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La tele que nos vistió

Repasamos la historia de un vestuario que superó la censura, la transición y hasta la movida.

Un, dos, tres
Gtres

Al crearse la hoja de parra se creó la ropa; al crearse la ropa nació la moda», así de simple, contundente y hasta solemne se manifestaba Irene Gutiérrez Caba en el programa Historia de la frivolidad. Corría 1967, pero la frase sirve para los años anteriores. Para el principio de todo, en el Paseo de la Habana, una década antes, cuando unas jovencísimas Laura Valenzuela y Blanca Álvarez hacían televisión a diestro y siniestro. «Salía en un anuncio de lavadoras, un concurso de cultura general o una aparición de las llamadas de continuidad, siempre con ropa prestada de una casa de modas que surtía a esa televisión en pañales. Se llamaba Vargas y Ochagavía y fue pionera en poner la alta costura al servicio del cine y el teatro», cuenta Valenzuela. Se inspiraban en Dior y Balenciaga pero «siempre con el permiso y la dirección artística para escotes, entallados y largos de falda de don Francisco Ortiz Muñoz, de profesión, censor».

Laura Valenzuela recuerda un complemento que no podía faltar, el llamado echarpe de servicio. «Se creó por si a Vargas se le había ido la tijera o don Francisco tenía un mal día. Pero lo mejor fue cómo un vestido de fibra, que era novedad absoluta del momento, en un inoportuno roce con unos cables, dejó sin luz a todas las instalaciones de TVE», cuenta riendo. Entonces ninguna prenda pertenecía a una sola presentadora, «eran utilizadas las veces que fuera necesario. Después se devolvían y nos enviaban otro lote en préstamo».

El pelo merece un capítulo aparte. «El problema de nuestros indómitos cabellos lo solventábamos con un par de pelucas», recuerda Valenzuela. No había ropero fashion en el momento que no contara, por lo menos, con una. Porque Laura era una chica it, antes de saberse lo que era it. Alcanzó fama internacional presentando Eurovisión 1969 con un traje pantalón en guipur blanco nuclear. «Era un alta costura de la catalana Carmen Mir que hubo que teñir y convertir en nude, antes incluso de que existiera el nude, porque el blanco no daba bien en cámara. Cosas de la prehistoria», cuenta.

Massiel, de Courrèges, triunfó con su La, La, La en la edición de 1968, en Londres.

Europa Press

El festival era una auténtica pasarela. «Los trajes de Eurovisión de aquellos años marcaron la moda de la calle. Todos los diseñadores querían vestir a los cantantes que representaban a España porque era una plataforma publicitaria única. Jesús del Pozo vistió a Los Bravos y Pertegaz, a Salomé. Lo de Massiel fue diferente, porque ella se fue a París a comprarse un Courrèges», comenta Reyes del Amor, cronista de eurovision-spain.com y miembro del jurado de España.

Al final de los años 60, pero sobre todo a principios de los 70, comienzan a surgir los bustos parlantes: es la época de las locutoras de continuidad. La crisis del petróleo amenaza la alta costura española. En un goteo incesante irán cerrando casi todos sus talleres. Prolifera el prêt-à-porter y los pelos largos. Los 35 centímetros preconizados como largo de falda ideal por Mary Quant, ya en los 60, se convierten en religión para las chicas de la tele. La censura se había relajado considerablemente y Marisa Medina es la favorita del público: no lee los guiones y es la más groovy del clan de continuidad.

En 1974 el ballet Zoom debuta en TVE acompañando a Marisol. Era el principio de la psicodelia, de lo fantasioso, de las líneas rectas convertidas en curvas y del estampado pasado por el tamiz del LSD. Bob Niko, el famoso bailarín rubio, recuerda que hubo un antes y un después en la concepción estética tras la aparición de Zoom, «no solo por el impacto visual de las coreografías, sino porque fuimos los primeros en no acompañar al cantante de turno, sino que tomábamos protagonismo por nosotros mismos». Y añade: «La pretensión de Valerio Lazarov era, además, que el grupo diera una imagen cosmopolita, con integrantes de diferentes razas, algo nunca visto antes en la casa», recuerda. «Grandes profesionales como Edith Riker, diseñadora del vestuario, revolucionaron la moda entonces desde la pequeña pantalla. Ella fue la primera en traer el pantalón campana y el estampado Pucci».

Victoria Vera, Fiorella Faltoyano, Blanca Estrada, Marcia Bell, Marisa Abad, Norma Duval y María José Cantudo se hicieron cargo de la presentación del programa musical ¡Señoras y señores! en las diferentes temporadas (duró de 1973 a 1976). Posteriormente casi todas participaron en el fenómeno del destape. A pesar de la producción en color de las últimas temporadas del programa, la mayoría de los hogares de la época contaban con un televisor en blanco y negro. «Fue la expectación causada ante el anunciado Show de Raquel Welch (1976) la que elevó las ventas de aparatos de última generación», afirma Laura Valenzuela. El cuerpo (todas las décadas tienen uno), embutido en unos jirones de lentejuelas color cobre, dejó al país patidifuso y otras cosas. «Y fueron esas mismas pailletes las que ocasionaron la dimisión de un directivo de televisión», recuerda Valenzuela. Se decía que el modelito no había sido del agrado de la mujer de un ministro.

