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Elena Francis, consejos para la mujer sumisa

Durante 36 años su consultorio diseñó a la mujer, madre y esposa del franquismo. Un estudio rememora la figura de la ‘coach’ sentimental más popular de la historia de España.

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Corbis (© Underwood & Underwood/Corbis)

Los consultorios sentimentales de antes hacían las veces de los psicólogos, coaches y sexólogos de ahora, incluso cuando hablar de sexo estaba mal visto o era casi pecado. De entre todos esos consejeros, en España, destacó Elena Francis, que durante 36 años y desde la radio recomendó a las mujeres abnegación, aguante, mirar para otro lado, hacer la vista gorda, tener paciencia, esperar a que las cosas cambiasen o sacrificarse por los hijos y la familia. El programa no fue sino la doctrina del régimen franquista disfrazada de consultorio sentimental, aunque llegó a sobrevivir al propio Franco –se emitió entre 1947 y 1984- y agonizó hasta su muerte, al negarse a actualizarse y seguir preconizando una moral de posguerra, cuando el destape, el divorcio, el feminismo y la lucha por la ley del aborto campaban a sus anchas por una España con prisas por sacudirse su pasado reciente.

Pura Sánchez, profesora de secundaria de lengua y literatura en el instituto Velázquez, de Sevilla, trabaja en un estudio ligado al equipo de investigación de la Universidad de esa misma ciudad, dentro del departamento de antropología social. El trabajo es una reflexión de la vida íntima de nuestras madres y abuelas a través del análisis de consultorios de radio y revistas femeninas. Pura espera que su investigación tenga éxito y se convierta, en el futuro, en libro. Leer las cartas que las mujeres de aquella época mandaban a Elena Francis con sus preguntas, ha sido una de las tareas de Sánchez para elaborar su estudio. Unas cartas a las que ella identifica con "mensajes de náufragos en una botella" y que describen un panorama de amas de casa solas, relegadas al hogar y a las tareas domésticas y con poca conexión con el mundo. “Es cuando la mujer sale a trabajar cuando empieza a interactuar con otras congéneres, a contarle sus problemas y a compararse con ellas. En los primeros años de la posguerra el lugar de las féminas estaba en casa y su relación con el mundo era bajo el acompañamiento de sus maridos”, cuenta Sánchez, “por eso muchas recurrían al consultorio de la doctora Francis, porque no tenían a nadie a quién contarle sus inquietudes, o porque éstas eran tan graves que temían ser estigmatizadas por ello”.


 

El gran engaño: Elena era un cura (y un psicólogo)

En el año 1982, cuando el programa todavía se oía en la radio, Gerard Imbert, actualmente catedrático de comunicación audiovisual en la Universidad Carlos III, de Madrid, destapó en su libro Elena Francis, un consultorio para la transición (Península) el gran engaño. El alma y cuerpo del consultorio no existía, era todo un montaje que el Instituto de Belleza Francis, con sede en Barcelona, se había inventado para hacer publicidad de sus productos. Doña Elena era un ser ficticio y las cartas las contestaba un equipo de asesores, entre los que se encontraban un cura y un psicólogo. Más tarde, a partir del año 66, los guiones del programa, que se basaban enteramente en la correspondencia, se le encargaron al periodista y crítico de toros Juan Soto Viñolo. Diversos nombres prestaron su voz al personaje irreal y, entre ellos, Maruja Fernández, actriz de doblaje y locutora –dobló a Anna Magnani, entre otras estrellas– fue la más emblemática. Lo único que era verdad eran las 20.000 cartas que llegaban cada mes al Instituto de Belleza Francis, procedentes de toda España.

El escándalo que siguió a la publicación del libro de Imbert fue tapado por el programa, que emitió un comunicado afirmando que “Elena Francis existe, es un ente físico. Se trata de una señora muy digna, muy preparada y muy amante de su intimidad, que tendrá en la actualidad entre 68 y 70 años. No es posible hablar con ella porque sigue una norma estricta de no conceder entrevistas ni aparecer en público".

