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¿A quién le importa lo que usted coma?

Algunos restaurantes prohíben sacar fotos a los platos. Pero hay gente que hoy enloquece con el ‘postureo’ gastronómico. ¿Cuál es la medida?

debate

La opinión de… Martín Berasategui
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Siete estrellas Michelin en sus tres restaurantes (Lasarte, BCN, Tenerife).

No tengo ningún inconveniente en que los comensales fotografíen los platos. Soy consciente de que los clientes buscan vivir una bonita experiencia y hacer fotos es una manera fácil de poder llevarse un recuerdo para siempre. La cocina española tiene mejor salud que nunca y estamos en un momento histórico. Tenemos que ser capaces de venderla bien y debemos adaptarnos al momento en el que vivimos. La tecnología está cambiando el mundo y tiene infinidad de cosas positivas, entre ellas, la comunicación. Que alguien comparta sus experiencias desinteresadamente es una de las mejores formas de darse a conocer, aunque hemos de ser conscientes de que, a veces, la calidad de la foto no refleja exactamente la realidad del plato. En mi opinión, las experiencias compartidas siempre suelen ser más enriquecedoras. Uno puede vivir solo la experiencia y disfrutar muchísimo, pero compartir aporta nuevas opiniones, ideas, disfrute y momentos que surgen a raíz de la experiencia vivida con más gente. En cuanto a quienes prohíben sacar fotos, creo que cada uno tiene derecho a llevar su negocio de la manera que crea más conveniente. Yo pienso que nada es blanco ni negro, y aunque alguna vez los clientes estén más pendientes de fotografiar la comida en vez de disfrutarla, poniendo una balanza es más positivo que la gente pueda fotografiar y compartir las imágenes con otros. Los comensales deben sentirse libres y vivir la experiencia de la mejor manera posible, partiendo de la base del sentido común.

La opinión de… Mikel López Iturriaga


Experto en gastronomía. 
Autor del blog El Comidista.

Nos hemos puesto un poco pesados con lo de retransmitir nuestras comidas por las redes sociales. En esto, como en casi todo, lo importante es la discreción. No creo en la prohibición tajante, tampoco es un drama sacar el móvil y hacer dos o tres fotos, pero algunos se pasan y montan auténticos circos: se suben a las sillas para lograr planos cenitales o sacan un trípode y lo plantan en mitad de la mesa. Para mí, la línea roja estaría en molestar al resto de los comensales y, sobre todo, a tus compañeros de mesa. Si sale un plato y te tiras dos horas buscando la luz y el encuadre perfectos, estás siendo pesado e imprudente: los demás te esperarán por educación y retrasarás la comida. Una solución para evitar esas molestias, y que además los platos salgan bien, podría ser que los restaurantes tuvieran un catálogo de fotos buenas para enviárselas a los clientes, o que se diera la posibilidad de retratar, después de comer, los platos colocados en un sitio con buena luz, preparados especialmente para eso. El otro día, un cocinero televisivo muy famoso me contó que se pasa más de la mitad del tiempo haciéndose fotos con los comensales. Eso refleja la misma obsesión, esta locura por tener un registro gráfico de lo que haces para mostrarlo en las redes. Todos, de alguna manera, practicamos un poco el postureo en estos medios. Lo que comes se ha convertido en símbolo de estatus social. Se busca marcar la diferencia, enseñar que somos especiales por lo que comemos. Pero, como decían antes los curas, moderación, hermanos, moderación.

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