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Benedict Cumberbatch: «Paso más tiempo del normal mirándome al espejo»

Fantasía y lógica se mezclan en los trabajos de un actor que ha redefinido el concepto de gentleman británico.

Benedict Cumberbatch

Excéntrico como Sherlock, misterioso como Julian Assange, imponente (mide casi 1,90) como el dragón Smaug de El Hobbit. Benedict Cumberbatch tiene un poco de cada uno de sus personajes y mucho encanto british. De sus padres, Wanda y Timothy, heredó el amor por los escenarios. Los dos son actores y, dicha sea la verdad, hubieran preferido que su hijo se dedicara a otra cosa. De ahí la educación que le dieron, de internado en internado, para alejarlo de su pasión y lograr que fuera abogado. Pero él se salió con la suya: tras pasar un año en el Tíbet, estudió arte dramático en Manchester, su sueño desde la infancia. «Tengo esa vívida imagen de mí en una obra navideña en la que me puse nervioso porque la niña que hacía de María se llevaba todo el protagonismo. Desde entonces, no me llevo bien con mis actrices, pregúntaselo a Keira [Knightley]», comenta entre risas. Junto a ella protagoniza Descifrando Enigma (The Imitation Game), que llegará a España en enero. Dicen que esta película, en la que interpreta al atormentado matemático Alan Turing (quien rompió el código de mensajes de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y pasó un infierno que acabó en suicidio tras ser juzgado por su homosexualidad), le asegurará una candidatura al Oscar. Mientras prepara el esmoquin para la ocasión, ensaya para otro papel que dará mucho que hablar: el de novio en su propia boda. Hace dos semanas, Cumberbatch, que en julio cumplió 38 años, decidió sentar la cabeza y anunció su compromiso con la directora de teatro y ópera Sophie Hunter, de 36. Lo hizo a la antigua usanza, con un anuncio en The Times. Al más puro estilo gentleman.

Entre sus nuevos trabajos destaca Descifrando Enigma. ¿Qué sabía de Alan Turing y su complicada vida antes de meterse en su piel? ¿Cree que la situación ha cambiado mucho desde 1954, cuando se vio abocado al suicidio con cianuro por su orientación sexual?

Muchas veces no nos damos cuenta de lo afortunados que somos por el simple hecho de estar viviendo en una era más tolerante que las anteriores. Es toda una ironía que la misma democracia que Turing defendió del fascismo se volviera luego contra él y lo condenara por su tendencia sexual. Sé que las cosas se veían entonces de otra manera, que se trazaron vínculos que unían homosexualidad y comunismo, que al no ser tolerado, ser gay se convirtió en algo sórdido, clandestino, secreto… Hemos mejorado, pero algunas situaciones recientes, como los brotes de nacionalismo y de integrismo, las reacciones ante la crisis económica y la marginación por el simple hecho de sentirse diferente recuerdan, tristemente, a aquella época. Todavía quedan muchos puntos de hipocresía en nuestra sociedad: la ilegalidad de las drogas, la de la eutanasia o, en muchos sitios, la del matrimonio del mismo sexo. Pero confiemos en que exista un progreso. La comprensión es el mejor puente entre nuestras diferencias.

Ha pasado de una ausencia de trabajo al principio de su carrera, a los intensos rumores de Oscar que rodean ahora su labor gracias a este papel. ¿En qué momento supo que iba por buen camino, que había logrado lo que quería hacer en la vida?

No sé si podría hablar sobre el momento concreto en que lo supe, aunque he de reconocer que la serie Sherlock fue la que me puso en el mapa de la cultura popular. Pero yo ya llevaba muchos años trabajando antes de eso.

¿Le hubiera venido bien recibir algún consejo en sus inicios para hacer más llevadero el difícil viaje hasta la fama?