1950s 1960s Teenage Girl Holding Red Silver Small Transistor Radio To Her Ear Listening
H. Armstrong Roberts (© H. Armstrong Roberts/ClassicS)

Una vez una niña le preguntó a Elena «las reglas de la actividad sexual». Francis contestó: «ligada a esta actividad está la función más importante de la mujer, que es la maternidad”

Corbis

La homosexualidad según Francis: "un trastorno que las esposas podían remediar"

Según Gerard Imbert, “lo que en un principio se concibió como un consultorio de belleza para promocionar los cosméticos de la marca, luego se transformó en un confesionario, aunque en el programa cabía de todo. Se hablaba de temas domésticos, del cuidado de la casa, de moda, de cocina”. Las preguntas iban desde cómo sacar un chicle pegado a una colcha de terlenka hasta cómo preparar un bacalao al pil-pil. “Una vez una chica preguntó cómo se colocaban las cosas en la nevera”, cuenta Imbert, que en su libro recoge preguntas curiosas de las oyentes, como si los besos de amor eran malos. El sexo era tema tabú, aunque indirectamente se aludía a él, en el ámbito de las relaciones marido-mujer. La obra de Gerard incluye también la cuestión de una niña de 12 años, que se atreve a preguntar las reglas de la actividad sexual, a lo que Elena Francis responde, “ligada a esta actividad está la función más importante de la mujer, que es la maternidad”.

En otra ocasión, la experta hace una disertación sobre en qué lugar de la cama debe dormir la mujer casada. A una chica, que sale con un novio más bajo que ella y que le prohíbe llevar tacones, la anima a que se haga muchas ilusiones, “yo, francamente, no le veo para ti”; mientras a una mujer que comprueba que su marido es homosexual y va a bares de gays le aconseja “no hacer demasiado caso de los rumores. Compórtese como si no hubiera ocurrido nada, con el fin de que su esposo recobre la confianza perdida. Extreme sus atenciones pero sin que él advierta nada. Cree un grato ambiente en la casa para que él no sienta la necesidad de salir”. Aunque en otros casos de homosexualidad, doña Elena opina que lo mejor es acudir al médico para que le cure el ‘trastorno’. En cuestiones de embarazos prematrimoniales la experta es tajante y “la falta” o “el fallo”, es siempre culpa exclusiva de la mujer. “Siendo tu la responsable” o “tu enorme equivocación”, son expresiones habituales.

Sophia Loren Lying on Bed
© Bettmann/CORBIS

Sophia Loren, en una imagen de archivo.

Corbis

La mujer abnegada y atada al matrimonio

Según Gerard Imbert, “la filosofía del programa era la de proponer un modelo de mujer abnegada, sufridora, entregada enteramente al hogar y capaz de cualquier cosa con tal de salvar la unidad familiar. Infidelidades, malos tratos, alcoholismo… Todo había que soportarlo por el bien de los hijos y su futuro”. “El matrimonio era un contrato en el que el hombre podía romper todas las reglas pero la mujer ninguna”, comenta Pura Sánchez.

A lo largo de sus 36 años de vida en antena, el consultorio adoptó diversos formatos y tiempos de duración, que oscilaron entre 30 minutos y una hora. Se ponían canciones dedicadas, se leían autobiografías o vidas de santos, como modelos a imitar, pero el cuerpo principal del programa consistía en leer las preguntas de las oyentes y darles consejo. Algunas cartas, si así se solicitaba, eran contestadas por correo, lo que servía como confirmación de que doña Francis existía y no era una mera leyenda. Según Imbert, “el formato del programa cumplía también una función que subrayaba la ideología del mismo. Todo estaba muy regulado, la música, la lectura de la pregunta planteada por la oyente, un breve paréntesis amenizado por una melodía, en el que pareciera que doña Francis estaba pensando la respuesta y el comentario. Era como un ritual, una misa. La voz que daba vida al personaje era también cuidadosamente elegida. Debía ser grave, con un cierto tono entre autoritario y maternal, porque había muchas Elenas Francis encerradas en una: la amiga, confidente, directora espiritual; pero también la censora, la juez, la represora. Todo estaba empapado de grandes dosis de maternalismo”.

