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‘Bud sex’: hombres con relaciones homosexuales que reivindican ser heteros

Hombres con prácticas hetero y homosexuales rechazan la etiqueta bisexual. ¿Por qué el miedo a ser estigmatizados?

bud sex
Cordon Press

Hombres heterosexuales con relaciones homosexuales que reivindican su condición de heteros. No se trata de un trabalenguas y si lo piensan detenidamente tampoco es algo nuevo, sino tan antiguo como la humanidad. Presos que, debido a su imposibilidad de estar con mujeres, practican el sexo con compañeros de celda porque ‘son muy machos’, como reflejaba la excelente novela Hombres sin mujer, del cubano-gallego Carlos Montenegro. Militares y hasta sacerdotes, que no dudan luego en exhibir desde el púlpito su nada escondida homofobia.

Recientemente, este fenómeno ha vuelto a salir a la luz a raíz del trabajo de investigación que ha llevado a cabo un sociólogo de la Universidad de Oregón, Tony Silva, entre un grupo de hombres blancos que viven en un medio rural, todos los componentes del estudio pertenecían a las áreas de Missouri, Illinois, Oregon, Washington o Idaho– lugares conocidos por su ideología conservadora–; que se definen como heterosexuales –muchos están casados y con hijos– y que, sin embargo, tienen sexo con sus compañeros, aunque no se identifiquen para nada con alguno de los protagonistas de Brokeback Mountain (2006).

La intención de Silva, como comenta a S Moda, era estudiar el fenómeno y “relacionarlo con los múltiples factores que afectan a la identidad sexual como la cultura, el contexto social, el lugar, el momento histórico y las interpretaciones personales. De hecho, las identidades sexuales, tal como las conocemos hoy en día –heteros, gays, lesbianas, bisexuales, etc–, no han existido hasta mediados-finales del siglo XIX y la forma de entenderlas no es la misma en todo el mundo. Pero no solo eso, además, y como se ha visto en el estudio, personas con la misma cultura pueden tener prácticas sexuales similares pero interpretarlas de formas distintas, dependiendo del concepto que tengan de su propia sexualidad”.

Para Silva el término ‘Bud sex’ (bud significa algo así como colega, compañero) se aplicaría a “aquellas relaciones que sus participantes interpretan como ‘ayudar’ a un amigo -en la que está exento el factor romántico-, entre hombres blancos y heterosexuales o, escondidamente, bisexuales. Encuentros secretos y sin asociación ninguna con ideas como feminidad u homosexualidad. A través de una interpretación compleja, los participantes tienen sexo con hombres, algo generalmente no compatible con la heterosexualidad o el tradicional concepto de masculinidad”.

Imagino ya lo que muchos estarán pensando. Ok, hombres bisexuales que no quieren reconocer esta condición, pero la cosa no es tan simple o puede tener diversas interpretaciones. En el 2015, Jane Ward, profesora de Género y Estudios sobre la Sexualidad de la Universidad de California, publicó un libro titulado Not Gay: Sex between straight white men (No gay: Sexo entre hombres blancos heterosexuales) en el que exploraba varias subculturas en las que se da lo que se podría llamar ‘sexo hetero-homosexual’. Y no hablamos solo de militares o presidiarios sino desde hell angels hasta vecinos de barrios respetables y conservadores. Ward busca en su libro alguna explicación al fenómeno que no sean las muchas, y de Perogrullo, que se han dado a lo largo de la historia. La más estrambótica y una de las que menciona en su obra es una por parte de un sociólogo de los años 60, que argumentaba que los flirteos homosexuales de muchos maridos se debían a que puesto que la Iglesia Católica prohibía usar condones y muchos matrimonios no querían tener más hijos, él se veía obligado a buscar sexo con otros hombres en los baños públicos. Otra típica argumentación es la de esgrimir que no es sexo en realidad sino ‘juegos’ o que la sexualidad entre hombres es más fácil, práctica y está desprovista de sentimentalismo y, por lo tanto, de problemas.

La portada del libro ‘Not Gay: sex between straight white men’.
La portada del libro ‘Not Gay: sex between straight white men’.

Según cuenta Jane Ward a S Moda, “los hombres heterosexuales de raza blanca, es decir, los que tienen el poder, tienen mucho que perder si reconocen sus deseos hacia el otro sexo, porque la masculinidad ha estado muy específicamente definida durante mucho tiempo y porque ha sido el único y estrecho camino para ser un hombre de verdad. La atracción hacia otros varones se ha percibido como algo femenino, que resta autenticidad y poder al hombre, aunque esta regla no funciona con las mujeres, que pueden besar o tocar a otras sin ningún estigma y sin que se traspasen las fronteras, más flexibles, de la normatividad sobre lo femenino”. Algo que confirma Silva que subraya que “la razón por la que hay más mujeres abiertas a probar relaciones con el mismo género es por la heteronormatividad, que afecta de forma distinta a los dos sexos; ya que la heterosexualidad en el varón está más firmemente atada a las diferentes formas de masculinidad”.

