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Blondarexia, la obsesión rubia

Querer aclararse el pelo continuamente no es solo una moda sino que puede ser una enfermedad.

Marilyn Monroe por Andy Warhol

Una especie superior, sofisticada y consciente de su imagen». Así define Leatrice Eiseman, directora ejecutiva del Instituto Pantone Color, a las rubias neoyorquinas. No se refiere a las de nacimiento. Esas pertenecen a otra especie. Habla de las teñidas. El tono de su melena es caro. En algunas peluquerías de la urbe estadounidense decolorarse alcanza los 600 dólares (422 euros). Y eso da estatus. «Los mejores coloristas tienen peluquería en Nueva York», informa Eiseman, autora del ensayo More Alive With Color (Más vivo con color), editado por Capital Books. Periodistas de moda, galeristas, asesoras financieras comparten unas mechas sanas, sedosas y sin raíces. Sus iconos estéticos: la fallecida Carolyn Bessette Kennedy, esposa de John F. Kennedy Jr., y la actriz de Gossip Girl, Blake Lively.

Aún así, el último grito guarda poca relación con ese elegante dorado. Actrices como Rachel McAdams o Mena Suvari han tirado tanto del bote de amoníaco que su cabello ha quedado translúcido, quebradizo y estropajoso. La protagonista de Medianoche en París cambió el castaño por platino durante el Festival de Cannes. No era la primera vez que se lo teñía, pero en esta ocasión se lo chamuscó. La afición de Mena Suvari (American Beauty) por el rubio es bien conocida. Pero desde mayo se ha vuelto enfermiza. Lo mismo le sucede desde hace meses a Mischa Barton. La it girl es adicta a los tonos claros. La obsesión tiene nombre: blondarexia (de blond, rubio en inglés). Y, según los expertos, el afán por la decoloración esconde algo más.

«Se trata de una psicopatología relacionada con la imagen personal», define Miguel Ángel Ramos, psicólogo y vicepresidente de la Asociación de Estudios Psicológicos y Sociales. «Y además se puede llegar a asociar con otros desórdenes. Muchas blondaréxicas son también tanoréxicas [toman el sol o los rayos uva en exceso] u ortoréxicas [se obsesionan con comer solo los alimentos libres de pesticidas, herbicidas y componentes artificiales], y algunas se han sometido a varias operaciones estéticas. Sus hábitos alimenticios suelen ser malos». El especialista atribuye estos problemas a una baja autoestima. Las blondaréxicas se sienten incómodas con su cuerpo. Muchas llevan a sus espaldas la etiqueta de it girls, todas son jóvenes y todas están expuestas al circo mediático y a sus expectativas. «Tal vez sufran el mismo problema que la mayoría; es decir, puede que crean saber qué les sienta bien. Cuando llega un profesional que las mira desde otro ángulo y con experiencia, se cierran en banda. Hay quien busca ejecutantes y no peluqueros.

La melena de Blake Lively es un ejemplo a seguir por las amantes del rubio.

Cordon Press

Y hay famosas que se jactan de cortarse y teñirse ellas mismas. Solo hay que verlas… A estas celebrities les podría ocurrir algo parecido», comenta Eduardo Sánchez, director artístico de Dessange. Sánchez ofrece otra explicación. «Hay mucho desconocimiento. La colorimetría es un arte. Quitar un color no es tan sencillo y si se tiñe sin parar se sensibiliza». Sus consejos para lucir un rubio diez: ser fiel al peluquero, usar un protector solar en verano y repasar las raíces cada mes.

Sobran referentes culturales: Ellos las prefieren rubias, la Venus de Botticelli, Blondie, las modelos de Victoria’s Secret… Los museos, las bibliotecas y los cines están atiborrados de ídolos de cabellos blondos. Las Marilyn no son legión, pero forman un ideal. El pelo claro significa poder. Permite destacar y acceder a círculos distinguidos como el de Hollywood. «El sex appeal es un juego y en Los Ángeles ese juego se acentúa. Es un universo pequeño y está lleno de bellas estrellas. La competición es feroz y, para destacar, las actrices sacan todo el partido posible a sus atractivos», opina Carole Jahme, psicóloga y autora del ensayo Beauty and the Beasts: Woman, Ape and Evolution (La Bella y las bestias: la mujer, el mono y la evolución), editado por Virago. Pero a veces se les va la mano. Como le ocurrió a Jennifer Aniston el pasado febrero. La intérprete –célebre por el corte Rachel– mudó sus comedidas mechas por un platino imposible. Como si de repente le hubieran entrado ganas de ser más Marilyn que nadie. El resultado: un pelo estropajoso.

De todos modos, a lo largo de la historia, siempre han existido ejemplos de mujeres que han puesto su físico al límite para seguir una tendencia. En la Grecia clásica pintaban sus rostros con tiza y en los siglos XVIII y XIX tomaban arsénico para aclarar la piel. Ahora le toca sufrir al cabello. «Ocurre mucho fuera de Nueva York. Esta ciudad es diferente, aquí se busca el ‘glamour’, la sofisticación, la naturalidad», opina Rita Hazan, estilista y propietaria de un salón homónimo en la Quinta Avenida. Hazan lleva 15 años tiñendo el pelo de las famosas. La llaman desde cualquier rincón del planeta, la suben en un avión en primera y la alojan en hoteles de cinco estrellas. Las cabelleras de Jennifer Lopez, Jessica Simpson o Carmen Electra llevan su firma.

Rachel McAdams se pasó al platino para pasearse por Cannes.

GTresonline

Y es que un buen rubio vale su peso en oro. Y si no que se lo pregunten a los dueños de My Trendy Place en Houston. Unos ladrones irrumpieron en el salón de belleza el pasado mayo para robarles… extensiones de mechones claros. ¿Su precio? 150.000 dólares. «Cada vez es más difícil encontrar un rubio de calidad, por eso es tan caro», argumenta Ron Landzaat, fundador de Hair Extension Guide, una empresa californiana que comercializa las preciadas extensiones. La industria estadounidense, la más importante del sector, mueve unos 250 millones de dólares anuales (174 millones de euros). Muchos pueblos rusos y ucranianos viven del cabello. Las mujeres se lo cortan y venden a compañías extranjeras.

Siempre ha sido así. Ya en el Paleolítico triunfaba el áureo. Las rubias ligaban más. «Al contrario que en otras zonas de Europa, el norte estaba cubierto de hielo y no se podía cultivar nada», relata la psicóloga Carole Jahme. «Los hombres salían a cazar bisontes y mamuts; las mujeres se quedaban. Pocos regresaban». Quienes volvían tenían donde elegir. Sobraban chicas. «Se piensa que escogían a las rubias porque sobresalían».

Escandinavia está hoy plagada de rubias. Su aumento se debe, según los expertos, a la selección sexual. El pelo dorado sigue siendo un arma de seducción. Las prostitutas de la Grecia clásica se lo aclaraban con barros. «Los hombres se fijan en las mujeres por su imagen y escogen pareja por su juventud y fertilidad», razona Jahme. Y añade: «Las rubias tienen un alto nivel de estrógenos. Pero ese color no es el único indicador de feminidad. Una cintura pequeña, un cutis perfecto, una gran energía y un cuerpo en forma son signos de fertilidad. Pero claro, siempre es más fácil decolorarse el pelo que ir al gimnasio tres veces a la semana».

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