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Gwyneth Paltrow, una rubia desatada y sin pelos en la lengua

Presenta nueva película, Mortdecai, y nueva vida. O por qué ha dicho adiós a la macrobiótica y hola a la dieta de la sonrisa.

Gwyneth Paltrow

La mayor parte de las mortales disfrutamos, en la medida de lo posible, de una vida. Las divas, como Gwyneth Paltrow (Los Ángeles, 1972), pueden permitirse cambiar su existencia como Kim Kardashian cambia de glúteos. Gwyn tripite. Así lo ha demostrado en la gira de promoción de Mortdecai, la comedia de aventuras que protagoniza junto a Johnny Depp y que estrena este fin de semana. Johanna, su personaje, guarda un inquietante parecido con la actriz que conocimos cuando ganó un Oscar por Shakespeare enamorado: una buena niña pijísima y relamida con problemas para darle un besito de mariposa al bigotito inglés del protagonista. Ella se autoparodia con ganas, claro, porque eso ya está finito. Se acabó esa Gwyneth pre-2002, la rica heredera a la que Madonna reñía por fumar y se ligaba al Brad Pitt más guapetón. Tampoco existe ya la Gwyneth modelo 2014, la supermamá macrobiótica que recomendaba en su blog, Goop, no dar patatas fritas a sus retoños. Finalizado su matrimonio con Chris Martin, se ha puesto en manos de su representante, Lisa Gersh, para mostrarse como es «de verdad». Y cuidado, que a la tercera viene la atrevida. Dos meses lleva Paltrow de televisión en televisión contando cosas que nunca nos dijo. Agárrense que vienen curvas. Ella, que estuvo a punto de casarse con Pitt y que no lo hizo por su madre (se ve que las suegras son las únicas que se le resisten al Bradgelino), recuerda su relación con cariño, pero reconoce: «Nos faltó grabar una sex tape». A otro noviete famoso, Ben Affleck, lo ha despachado con un «cuando eres joven sueles pensar que estar con alguien guapo te hace sumar puntos». Y así todo: a Ellen DeGeneres le confiesa que ha hecho el amor en aviones; a Andy Cohen, que ha probado el éxtasis; a Howard Stern, que la inseguridad en los chicos «depende del número de felaciones que les hagas»…

El sexi subido. Y si eso dice por esa boquita, ídem de ídem en lo que a lenguaje corporal se refiere. La Gwyneth atrevida ya no es la campeona mundial de los estilismos pavisosos: ahora enseña cacha en los photocalls con shorts de Versace… y un poco más de pecho, espalda y pierna de lo que jamás había enseñado, con un Lanvin en la première en Los Ángeles de Mortdecai , con el que incendió los blogs marujilfashionistas. Esos mismos foros que acaban de poner el grito en el cielo porque ha afirmado en la CNN que es «increíblemente parecida a cualquier otra mujer […]. Todas queremos estar sanas y felices y aprovechar al máximo la vida».

Algo extraordinario sí tiene: a sus 42, cabreada por el rollo entre su ex y la pimpollito Jennifer Lawrence, y asustada por la posibilidad de que, además del marido, le roben los papeles («quizás me sustituyan en el próximo Iron Man por una chica de 18 años»), ha decidido poner remedio y abdominales a sus problemas. Los resultados son más que visibles: está orgullosa (como para no estarlo) del cuerpo que ha moldeado junto a su entrenadora personal, Tracy Anderson. A fin de cuentas, vive de su body: «Dejé de ganar dinero con la interpretación en 2002. El contrato con Estée Lauder paga mi arte, como el de Calvin Klein permite que Scarlett Johansson trabaje con Woody Allen». Guapa por fuera y por dentro. ¿Su último consejo de belleza? «Es bueno vaporizarse la vagina, aunque muchas mujeres no lo sepan». Diantres, ¿es esta la misma Gwyneth que en 2006 declaraba: «¿Acaso tienes que esnifar cocaína en el trasero de una stripper para que digan que no eres aburrida?». Pues sí, según su carnet de identidad es la misma. Pero parece que la nueva Gwyneth está dispuesta a ser mala. Y macarra. Y esta vez no habrá Madonna que la pare.

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