde hace 7 años “ hay de todo, no son todas mayores y poco agraciadas como la gente puede pensar, algunas son muy atractivas. Profesionales con altos ingresos y éxitos en su carrera pero que no han encontrado aún a su media naranja, casadas a las que su marido ya no se molesta en acariciar, solteras que no quieren perder el tiempo en los bares buscando compañía. Muchas de ellas incluso tienen pareja pero buscan sexo de calidad. No quiero parecer pedante, pero si llevas 7 años tratando de satisfacer a las mujeres se supone que algo habrás aprendido. En una relación sexual normal la mujer está todavía muy atenta en satisfacer al hombre, con nosotros se muestra más egoísta, se concentra más en su propio placer”.

Ser gigoló podría parecer para muchos el paraíso en la tierra: te follas a una tía y encima te paga, pero Alex no piensa lo mismo “hay veces que te lo pasas bien y hasta no cobrarías, pero otras no es tan fácil. No siempre se está motivado y a veces recurrimos al Viagra, la clienta debe quedar satisfecha, sino no vuelve a llamar”. Además, continúa Alex, “hay que ser un poco psicólogo. Cuando tratas de estos temas con mujeres hay que tener mucho tacto, la mayoría se lo ha pensado mucho antes de llamar, están nerviosas y no saben como actuar. Cualquier palabra incorrecta puede hacerlas desistir, la mayor diferencia es que cuando ellas deciden pagar por sexo se lo toman muy en serio, al menos las primeras veces. Jamás irían en grupo y la mayoría no se lo cuentan a nadie, ni a sus amigas más íntimas”.

Quitar hierro al asunto es todavía una asignatura pendiente entre las que utilizan estos servicios. Un grupo de amigas que salen de noche y acaban con chicos de pago es todavía ficción, salvando el bochornoso espectáculo de una despedida de soltera con boys incluida, donde el alcohol actúa de anestésico y los vídeos rodados en el IPhone de factor decisivo a la hora de plantearse emigrar a otro país. Lupe, 44 años, es la única entrevistada que admite que lo haría como un juego, algo festivo, una experiencia a probar, más que por necesidad y además confiesa “sabes, creo que el romanticismo está sobrevalorado”, argumento que confirman las palabras del médico sexólogo Santiago Frago, “con la edad la mujer es menos romántica y se vuelve más sexual”.

Últimamente está proliferando una nueva forma de presentación de estos servicios para mujeres que, como Maite, no se sienten seguras a la hora de romper el hielo: los masajes eróticos con un opcional final feliz. Las palabras son expertas en disfrazar la realidad. ¿A qué no suena lo mismo ir a darse un masaje que contratar un gigoló? Carlos parece más un profesor de yoga que un profesional del sexo y cobra 100 € sólo por el masaje (los otros servicios son a parte). “Con este modalidad las mujeres no se sienten obligadas a nada, no tienen que cumplir ningún programa, es más espontáneo y todo depende de como se vayan sintiendo durante el masaje, aunque la mayoría elige un happy end.” ¿Quién dijo que en el sexo de pago no cabe el romanticismo?

¿Alguien más estaría dispuesta a pagar por sexo? Y si ya ha tenido esta experiencia ¿cómo ha resultado?

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