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Esperanza Spalding: «El espectáculo es importante, pero la imagen es poderosa»

Es la primera jazzista en ganar un Grammy como Artista revelación. S Moda fotografía a esta mujer de ideas claras y look poderoso.

Esperanza Spalding

Fue el año de las sorpresas. Unos tal Arcade Fire ganaron el Grammy a Mejor Álbum. Y una contrabajista desconocida arrebató el galardón al Artista Revelación al mismísimo Justin Bieber. 2011 marcó el triunfo de la alternativa y la derrota del fenómeno de masas. Esperanza Spalding era una jazzista; Bieber, una estrella con más de 20 millones de amigos en Facebook y siete millones de seguidores en Twitter. Aquel espaldarazo ha colado a la estadounidense en la radio, en festivales, en revistas de tendencias, en campañas de publicidad (Uniqlo y Banana Republic) y en millones de hogares. Es la primera artista de jazz en ganar un Grammy en esa categoría.Va por su cuarto álbum (Radio Music Society, marzo de 2012). Algunos lo tienen claro: Esperanza Spalding es lo que el mundo estaba esperando.

Su imagen encandila. De hecho, ha sido su talismán, su carta de visita. «Vivimos en un mundo visual. Existe una dictadura de la atracción. Si algo seduce, gusta. Varios aspectos de mi look encajan en el canon. Mi música entra por los ojos. Lo que no significa que mis composiciones traicionen el género; son auténticas y son jazz. Me siento orgullosa de ellas». Y añade: «Mi intención es crear arte. Pero mi imagen ayuda. Me gustaría creer que si fuera un hombre, sería igual de famosa. Porque mis discos son sinceros, hay integridad en ellos. Mi celebridad se debe a la música, no a mis pintas», insiste justo después de la sesión de fotos con S Moda.

Esperanza Spalding
Esperanza Spalding

Vestido de Juan Vidal y un collar de Lanvin.

Álvaro Beamud Cortés

El público y la crítica la adoran: una búsqueda en Google lo confirma, es difícil encontrar una reseña negativa sobre los directos de Spalding. Sus improvisaciones hacen que los espectadores entren en éxtasis. También su apariencia: «La gente acude a un concierto para oír y para ver. El espectáculo es importante; por eso me esfuerzo en presentar un estilismo trabajado; la imagen es poderosa». Una prueba: su pelo afro. «No lo peino de una manera especial; es su estado natural», explica.

Tiene la sartén por el mango. Cuenta con una discográfica y una promotora, pero actúa como su agente. Spalding marca el ritmo. Para la sesión con esta revista solicitó posar con prendas sostenibles. «Me han encantado los collares de Marni, son magníficos. Demuestran que lo ecológico y lo bonito no están reñidos», afirma sobre varios accesorios de la producción.

Sabe cómo aprovechar la fama, cómo usarla para defender causas. «Siempre me ha interesado el reciclaje. En Estados Unidos hay pocos diseñadores comprometidos con el medio ambiente. Una de mis mejores amigas es estilista. Le pedí que trabajara conmigo hace unos meses. Desde febrero, todo lo que he llevado sobre el escenario y en los eventos ha sido sostenible. Es útil, los medios lo acreditan y las marcas consiguen publicidad», razona. «Soy consciente del mundo en el que vivimos. Sé cómo funciona… Y cómo aprovecharlo», apostilla.

Esperanza Spalding luce vestido de Nacho Aguayo, collar de Lanvin y anillo de Isabel Marant.

Álvaro Beamud Cortés

También se interesa por lo local. «No soy diseñadora y no mantengo una relación estrecha con la moda. Pero me gusta. Me sucede como con la música o el arte. Las cosas me atraen, sin motivo aparente y de manera visceral. No se trata de la simetría ni de los colores… Me ha sucedido en esta sesión con diseñadores españoles como Ana Locking y Nacho Aguayo. No los conocía, pero ahora me encantan», confiesa.

Lleva el compromiso escrito en las letras. Por ejemplo, el tema Land of the Free habla sobre Cornelius Dupree Jr. Este estadounidense pasó 30 años en la cárcel por un delito que no había cometido. Lo soltaron en 2010. Su padre también estuvo –o tal vez siga– en prisión. Spalding prefiere no hablar del tema.

Escasean los relatos de perseverancia y trabajo duro con final feliz. Este es uno de ellos. Spalding nació hace 27 años en Portland, Oregón. Entonces, no era la ciudad verde, serpenteada por carriles bici, que es hoy. Tampoco, la población cool retratada en Portlandia (la serie de Independent Film Channel). Spalding se crió en King, un gueto. «La mía es una historia común. Muchos se crían en ambientes humildes», opina. Un día, una bala perdida se coló en la casa de un vecino y mató a un niño. Su familia decidió empezar a dormir en el suelo. No hay resentimiento en sus palabras. Sabe ver la belleza en la escasez. «No todo es dinero. Mi madre nos mimó, nos educó; mi hogar estaba lleno de amor». Cuando cumplió 11 años, su progenitora, soltera y con dos hijos, decidió sacarla del colegio y educarla en casa. ¿Experiencia positiva? «Sucedió hace mucho tiempo, no lo recuerdo bien. Solo fueron los últimos años. Sé que me marcaron, me determinaron, me convirtieron en quien soy. Algunos capítulos de nuestra infancia son duros y nos pasamos la vida intentando superarlos. Otros, en cambio, nos construyen y nos hacen fuertes».

La cantante combina un vestido de algodón con un cinturón, ambos de Ana Locking.

