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¿Sabemos tomar el sol?

O 14 razones del porqué acabamos achicharrados, con manchas o arrugas y encima creer que lo habíamos hecho bien.

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Popperfoto (Popperfoto/Getty Images)

Parece mentira que, con la de horas de solana que tenemos a este lado de los Pirineos, aún sigamos cometiendo errores imperdonables cada vez que nos ponemos al sol. No se trata de huir del astro rey como de la peste bubónica (nuestros vecinos del Norte lo hicieron hace unos años, y han acabado comprando píldoras de vitamina D por toneladas para paliar deficiencias que con un poco de sol podrían repararse) pero sí de exponerse al sol con cabeza.

1. Confundir UVA, UVB e IR

Los rayos solares que llegan a la Tierra tienen muchas longitudes de onda (desde los infrarrojos a los ultravioletas pasando por todas las gamas de colores visibles). Unos son inocuos para nuestra piel y otros tienen efectos secundarios, desde coger un bonito bronceado a achicharrarse viva o engendrar un melanoma. ¿En qué se diferencian? En su longitud de onda. Cuanto más corta, menos penetran en la piel. Más larga, penetración más profunda. Y eso no significa que hagan más o menos daño, sino en qué nivel de piel lo están causando (en las capas más superficiales o en la dermis más profunda). Además de los rayos visibles, que son inocuos para nuestra salud, están los UVC (malísimos para la vida tal como la conocemos, pero que, afortunadamente, no llegan nunca a la superficie terrestre gracias a la capa de ozono), UVA (entre los 315 hasta los 400 nm de longitud de onda) y UVB (de 280 hasta 315 nm de longitud de onda) y los infrarrojos (llamados IR, por sus siglas en inglés, de 1 mm a 700 nm). A grandes rasgos, tanto los UVB como los UVA broncean, pero, los UVB también provocan quemaduras y los UVA, envejecimiento prematuro. Y todos, incluidos los IR, pueden provocar daños celulares. Los IR, hasta ahora los grandes desconocidos, a la chita callando penetran “hasta las capas más profundas de la piel, provocando una reacción de estrés oxidativo que aumenta los radicales libres con devastadores efectos sobre el colágeno".

Consecuencia: "pérdida de la elasticidad de la piel y de la firmeza y arrugas profundas”, explica la Dra. Montserrat Pérez, doctora en Dermatología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Vamos, envejecimiento precoz. Son los responsables del calor que se siente bajo el sol. Hay que protegerse de todos porque los daños solares son acumulativos, a largo plazo e irreversibles: las arrugas a los 40 son resultado de los excesos bajo el sol a los 20.

2. Creer que una protección alta vale para todo el día.

Y no. Antes de ponerse al sol, hay que mentalizarse: no somos lagartos, sino más o menos sapiens. El efecto protector de un producto no se puede alargar por mucho que nos lo apliquemos varias veces al día. Se insiste en reaplicarlo porque con el sudor o el agua se pierde parte del producto, pero no para tirarse todo el día despanzurradas bajo el astro rey. Además, como bien explica en su blog el Dr. Ángel Pizarro, Jefe de la Unidad de Prevención y Diagnóstico Precoz de Melanoma de la Clínica Dermatológica Internacional y de la Clínica Ruber, “la energía solar que penetra en nuestra piel no es uniforme a lo largo del día”. Por si fuera poco, la mayoría de los protectores frente a los UVA se basan en filtros químicos que reaccionan bajo los rayos solares y se van degradando a medida que pasan los minutos. Por eso, el último día de verano, ese en el que aunque estemos negras como tizones nos empecinamos en tirarnos todo el día al sol, nos quemamos. Algunas de las patas de gallo de dentro de dos décadas se habrán iniciado ese día…

3. Racanear en producto.

El factor de protección que marcan los envases se calcula para una cantidad de 2 mg/cm2. “La superficie de piel a proteger en un adulto en bañador puede superar 1 m2, lo que significa que para usar esa cantidad deberíamos aplicar unos 20 a 25 ml de producto cada vez cuando queramos proteger todo el cuerpo. Muchos envases contienen 200 ml. Aplicando el protector dos veces al día en todo el cuerpo no debería de durarnos el envase más de 4 a 5 días, y a una familia de cuatro miembros no le llegaría apenas para 2 días”, comenta el Dr. Pizarro. Si un tubo de protector te dura todo el verano, o estás en Islandia, o lo estás aplicando mal. Otro fallo: todo el mundo alguna vez se ha dejado recovecos de piel sin untar de bronceador (esa línea al lado del bikini, las orejas, el empeine o trozos de espalda a los que no llegas salvo que seas contorsionista del Cirque du Soleil). Para evitarlo hay productos fáciles de aplicar en forma de bruma (Bronze Mist de Natura Bissé, Brume Solaire Lactée de Biotherm, Anthelios XL de La Roche Posay, Spray Solaire Lotion Non Grasse de Clarins…). Algunos, incluso, se aplican directamente sobre la piel mojada (Sun Sport Invisible Mist de Lancaster).