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Everett Collection/Cordon Press

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La ranciedad de los consultorios de la época

Escuchar alguno de aquellos programas puede ser hoy un viaje al surrealismo mágico de la época, pero en realidad casi todos los consultorios para mujeres destilaban el mismo olor rancio y denigratorio para el sexo femenino. Un reciente programa de RNE sobre el tema que nos ocupa, titulado Elena Francis, el consultorio de la mujer sumisa, recuerda como existían muchos espacios femeninos, en las ondas o en las revistas, de corte similar. En uno de ellos, Carta de España, en la radio, la condesa de Quintanilla, que luego sería la condesa de Romanones –la misma que escribió un libro diciendo que había sido espía de los servicios secretos estadounidenses–, respondía a la pregunta de ¿qué cualidades busca la mujer en un hombre?. “Yo creo que busca las que ella no tiene, que sea muy equilibrado, porque las mujeres somos muy emotivas y menos equilibradas. Necesitamos ver que el hombre supera, muchas veces, las cosas que nos faltan a nosotras”, argumentaba la condesa, norteamericana de origen y española de matrimonio, que sintonizó muy bien con el modelo femenino franquista.

De mujer a mujer fue otro programa de RNE, en el que la señorita Teresa, llegada de la ciudad, daba consejos de higiene a las habitantes de un pequeño pueblo. Espacios pensados para ellas, pero que también escuchaban muchos hombres, especialmente taxistas, mecánicos y tenderos. Cualquiera que tuviera una ocupación que pudiera desempeñarla al mismo tiempo que oía la radio.

En 1961 las cortes franquistas aprueban la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la mujer. Según Pura Sánchez, “el régimen se había apuntado al desarrollo económico y quería pasar de la época del autoabastecimiento a la del fomento del consumo. Necesitaba, por tanto, que las mujeres se pusieran a trabajar para impulsar la economía y para convertirse en potenciales consumidoras, que luego compraran un frigorífico o una lavadora. Era una nueva filosofía, contraria a la de la posguerra, que propició la vuelta de las mujeres al hogar y demonizó a las republicanas, como integrantes de la clase obrera”. Claro que este nuevo papel de la mujer necesitaría también de una nueva moral, pero no fue así. Como cuenta el programa de RNE, “años después de la aprobación de la ley, en 1966, Pilar Primo de Rivera, la delegada nacional de la Sección Femenina de La Falange, aclaraba en la radio : ‘el principal papel de la sección femenina es que la mujer se centre. Porque, indudablemente, en estos momentos la mujer tiene que trabajar, tiene que estudiar, pero por encima de todas estas cosas, lo primero para una mujer casada es la vida familiar, de matrimonio y el cuidado de los niños. Una mujer no puede desentenderse de la educación y el cuidado de sus hijos, de ser una compañera y amiga de su marido. Que si tiene que trabajar, tiene que trabajar, pero sin perder lo primordial, que es esto”.

Ciertamente era difícil centrarse, cuando por una parte debías ser moderna y ponerte a la altura de otros países -España, por aquel entonces, tenía el índice más bajo de Europa de mujeres trabajadoras- y por otra, seguir siendo la abnegada esposa, cuya principal misión era llevar el timón del hogar. Pero el consultorio de Elena Francis no cambió en casi nada su ideología. Según Pura Sánchez, “si abrió la mano algo con la ley del divorcio. Aquí la señora Francis aconsejaba primero resignación, luego irse a casa de la madre y, finalmente, si la cosa estaba muy mal, el divorcio. Pero seguía el discurso del temor de dios y el chantaje emocional con los hijos. También es verdad que con el tiempo, los casos de homosexualidad o alcoholismo, se veían más desde un prisma científico y médico y se trataba a los esposos con estas “dolencias”, como enfermos a los que había que curar. Y , por supuesto, el sexo seguía siendo tema tabú”.

Como cuenta el programa de RNE, los últimos años de emisión del consultorio dejaban traslucir ya el cambio social. Algunas oyentes se interesaban por la obra de Albert Camus; otras pedían la receta del pollo al chilindrón y muchas seguía firmando sus cartas con pseudónimos como “una desgraciada”, “una mujer que sufre”, “una esclava del amor”, “una despechada”, “una víctima de su propio error” o “una pecadora arrepentida”.

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