Álvaro Beamud Cortés

La música fue la luz al final del túnel. «La radio siempre estaba puesta, en casa y en el coche», rememora. Spalding la usaba como inspiración y enseñanza. Con siete años transcribía temas de las emisoras, los modificaba y se los tocaba a su madre. Ella también les cantaba. «Si nos caíamos, nos consolaba con una canción; si nos hacíamos daño, nos consolaba con otra».

Su biografía se escribe con hechos fortuitos. Un día escuchó al violonchelista Yo-Yo Ma tocar en el show televisivo de Mister Rogers y algo hizo clic en su interior. Tenía cinco años. Su madre supo ver el diamante en bruto que era su hija. La inscribió en un programa de música comunitario y gratuito. Spalding aprendió a tocar el violín y el piano. También le dio tiempo para dominar el oboe y el clarinete. «De niña, la música empezaba con un sentimiento, con unas ganas irrefrenables de escribir y compartir. Como con el lenguaje, cada vez aprendes más sonidos, colores y términos. Componer implica materializar algo intangible, un pensamiento para que otro lo experimente. Todavía no soy un maestro. Me queda mucho por limar. Practico todos los días».

Es una artista precoz. Con 15 años, consiguió una beca para estudiar en una escuela privada de arte, la North West Academy. Allí encontró su media naranja: el contrabajo. «Funciona mejor conmigo, es mi instrumento». El instituto se le quedó corto y, después de superar el examen de ingreso, accedió con una segunda beca a la Universidad de Portland. Tenía 16 años. El siguiente paso: el prestigioso Berklee College of Music, cerca de Boston, donde también se formaron John Mayer, Diana Krall o Quincy Jones. Al terminar, la contrataron como profesora en el mismo centro. «Estudiar música estructura la mente y enseña valores como la responsabilidad y el sacrificio», opina. No todo fue trabajo duro, encontró tiempo para divertirse. «En el instituto, mis amigos y yo queríamos ser diferentes. Vestíamos de manera alternativa. Me uní a una banda de rock [Noise For Pretend]. Fue increíble; conseguí que un grupo de adultos tocara mis temas», relata.

Vestido de seda reciclada de L.J. Lambillotte, collar de PVC reciclado de Marni y brazaletes de Isabelle Michel y Hélène Zubeldia.

Álvaro Beamud Cortés

Su mánager, Daniel Florestano, la descubrió de chiripa. «Un amigo me trajo un CD con varios artistas noveles. Al mes y medio estábamos trabajando juntos. Esperanza es un genio, empezamos en clubes enanos y mira donde hemos terminado», confiesa Florestano. Le tocó la lotería. Spalding da unos 110 conciertos al año. Una hazaña en plena crisis.

Es una caja de sorpresas. Y su agenda está trufada de nombres rimbombantes, como Bill Cosby, de quien fue telonera al inicio de su carrera, o Barack Obama. «Toqué en un homenaje para Stevie Wonder, entre el público estaba el presidente. Pero también Tony Bennett y otros músicos. Me sentí más abrumada por la presencia de esos artistas que por la del presidente», confiesa. Repitió ante Obama en la entrega del premio Nobel de la Paz, a petición de la Casa Blanca. «Siempre ha sido muy dulce conmigo», afirma. Al parecer, el presidente estadounidense llena el iPod con discos de Esperanza Spalding. Otro contacto poderoso: Prince. «Lo conocí en 2006, le envié unas maquetas. Me pidió tocar con él en Las Vegas». Desde entonces han actuado juntos varias veces. «Me encanta. Es muy creativo con la moda y no le importa el qué dirán. Incluso en su casa viste como Prince. No puedes describir su estilo. Es él y punto». Y añade: «Yo también busco ser yo misma. Aunque hay días en los que me miro al espejo y me veo bonita y otros, en los que no». Su lema es el consejo de la abuela de un amigo: «Escoge la ropa que vas a llevar un día antes, así te levantarás expectante, deseosa de empezar el día».

Esperanza lleva vestido de Miguel Palacio, sandalias de Salvatore Ferragamo y pendientes de Hélène Zubeldia.

Álvaro Beamud Cortés

No solo canta en inglés; también en brasileño y en castellano. «Mi promotora, Montuno, es de Barcelona. Cuando los visito, practico. Además, mi madre chapurrea algo de español. El brasileño lo aprendí escuchando canciones».

Suma admiradores en el jazz: Herbie Hancock, Joe Lovano, Jack DeJohnette, Billy Hart, Lionel Loueke…; muchos han colaborado en sus álbumes. Tampoco le faltan enemigos. Cuando ganó el Grammy, los bieberianos sabotearon su entrada en Wikipedia. Más obstáculos: en el mundillo, desconfían. «Nadie tiene agallas de decírmelo. Pero algunos no creen que mi música sea jazz», aseguraba hace poco en la revista del The New York Times, T Magazine. Existe una regla no escrita en su sector: si es mainstream, ya no es jazz. Un ejemplo: Norah Jones perdió el apelativo jazz cuando se hizo célebre; se la encasilló en el pop. Esperanza es un híbrido: mezcla jazz, pop, soul y funk, y canta sobre el amor y el desamor; el orgullo de ser negro, el medio ambiente y las noticias olvidadas por la prensa tradicional.

Sorprende que una mujer menuda y con unas manos tan delicadas toque un instrumento pesado y aparatoso como el contrabajo. ¿Por qué no hay más contrabajistas? «Existe miedo, pánico a estar sobre un escenario cuando se es mujer y guapa. Algunos piensan que te han colocado ahí. Pero si te esfuerzas, eres sincera y las canciones salen del corazón, el mensaje llega. La gente empieza a escuchar y ya no se limita a mirar», razona.

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