4. Con ropa, también te quemas.

Los textiles, salvo excepciones del tipo la armadura medieval, el vaquero y el traje de buzo, permiten pasar la radiación solar. La tamizan, pero algo pasa. Y cuanto más claras y holgadas sean, más radiación se cuela en nuestra piel. Sobre todo, si son de algodón o lino y más cuando se mojan. Dicho de otra manera: bañarse con una camiseta blanca a pleno sol puede ser la autopista a unas desagradables quemaduras. Menos mal que ya está todo inventado: It’s Love The Sun produce camisetas que aseguran un filtro solar IP 80 durante toda la vida del artículo incluso cuando la prenda está mojada.

5. A la sombra, ni te bronceas ni te quemas.

Según de qué sombra se trate. Siempre que haya luz solar ésta se refleja en todo lo que nos rodea y nos alcanza en mayor o menor medida. Si se trata de arena blanca o nieve, la luz reflejada es enorme (80% en el caso de la nieve y 25% en el de la arena) y sí, también hay que protegerse de esa. Ojo: la hierba refleja el 10% de la luz. Terminantemente prohibido, por descabellado, tomar el sol entre espejos o haciendo una parabólica casera con papel de aluminio.

6. No protegerse dentro del coche.

Un atasco camino de la playa. Trillones de horas en el coche. Las ventanillas cerradas y el aire acondicionado a toda pastilla. Tal vez no nos asemos pero los rayos del sol que pasan a través de la ventanilla siguen haciendo de las suyas. En concreto, el 35% de los rayos UVB y la mayoría de la radiación UVA pasan tan campantes. No está de más llevar el protector solar a mano para evitar males mayores.

7. No cuidar las cicatrices

A las cicatrices y tatuajes recientes mejor que no les dé el sol. Si no queda más remedio, aplicarles mucha protección. De lo contrario se pueden producir hiperpigmentaciones (manchas) irreversibles. Esto también se aplica a la depilación láser. Como mínimo, hay que dejar pasar un mes tras la aplicación del láser. Por último: nada de sol si se está tomando antibióticos porque también pueden generar manchas.

8. Bajar de protección en cuanto te ves morena.

Empiezas la temporada con un FPS 50 y en cuanto te ves bronceada, bajas la protección creyendo que no te vas a quemar. Error. La melanina posee un FPS natural muy bajo, normalmente inferior a 6. Dejar de usar protección solo porque ya tienes color puede suponer unas bonitas quemaduras de fin de verano. Sin contar con las arrugas, manchas y flaccidez gratuita, cortesía de unos UVA fuera de control. Y a eso súmale la depresión postvacacional.

9. Hacer barbaridades.

Embadurnarse de aceite para niños, Coca Cola, aceites intensivos de coco sin protección solar… Bajo el sol, siempre con protección. El resto es no quererse.

10. No protegerse porque está nublado.

Ese día de verano que amanece encapotado lo carga el diablo. Parece que no, pero te puedes quemar. O, al menos, coger papeletas para unas arrugas venideras. Las nubes filtran los rayos UV pero todo depende del tipo y espesor de la nube. Un cielo gris y nublado puede reducir hasta un 20% la radiación UV directa. El resto, más la que refleja la arena, va directa a la piel.

11. Usar siempre la misma protección.

La radiación depende de la hora de exposición, de la estación del año, las condiciones climatológicas, la latitud y la altura a la que estemos. Hay apps para móvil en las que se puede consultar, en tiempo real, qué cantidad exacta de radiación UV tenemos sobre la cabeza (My UV Check de La Roche Posay, Sun Alert, Sun Timer…). Algunas hasta indican cuántos minutos se puede estar bajo el sol sin quemarse, qué niveles de ozono andan bloqueando las radiaciones solares y hasta si hay tormentas solares. Para el resto de mortales no paranoicos con las radiaciones, usar el sentido común suele ser suficiente.

12. No existe la pantalla total.

Aunque algunos productos con FPS 20 o superior se vendan como “pantalla total” o “sun block” lo cierto es que no existe a día de hoy una pantalla total. Un FPS 50 bloquea el 98 % de la radiación así que, recuerda, un protector solar no es un burka.

13. Ser pálida y querer ponerse como Naomi Campbell.

El bronceado depende del fototipo, de lo activos que sean los melanocitos (todas las razas tienen genéticamente la misma cantidad de este tipo de células) y de la cantidad de melanina que podamos producir (que, evidentemente, no es la misma ni entre distintas razas ni entre tú y esa amiga que tan morena se pone cada verano). Alguien de piel transparente y cabello muy claro raramente se bronceará mucho. Exponerse más de lo que nuestra piel permite solo abre las puertas a quemaduras y envejecimiento prematuro. Y las quemaduras de hoy pueden dar paso a melanoma u otros cánceres de piel en el futuro.

14. Nada es eterno.

Los protectores solares, tampoco. Por lo general, duran unos tres años desde su fabricación y un año desde la apertura del envase. Si han estado expuestos a altas temperaturas – léase, piscina o playa – esa vida se acorta. Grábatelo en la memoria: el bronceador del verano vale para las vacaciones de Semana Santa pero no para la próxima temporada estival.

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