Para ser honesto, tengo que decir que estoy muy satisfecho con toda mi carrera. El viaje está siendo muy divertido. Incluso cuando cometo errores, porque uno no puede mejorar a menos que falle y aprenda. Quizá el único consejo que me hubiese gustado recibir antes es éste: es mucho mejor dejar de preocuparse por las cosas pequeñas y concentrarse en lo que uno sabe hacer sin obsesionarse por lo que está fuera de tu alcance. Recuerdo que cuando estaba empezando lo pasé mal, al acabar mis estudios en la escuela de arte dramático me puse muy nervioso porque no tenía trabajo. En momentos así, lo único que puedes hacer es tener paciencia y ejercitarte, no parar. Así, todo lo demás vendrá. Además, no merece la pena estar amargado por lo que puede llegar a pasar, porque lo que ocurra no va a depender solo de ti.

Tim P. Whitby

Getty Images

Ahora que es uno de los actores de moda, el rey del photobombing en la alfombra roja (en los pasados premios Oscar su imagen saltando detrás de U2 fue todo un viral en Internet), ¿qué hace para mantener la cabeza en su sitio?

¡Ni me menciones los Oscar! ¡Si acabo de llevar el esmoquin a la tintorería! (risas). Fuera de bromas, creo que en esta profesión uno está demasiado expuesto, la gente no para de sacarte fotos, no es normal. No dejas de verte en todas partes ni por un momento, de estar preocupado por tu imagen. Y la vanidad y la inseguridad se dan la mano. Yo prefiero estar pendiente de mis limitaciones y me rodeo de amigos y familia que me ayudan a poner los pies en el suelo. Aun así, probablemente paso más tiempo en el cuarto de baño, mirándome al espejo, del que es normal para cualquier ser humano… pero supongo que esto es algo que forma parte de mi trabajo.

En sus nuevas películas, además de interpretar a personas de carne y hueso, ha puesto voz a personajes de ficción. La semana que viene podremos ver ya en el cine a Classified, el husky convertido en agente secreto de Los pingüinos de Madagascar. ¿Fue un juego de niños?

¡Ha sido una de las películas más divertidas que he hecho jamás! Fue tan diferente de todas las demás… Eso es lo que me gusta de mi trabajo, la diversidad, el tener el privilegio de hacer papeles tan distintos como Classified; Smaug, de El Hobbit; el pequeño Chaz, en Agosto; Sherlock Holmes; biografías como la de Julian Assange, Solomon Northup o ahora Alan Turing… Me gusta mezclarlo todo en mi carrera y tengo la fortuna de contar con esas oportunidades. Quiero aprovecharlas al límite, combinarlo todo, porque además disfruto haciéndolo. Si no trabajo, me aburro. Trazando un paralelismo de lo más simplista, veo mi carrera como una bola de nieve que agito cada vez para ver qué sale.

Regresa al universo de J. R. R. Tolkien con El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos, que se estrenará el 17 de diciembre.

Sí, en El Hobbit esta vez trabajo doble. Smaug es el dragón que ya salió en la entrega anterior, y el Necromancer es el que todo lo ve, la encarnación no corporal del mal. ¡Y me quedo tan ancho diciéndolo! Smaug tiene sus puntos débiles, mientras que el segundo parece haber nacido con la malicia del mundo acumulada, y eso siempre es difícil de aniquilar.

¿Se dejó la garganta destrozada con tanta maldad?

Dada la edad y el tamaño del dragón, estaba claro que la suya tenía que ser una voz aguardentosa, quemada por el fuego y los años. Acabé haciéndome daño en la garganta hasta llegar a sangrar al final del primer día. Luego utilizamos un micrófono al que de broma llamamos el kongalizer para dar con el tono perfecto, pero aun así seguí esforzándome para que la voz me saliera de lo más profundo.

Cuando ve a Smaug, ¿reconoce sus gestos?

He llegado a bromear diciendo que no fui yo sino mi padre quien hizo el papel. Yo me limité a cobrar (risas). Es más que una voz, es mi gestualidad plasmada gracias a los equipos de captura de movimiento de los estudios Weta. Si te fijas, especialmente en los primeros planos con Bilbo, me puedes distinguir. Pero hay que mirar con mucha atención. Para mí fue mucho más fácil ver mi interpretación, porque no me suele gustar cómo salgo, pero en este caso salté de la butaca con la emoción de aparecer convertido en un dragón. ¡Un dragón inmenso! ¿Quién puede pedir más?

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