Para gustos, colores, porque la marca Telefunken se frotó las manos… Ese mismo año también aparece el programa Palmarés, que arranca con la aparición estelar de Bárbara Rey. El vestuario es discreto si se compara con los programas precedentes de variedades. Es cuando la presentadora se convierte en icono de moda, en la primera show girl que apuesta por dos premisas estéticas: mostrar las mejores piernas y el cabello corto con movimiento.

Durante y después de la transición proliferaron los formatos de entrevistas. Isabel Tenaille y Mercedes Milá conducen el programa 2×2. El corte de pelo de Isabel y su estilo formal la convierten en la novia de España (con el permiso de Paco Umbral, que se declaró públicamente fan confeso). Mercedes Milá era el contrapunto hippy y puso de moda los chalecos. Los informativos se relajaron en cuestiones indumentarias. El doble Windsor de la corbata de Lalo Azcona, siempre torcido, causó furor en la BBC del momento. Por aquel tiempo Guadalupe Enríquez ponía el toque exótico con su belleza ecuatoriana y un guardarropa de inspiración étnica en el programa 300 millones.

Camilo Sesto, con su estilo inconfundible, actuando en el mítico «3

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Aunque en los 60 llegan la apertura, el color y el comienzo de libertad, las trencas de fibra Terlenka y los abrigos austriacos conviven, en mayor o menor armonía, con las batas de cola y moños del programa folclórico Cantares.

Aplauso (de 1978 a 1983) triunfaba en las tardes de los sábados, y sus presentadoras eran las modernas del momento, al menos hasta el inminente desembarco de la movida madrileña. Botines planos, colores parchís, cinturones a la cadera y, de nuevo, el ballet Zoom. Esta vez con una estética más discotequera, más Joy Eslava.

Pero hubo un hecho que volvió a separar a las Españas a principios de los 80. Eva Nasarre trataba de ponernos en forma y entre tanto imponía los calentadores como moda de calle, con la inestimable ayuda de Fama, la película. Y también de otro programa mítico: Un, dos, tres de Chicho Ibáñez Serrador. Aunque empezara su emisión en 1972, si nos preguntan cómo iban vestidas sus azafatas, probablemente las identifiquemos con el maillot rosa y los calentadores. Eso fue con la entrada de Mayra Gómez Kemp, la primera presentadora de concursos del mundo. «Hasta entonces solo habían habido conductores hombres por lo que lo de mi estilismo era un conflicto. Además, siempre tenía que estar entre dos chicas espectaculares. Y claro, no podía parecer que competía con ellas. Creamos una imagen entre Grace Kelly y Margaret Thatcher».

Aquello hubiera terminado como el rosario de la aurora de no ser por las influencias inglesas que nos recondujeron con mayor o menor fortuna a ser nuevos románticos. Todo gracias a los videoclips que se empezaron a emitir en programas como Tocata. Rizos a go-go, volúmenes imposibles, cuero negro, gruesas cejas y enormes hombreras.

«Chicho tomaba decisiones sobre el vesturio porque él lo controlaba todo», cuenta Mayra.

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Caja de ritmos o Pista libre nos mostraron la música más alternativa. Cuando Las Vulpes declararon querer ser unas zorras, ya no había vuelta atrás en la modernidad recién estrenada y el presentador Carlos Tena fue destituido, después de que apareciera íntegra la letra de la canción en el periódico ABC. Paloma Chamorro presenta La edad de oro y la movida se materializó en televisión. Camisetas cortadas al estilo Iggy Pop, eyeliner, labios negros, colorete morado, gargantillas de tachuelas. «La mayoría de complementos eran de facturación casera o producto de compras de segunda mano en el rastro o shopping londinense», cuenta Lolo Rico, creadora de La bola de cristal. «Llegaba Alaska, veía un mandil y se lo ponía encima de una falda negra. Se lo pasaban fenomenal porque no existía el vestuario, todo salía de su imaginación».

El punto de cordura lo daba Marisa Abad, que seguía mostrando la cara más sobria de los 80 en programas como Bla, bla, bla, primer espacio de cotilleos, donde aparecía con sus vestidos camiseros y blusones a la cadera.

El 1986 llegan las chicas Hermida. Las hombreras, el color y la bisutería enorme son sus señas de identidad. Y para finalizar la década, Sabrina Salerno con short mínimo y bustier talla XS regala un momento histórico a los adolescentes de la época. Así terminaron los 80, con prendas diminutas y sin echarpe de servicio.

En principio fue la alta costura, le siguió el prêt-à-porter, hubo un tiempo para el hazlo tú mismo y el final no se vislumbra, porque como dijeron Martes y Trece en uno de sus programas de Nochevieja: «Aquí hay barca pa seguir».

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