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Cristina Macaya, el buen gusto en esencia

Tiene el don de haber nacido elegante, tanto en el contenido como en la forma. Por eso no le hacen falta muchos ornamentos para lucirse.

Difícil definir a una mujer como Cristina Macaya, tan ecléctica y poco convencional que desciende nada menos que del famoso corsario Jean Lafitte. Para empezar, utiliza un apellido que no es el suyo sino el de su esposo, de nombre Javier, un catalán al que conoció en Madrid. «Mi vida está marcada por la pérdida de dos hombres», cuenta. «Mi padre murió cuando yo tenía 15 años y me impactó muchísimo. Y a los 28, con tres niños pequeños y embarazada de cinco meses de mi hija María, perdí a mi marido. Murió mientras iba sentado a mi lado, circulando por la M-30 en un coche conducido por mí. Un aneurisma fulminante. A partir de ahí o te hundes o sales adelante, y yo hice lo segundo. Nos acabábamos de cambiar de casa, estábamos en plenas obras y tenía que poner orden en todo aquel lío, además de dar a luz y criar a cuatro hijos, o sea que tenía que luchar sí o sí».

Esa casa es su actual residencia madrileña, un chalet en La Moraleja en el que Cristina nos recibe ejerciendo sus dotes de anfitriona perfecta. A los dos años de quedarse viuda empezó su andadura filantrópica, que perdura hasta hoy. Primero fue la Cruz Roja, de la que fue vicepresidenta y presidenta durante 11 años, en los que acuñó acciones tan valiosas e innovadoras como el Sorteo del Oro, pensado para conseguir un mayor grado de financiación, que permitiese continuar realizando actividades humanitarias y asistenciales sin depender exclusivamente de las donaciones. Vino después su estrecha colaboración con Mercedes Gallizo, directora general de Instituciones Penitenciarias en el Ministerio del Interior, junto a la que promovió la modélica Unidad de Madres en la cárcel de Palma de Mallorca. Y llegó después su compromiso con el Proyecto Hombre, liderado por el sacerdote mallorquín Tomeu Catalá y creado con el objetivo de ayudar a la desintoxicación y rehabilitación de drogadictos y en el que sigue volcada en cuerpo y alma. «Me doy muy poca conversación a mí misma», afirma sonriente. «Llevo toda una vida sin dirigirme la palabra, me interesan mucho más los demás y creo que por eso estoy siempre contenta, es una manera como otra de sobrevivir».

Y, como no podía ser menos, su estilismo es tan singular como su currículo. Esbelta y atractiva, hace un guiño a la edad luciendo una melena oscura y brillante. «Ya me lo dicen mis 17 nietos, que las abuelas de sus amigos no son como yo, porque lucen peinado corto y ahuecado y jamás llevan minifalda. Pero a mí no me sale ir de señora. Tampoco me gustan las joyas de verdad, porque hay que estar pendiente de no perderlas. Y no tengo tiempo de ser esclava de lo material».

Perezosa para ir de compras, recurre a amigos como Elena Benarroch, «que conoce bien mis gustos y medidas» o Santiago Bandrés: «Lo llamo, le cuento lo que necesito y luego, con un par de pruebas ya me lo acaba». Así resolvió su maleta para asistir hace un año a la boda de la hija del marajá de Udaipur, para la que el creador le confeccionó 12 conjuntos.

En sus estancias neoyorquinas rastrea mercadillos y tiendas como Shogun’s Designs, la favorita de Lady Gaga, y no desperdicia ocasión para visitar el atelier de Kenneth Jay Lane, al que define como «un genio que ha hecho de la bisutería todo un derroche de estilo. También soy fan de las joyas de Luz González Camino».

Zapatos de Sara Navarro con un sofisticado broche barroco.

Germán Sáiz

Pero, sin duda, su oscuro objeto de deseo son los zapatos. «Me gustan hasta para contemplarlos. Para mí son como esculturas. A diario voy muy cómoda con los diseños de Walter Steiger que tienen buena horma y un diseño muy bien formulado». Entre sus recuerdos más queridos está el del desfile de despedida de Valentino en Roma, «un modisto con mayúsculas y un grandísimo amigo. Aquello fue un despliegue de buen gusto».

Enamorada de Mallorca, pasa gran parte del año en Es Canyar. Su residencia isleña es el refugio favorito de personajes tan ilustres como Carlos Fuentes, Felipe González, Bill Clinton, Michael Douglas o Miguel Bosé, que para ella son sus amigos, y a los que recibe igual que a los artistas mallorquines a los que mima y protege y entre los que figuran Carlos Valverde, Miquel Barceló, Joan Bennàssar y Ben Jakober.

Su intensa vida social le obliga a contar con un extenso repertorio de vestidos de noche, entre los que destacan modelos de Issey Miyake y de Oscar de la Renta. Pero lo que sí tiene claro es que le gusta ser libre, tanto en la vida como en la moda. Por eso jamás se ha puesto al servicio de las tendencias, sino que ha sabido configurar un estilo propio.

Vestido-lámpara de licra, de Issey Miyake, regalo de sus cuatro hijos por su último cumpleaños.

Germán Sáiz

Brazaletes de oro y bronce con brillantes, de Luz González Camino.

Germán Sáiz

Bolero de Shogun’s Designs, falda de Santiago Bandrés, zapatos de Valentino y sandalias de Alexandra Neel.

Germán Sáiz

Cama que perteneció a Isabel II.

Germán Sáiz

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