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Dejarlo todo y dar la vuelta al mundo en moto

Pocas aficiones han dado tantos aventureros capaces de aparcar vidas convencionales en busca del viaje perfecto. Miles de seguidores animan sus travesías y admiran su estilo de vida.

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Long Way Round

La vuelta a la normalidad después de las vacaciones suele dar lugar a pensamientos fugaces en torno al sueño de no volver nunca y dedicarnos a la actividad con la que el asueto feliz nos haya bendecido. El primer día de oficina, una de cada tres frases -si se nos permite la licencia estadística- alude al “un día no vuelvo y me dedico a (inserte su verbo ideal aquí) para el resto de mi vida” que condensa el sempiterno deseo humano de gastar la existencia con las obligaciones elegidas y no las exigidas. No parece fácil y, en general, todos vagamos, más o menos confortables, por biografías ordenadas y viajes programados según el calendario laboral. Pero hay seres hechos de otra pasta que dijeron que lo harían y lo han hecho… en moto.

La historia mediática de los “vueltamundistas” comienza con Ted Simon, un ingeniero químico británico que en los años 70, cuando ya había cumplido los 46 años, decidió dar la vuelta al mundo sin demasiados preparativos. Durante 1973 y hasta 1977 atravesó 45 países en una moto Triumph Tiger 500 y su gesta se concretó en el que es uno de los libros más influyentes para cualquier motero de largo recorrido, Jupiter´s Travels. Desde entonces, Simon ha dedicado su vida a viajar, escribir y contar en distintos estrados cómo ha sido una vida dedicada a viajar en moto financiando sus aventuras con la ayuda simpatizantes y seguidores que colaboran (ha repetido su viaje al cumplir los 70) con efectivo, depósitos llenos o sábanas limpias en las poblaciones a las que llega.

10 años tardó otro gran overlander, el argentino Emilio Scotto, en recorrer 272 países y hacer 735.000 kilómetros. Igual que la mayoría de los moteros célebres convirtió su moto, una Honda Gold Wing, en una especie de novia a la que llamó “La princesa negra” antes de iniciar una travesía equivalente a dar 18 vueltas al mundo con el único afán de contarlo y, según una de sus últimas entrevistas, con medios tan escasos que hacen palidecer de admiración: “Con 300 dólares en el bolsillo y con un equipamiento muy simple y básico, que era lo que había entonces. Me fui vestido con mi ropa de calle, mi camisa, mi pantalón de todos los días, un casco marca Uvex, las botas eran de esas amarillas de pescadores, un poncho que me regalaron para la lluvia, una pequeña cámara de fotos…Y no es que fuera algo improvisado, era simplemente que entonces las cosas eran así. En aquella Argentina no había ropa especial para moto, guantes, botas. De hecho yo salí sin guantes… Pero yo tenía lo imprescindible, mi sueño, mi moto y mi corazón, y partí”.

La gesta de Scotto fue la primera en contarse en lo más parecido al “tiempo real” que había en los ochenta. La revista semanal Motociclismo comenzó a publicar sus crónicas y cientos de miles de personas siguieron sus aventuras a lo largo de toda una década sirviendo de inspiración a overlanders contemporáneos, mejor preparados y con hechuras de aúpa como los actores Ewan McGregor y Charley Boorman. El documental que narra su primera vuelta al mundo en moto se llamó Long Way Round y la intrahistoria de sus preparativos pasa por España… El plan inicial era hacer un recorrido por nuestro país con sus mujeres, pero, como cuenta el primer capítulo de su aventura una noche se descartó y McGregor y Boorman decidieron ir de Londres hasta Nueva York… por el Este. Después, la BBC les acompañó desde Escocia a Ciudad del Cabo grabando Long Way Down. Además de una bomba publicitaria para BMW (y una bofetada pública para KTM, que no creyó en el proyecto y decidió no ceder las motos que habían pedido), los documentales de McGregor y Boorman han supuesto el punto de inflexión entre los overlanders clásicos y los actuales, que ya no contemplan iniciar sus viajes sin pensar en grabarlos y editarlos al final de cada jornada con tonos y maneras tan distintas como sus rumbos.

Ted Simon en su primer viaje entre 1973 y 1977.

Cortesía de Ted Simon

Del “algún día lo hago” al “salí a dar un vuelta”

Los vídeos de Fabián Barrio se convierten en virales a las pocas horas publicarse. Alusiones poéticas, músicas épicas, retranca contagiosa –empezando por la elección de su dominio web-– y una curiosa grandilocuencia parecen ser los ingredientes que conectan a este seguidor patrio del espíritu overlander con sus miles de seguidores. Barrio es un buen ejemplo de la paradoja del biker style: las chupas de cuero, las botas agresivas y el negro militante visten, en realidad, a corazones más sensibles que salvajes a pesar de su audacia. En su web Salí a dar una vuelta narra con detalle costumbrista cómo y por qué tomó la decisión de dar la vuelta al mundo, dejó su trabajo, alquiló su casa, colocó a su perra y otras intendencias de una aventura que, como para el resto de sus compañeros vueltamundistas, tiene más que ver con el viaje que con el destino.

Así lo explica también Miquel Silvestre, que dejó un cómodo trabajo como registrador de la propiedad para completar la Ruta de los Exploradores Españoles Olvidados, y de nuevo, la idea del motero como personaje solitario, arriesgado y prácticamente invulnerable choca con la ternura y la media sonrisa que asoma al saber que Silvestre se ha llevado de paquete a su septuagenaria madre en más de una aventura. O McMartin, el aparejador que a lomos de “La Capitana” ha irrumpido en los últimos años con sus libros y videos moteros que impactan por la emocionalidad con la que narra sus contingencias y enamoramientos por rutas imposibles.

Pero sin duda, el caso más mediático es el de Charly Sinewan. Ex empresario de éxito, fue socio fundador de la empresa Bonsai hasta que inició su vida como vueltamundista. Desde sus viajes colabora con distintos medios de comunicación como El País dando voz a “la gente impresionante que hay por el mundo” ha abandonado una vida urbanita para tener una vida nómada, y nos cuenta desde África que “lo cierto es que lo he dejado todo”, para dar durante cuatro años la vuelta al mundo por etapas contando cómo vive la gente con la que se encuentra y participando en numerosos proyectos de cooperación para mejorar sus condiciones de vida. Mientras, él cuenta que vive “con tres maletas, de las cuales una y media está llena de tecnología para las conexiones y editar los vídeos. Seis camisetas, dos pantalones, mis zapatillas Salomón, mi ropa de moto y mi tienda de campaña, nada más”. Como Scotto, McMartin y otros muchos, financia sus viajes con su esfuerzo, algún patrocinio y la solidaridad de los que va encontrando por el camino. La clase de riqueza humana que los overlanders aseguran que solo se encuentra viajando así, sin apenas nada.

Moteros o corazones sensibles enfundados en chupas de cuero, su estilo ha conquistado el armario de los urbanitas. Quizá porque sus andanzas, cual caballeros solitarios del siglo XXI, nos hacen soñar con la libertad de una vida ligera, sin más equipaje que el que cabe en unas alforjas.

McMartin en el Salar de Uyuni en Bolivia.

Cortesía de Martín Solana.

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