De hecho, como comenta Ward en su libro, algunos de estos hombres heteros con práticas homosexuales, muestran incluso un cierto rechazo a los comportamientos gays que, en algunos casos, rayan la homofobia. En su investigación muestra algunos anuncios publicados por miembros de este grupo en la sección de contactos de los periódicos norteamericanos en los que se repiten las expresiones “solo hombres masculinos”, “porno estrictamente hetero” o “sin entrar en prácticas gays”. Ideología que el detective Torrente sentenció en aquella frase ya mítica: “¿Nos hacemos unas pajillas?, ¡pero sin nada de mariconadas, ehhh!”.

Lo que se consideran o no prácticas gays entra dentro de una visión muy flexible y personal del término; ya que, como comenta Tony Silva, “la mayoría de los hombres que entrevisté para mi estudio estaban casados y mantenían sus prácticas homosexuales en secreto; excepto uno que tenía una relación abierta con su pareja. Algunos asociaban el concepto de ‘penetración’ con ideas de feminidad u homosexualidad, pero otros no. Penetrar o ser penetrado podía también marcar una diferencia para algunos pero no para todos y algunos diferenciaban entre la penetración anal u oral; pero ninguno cuestionaba su masculinidad o heterosexualidad en términos de ser penetrado o no. Su interpretación del sexo era la llave para identificarse como hetero y masculino, no sus prácticas”.

¿Con miedo a salirse de las etiquetas establecidas?

Es muy probable que las identidades sexuales, tal como las conocemos hoy día, sean algo en peligro de extinción, como indica la ideología queer o el hecho de que los millennials no necesiten, tanto como sus padres, etiquetarse o encajar en un apartado de preferencias u orientaciones eróticas; o puedan llevar a cabo prácticas homosexuales sin hacerse demasiadas preguntas. Pero, ¿responde la conducta de estos hombres a esta filosofía? Según comentaba Ward en una entrevista al New York Magazine, “en los últimos quince años ha habido mucho interés y comentarios en EEUU sobre la sexualidad más fluida y la heteroflexibilidad, pero siempre se han centrado en las mujeres o en los hombres de comunidades negras o latinas. Sin embargo, nadie se pregunta nada sobre está nueva manera de entender la masculinidad entre hombres blancos y heteros. O, como mucho, la justifican diciendo que no es sexo en realidad. Uno puede pensar que éstos hombres tal vez pertenezcan a la subcultura queer, en la que entonces los calificactivos de ‘homo’ o ‘hetero’ sobran, pero no creo que sea esa la razón. No quieren entrar en ese mundo, por eso su homosexualidad es utilizada al servicio de la heteronormatividad. Por eso he escrito mi libro, porque creo que es tiempo de analizar estas conductas con más detalle”.

Según Iván Rotella, sexólogo, director de Astursex, centro de atención sexológica en Avilés y miembro de La Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS), “ninguno de nosotros somos 100% heterosexuales u homosexuales, y hay hombres y mujeres que exploran su parcela de atracción hacia el mismo sexo cuando ya son adultos, están casados y tienen una vida diseñada. Entonces puede ser un conflicto, especialmente si descubren que estas nuevas prácticas les gustan más que las anteriores. Pero el deseo es más amplio que los conceptos que han tratado de acotarlo y lo que hay que tender es a romper los encasillamientos y tener relaciones con personas, independientemente del sexo. Eso es a lo que se tenderá en el futuro y yo creo que vivimos una época en la que se está formando un nuevo paradigma, donde los conceptos tradicionales empiezan a entrar en crisis. A nivel práctico, uno puede aceptar lo que siente o le apetece y tratar de llegar a acuerdos, en caso de que se esté inmerso en una relación, o si no es posible cerrar un capítulo en su vida. Puede tambien negarlo y seguir con su vida normal. En ambos casos habrá conflicto, porque negarse a si mismo lleva también implícito un alto precio a pagar”.

La mayoría de los hombres que entrevistó Silva, experimentaron cambios en sus atracciones sexuales después de décadas de matrimonio. “Algunos reconocen que empezaron a tener sexo con sus amigos cuando éste se volvió complicado o inexistente con sus mujeres”, comenta éste sociólogo, “o cuando empezaron a tener problemas de erección. Necesitamos más estudios sobre la sexualidad masculina, ya que, como vemos, la naturaleza de ésta puede cambiar a lo largo de la vida”.

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